lunes, 29 de febrero de 2016

la dignidad de los sefardies - capitulo 8


la dignidad de los sefardies
Capítulo 8

Las heridas del cuerpo suelen cicatrizar con rapidez. Las que quedan realmente expuestas al exterior y a la infección son las del alma y ésas estaban causando honda mella entre nosotros. Como hombres, como amigos y como seres humanos.

Jesús y Samuel habían sufrido y compartido dolor físico, pero lo peor de todo era que habían conocido el dolor psíquico, viendo lo que veían a diario.

Los castigos físicos del  Arbeitdiensfuhrer, dejaban profundas marcas en el cuerpo. El sufrimiento y la vejación vivida, día a día, dejaban aún más profundas huellas, imperceptibles a la vista, que marcaban el alma y el espiritu de cualquier hombre.

Friederich Ulm, conocedor de la naturaleza humana como nadie, sabía hundir y hurgar en la más profunda de las miserias de la vida a cualquier prisionero o persona que osase mirarle raro, o no obedecer una orden suya.

Afortunadamente, llegada la primavera los días empezaron a ser más permisivos con nosotros.

A los que habíamos conseguido sobrevivir al duro invierno, aquellos días nos parecían una autentica bendición.

La patrulla de limpieza, donde estábamos Francisco Feijoo y yo, vio muy incrementado su trabajo pues tocaba ahora segar los alrededores del campamento, donde la llegada de las temperaturas suaves de primavera había hecho que brotara con renovada fuerza, la hierba y los matorrales.

Marcelino continuaba con la ardua tarea de la comunicación, sintiéndose, como él decía, un poco traidor por tener que reparar aquellos aparatos nazis, sin olvidar poner al día los datos de prisioneros y continuar duplicando las fichas sin que nadie lo supiera.

Un trabajo poco vistoso y menos agradecido, pero como decía él, quizá algún día alguien podria sacar provecho de todo esto.

Jesús y Samuel continuaron en su labor con el incesante goteo de muertos, de depravaciones y de naúseas, esta vez inspiradas muy de cerca por el Servicio Médico del Campo que había establecido el programa de diferenciación racial y ya asesinaba sin reparo a cualquier judío, para ver las diferencias fisicas y étnicas entre judíos y arios, intentando justificar la superioridad de estos últimos.

Jesús continuaba vomitando noche tras noche. Todos creíamos que lo que soportaba en sus labores era la razón, más que justificada, de ello.

Pero cuando menos lo esperábamos y parecíamos tener todo más encauzado, resignándonos en el día a día, el desastre y la desdicha llamaron a nuestra puerta, inesperadamente.

Una de aquellas mañanas, al levantarnos, nos dimos cuenta de que uno de los jóvenes polacos que convivía con nosotros en el barracón, desde hacia ya mucho tiempo, estaba moribundo, exhausto en el lecho, sin poder apenas moverse.

Alguno de sus compatriotas al verlo en ese estado casi inerte y conocedores como éramos todos de que el fin se aproximaba, llamó a Samuel para que oficiara con él la Semá, el último sacramento como buen judío.

Samuel, como siempre sin dudar, se aproximó hasta el moribundo, se sentó junto a él y le preguntó en hebreo:

- ¿Quieres hacer la confesión de fe judía, hermano?

El joven asintió con su cabeza y con un hilo de voz habló al oído de Samuel, que pacientemente reconfortaba con gestos de cariño al moribundo.

Esbozó aquel joven una pequeña sonrisa, quizá como despedida final, dando la sensación de descanso y, posteriormente, falleció en brazos de Samuel.

Samuel miró a su alrededor, por si había alguien conocido o interesado, por ser familiar o amigo, en cerrar los cansados ojos de aquel desdichado. Nadie.

Como siempre, Samuel fue quien pasó la mano sobre la faz del fallecido y cerró sus ojos, bajando el telón final de la vida.

- Bendito sea el juez verdadero…

Luego Samuel tomó un trozo de tela y con algo de agua, se dispuso a lavar el cuerpo del fallecido como mandan los preceptos hebreos.

Una vez más, la sombra negra apareció en el umbral del barracón cuando menos lo esperábamos, sembrando el terror y la duda.

Friederich Ulm tenía el don de la oportunidad y parecía ser capaz de oler la muerte a kilómetros de distancia.

Todos se retiraron hacia las paredes del barracón, alejándose del Arbeitdiensfuhrer, mientras éste caminaba con paso firme hacia donde se encontraba Samuel con el difunto.

El cabrón esbozó una pequeña sonrisa, mientras contemplaba impasible la escena, y no dejaba de mirar a los ojos de Samuel.

Samuel tuvo los cojones de devolverle la misma sonrisa e incluso mantenerle la mirada.

- Hijo de puta Sefardí. Te lo advertí, miles y miles de veces, te vas a acordar de mí toda tu vida… - le gritó el Arbeitdiensfuhrer a Samuel.

Luego Friederich Ulm cogió de la solapa del traje de prisionero a Samuel y lo sacó arrastrando hasta el exterior del barracón, arrojándole al suelo.

Marcelino, Jesús y yo, salimos corriendo al exterior mientras mirábamos horrorizados la escena, temiéndonos lo peor. La vida de Samuel pendía de un hilo.

Samuel se incorporo tras caerse, quedándose de rodillas en el suelo. Continúo sonriendo.

No había perdido el trapo con el que limpiaba el cuerpo del fallecido, antes de que apareciese Friederich Ulm.

Y Samuel, comenzó a lavarse la cara, las manos y el cuerpo mientras rezaba en hebreo como en señal de despedida. Se limpiaba a si mismo el cuerpo, como manda la tradición hebrea, conocedor de su fatal destino.

Friederich Ulm dio dos pasos al frente hasta ponerse a su altura. Tenía la ira que ya conocíamos brotándole por cada poro de la piel. Sin mediar palabra alguna, desenfundó su arma reglamentaria y la puso en la sien de Samuel. El Arbiendiensfuhrer giró su cabeza mirándonos a Marcelino, a Jesús y a mí, observando lo que hacíamos.

Jesús hizo un amago de salir corriendo a por el Arbeitdiensfuhrer, pero Francisco Feijoo, que andaba por allí, se lanzó a por él impidiendo que se suicidara de aquella manera.

Mientras, Friederich Ulm continuaba con el arma apuntando en la sien de Samuel, éste comenzó a recitar en hebreo:

- ¡Oh tú, que a la sombra vives del Altísimo y al abrigo del Todopoderoso!

Di al señor: ¡Oh refugio, alcázar mío, mi Dios, en quien pongo toda mi esperanza ¡

Porque él…

Samuel se detuvo un instante porque Friederich Ulm tiro hacia atrás del percutor de su arma, sin separarlo de su cabeza. Samuel nos sonrió a nosotros, cerró los ojos y continúo recitando.

- Porque él, del lazo de los cazadores te…

Un sonido ciego inundó todo. Cientos de pájaros salieron volando de los árboles de los alrededores debido al estruendo.

Mientras, Friederich Ulm guardaba el arma, aún humeante, giraba sobre sus pasos y desaparecía del lugar gritando:

- ¡Scheiss-Jude!

Judío de mierda. Eran las últimas palabras que el Arbeitdiensfuhrer le dedicaba a Samuel según se marchaba, continuando en otra dirección su camino de horror y desasosiego.

Jesús se lanzaba como un poseso en ayuda de Samuel, intentando con las propias manos taparle el agujero que tenía en el cráneo, por donde manaba la sangre a borbotones, impregnándole a él, y a los que estábamos alrededor, de rojo.

Poco nos importaba. Samuel se marchaba y nosotros nos quedábamos aun más solos a partir de aquel momento. Una dulce sonrisa quedaba en su rostro, mientras Jesús hacia la confesión judía a Samuel y le cerraba los ojos como ordenaban las tradiciones hebreas.

Jesús súbitamente dejó de llorar, sacó un alicate de su bolsillo y arrancó a Samuel los tres dientes de oro que tenía, guardándoselos en el bolsillo. El Sefardí español había sido asesinado…

Pasamos el día en silencio, sin hablar. Nos habían arrancado a un amigo personal y un amigo comun a todos los que sobrevivíamos en el barracón. Curiosamente, Jesús había dejado de vomitar desde aquella noche.

Nuevamente y a última hora de la noche Friederich Ulm hizo acto de presencia en el barracón y, sin mediar palabra alguna, se personó ante Jesús.

Parecía como si Jesús supiera que iba a acudir a buscarle y Friederich Ulm sin mediar palabra le hizo un gesto con la mano, estirando ésta, aguardando algo.

Jesús agachó la cabeza y se dirigió hacia donde tenía colgada la bata de trabajo, impregnada aún de la sangre de Samuel. Introdujo la mano en el bolsillo de la bata y saco los tres dientes de oro que entregó al Arbeitdiensfuhrer.

Luego, aquel hombre negro desapareció por la puerta de salida del barracón, con una sonora carcajada.   

Jesús levantó la cabeza según se marchaba el Arbeitdiensfuhrer, con una sonrisa que le brotaba del corazón. Parecía que la muerte de Samuel, le había centrado de una vez por todas hasta el extremo de que Marcelino, Francisco Feijoo y yo sufríamos por su aparente entereza y seriedad.

Aquella misma noche, a las cinco de la mañana, Jesús nos despertó a los tres y se empeñó en que teníamos que hablar. Aun somnolientos, le prestamos toda la atención que nos fue posible.

- Ha llegado el momento, amigos. No podemos esperar más. Todo en la vida tiene un límite y nosotros ya hemos sufrido demasiado. Alguien tiene que marcharse y llevarse la “dignidad de los sefardíes” a España…

- Pero… ¿A qué te refieres, Jesús? – le pregunté preocupado.

- Pues a que ya es hora de que alguno de nosotros se marche de aquí y lleve un paquete a España.

- ¿Te has vuelto loco? – le insistio Marcelino.

- Estoy más cuerdo que nunca y nunca lo he tenido mas claro. Lo de Samuel es la gota que colma el vaso y no me voy a morir sin que alguno de nosotros tenga, al menos, la oportunidad de salir libre de aquí…

Nos miramos todos durante unos instantes pensando si Jesús no se habría vuelto loco, pero nuestras caras de conformismo y extrañeza parecían hacer que su ira se encendiera. Una ira que hasta entonces no habíamos conocido.

- ¡Lo digo en serio, Ostias! Tenemos que hacer algo y tiene que ser ya. Yo ya tengo, hace mucho tiempo, todo pensado…

- ¿Pero, estás seguro de lo que dices, Jesús? – le preguntó Francisco Feijoo.

- Tan claro como la luz del día que vemos, de momento, todas las mañanas, pero llevamos sin disfrutar años. Yo soy partidario de morir por una causa y ya no soporto más vivir a cara o cruz, como habéis visto ayer, según los deseos de un gran hijo de puta… y ayer decidió que Samuel había terminado…

Sus palabras parecían cada vez mas seguras y convencidas de que debíamos hacer algo definitivamente, así que tras cientos de preguntas, dudas y razonamientos pusimos toda la atención en sus palabras. Palabras que, vista la situación, sonaban a esperanza.

- Mi idea es la siguiente: yo no puedo escaparme de aquí fácilmente, el único momento en que tendría una oportunidad, es cuando acudiera al horno crematorio. Salir corriendo y que mis piernas y mi corazón respondan. Marcelino también lo tiene complicado, él no tiene acceso al exterior, pero resulta vital en la idea que he desarrollado. Los que debéis intentar escapar por todos los medios sois vosotros dos, Francisco Feijoo y tu, Serafín.

- Pero yo no os quiero dejar aquí… abandonados a vuestra suerte. Ha sido demasiado tiempo juntos - le contesté.

- Efectivamente ha sido demasiado tiempo juntos y nuestra suerte está echada Serafín. Y ni tú, ni nadie, impedirá que esta llegue. Vosotros dos al estar trabajando en el exterior siempre tendréis alguna oportunidad más que nosotros. Debéis salir corriendo ambos en dirección opuesta uno al otro y siempre que tengáis cerca la arboleda exterior. Sois rudos y aún os quedan fuerzas para intentarlo. Tú, Serafín, llevarás un paquete que te voy a entregar y si consigues escapar, dirígete hacia Dijon donde estuvimos colaborando con nuestros compañeros de la resistencia. Francisco, tú has de dirigirte hacia allí de igual manera. No vayáis juntos, llamarías más la atención. Una vez en Dijon, contactad con los amigos de la resistencia y buscad un mensaje cifrado, que os enviará Marcelino, diciendo cómo nos han ido las cosas. Sabeís de sobra como transcribir esos códigos y en ese mensaje estarán las instrucciones claras y concisas de lo que debeís hacer con el paquete…

- Pero…¿Cuándo tienes pensado que pongamos en práctica todo esto, Jesús? – preguntamos Francisco Feijoo y yo, asustados e incrédulos.

- Mañana es un bello día para empezar a ser libres – nos dijo con rotundidad.

Marcelino era quien guardaba silencio. Tras un rato de reflexión habló.

- Creo que Jesús tiene razón. Los que peor lo tenemos para escapar de aquí somos él y yo. Intentaremos largarnos con la confusión de vuestra huida, si el cabronazo ése no se da cuenta y nos surge la más mínima oportunidad. Luego lo que dice Jesús, os enviamos un mensaje codificado mañana mismo, un mensaje diciendo como han ido las cosas y que debeís hacer con “el paquete” de Jesús que, la verdad, no tengo ni idea de lo que se trata…

Jesús nos miro a todos sonrientes. Ninguno era conocedor de qué era el paquete ni lo que contenía.

- Júrame una cosa, Serafín. Júrame que no abrirás este paquete hasta que estés seguro de que estáis ambos a salvo, tú y el paquete. Recuerda que su contenido es la llamada por mí “dignidad de los sefardíes”. Todo un logro… que luego te hará entender un montón de cosas. Lo de enviaros el mensaje con posterioridad es para que nadie pueda sospechar lo que lleváis en el paquete.

- Bien, bien. Pero… ¿y si no lo conseguís? ¿Y si murierais? – pregunté a ambos.

- Habrá merecido la pena amigo, habrá merecido la pena… Aunque sólo uno de nosotros lo consiga, con el intento habrá merecido la pena…

- Si alguno de los dos llega a Dijon, buscaremos el mensaje cifrado con las instrucciones en los servicios de inteligencia de la Resistencia y os esperaremos en España, donde por cierto, tampoco se nos quiere mucho a los Republicanos – dijo Francisco Feijoo.

- Tú Francisco Feijoo o tú Serafín, cualquiera de los dos si llegáis a Dijon, esperáis unos días la llegada del otro. Si veis que pasados unos días no tenéis noticias uno del otro, es que alguno habrá fracasado o muerto. Si no encontráis ninguno de los dos el código cifrado que os vamos a enviar, es que los muertos seremos entonces nosotros, así que tú Serafín, ya sabes, a guardar el paquete y tú Francisco, a Lisboa, a cantar Fados en nuestro honor…

Nos abrazamos todos conocedores de que nos íbamos a jugar la vida a cara o cruz y teniendo muchas posibilidades de que saliera cruz para los cuatro. Pero que demonios… ¡debíamos intentarlo!

Jesús desapareció durante un largo rato de nuestra vera y apareció con el dichoso paquete entre las manos.

- Llévalo como si de tu vida misma se tratara, Serafín. Y recuerda, no mires lo que hay dentro hasta no estar seguro de que nadie te sigue y que tú te encuentras a salvo…

- Yo os esperaré en España, dejaré pistas para que me encontréis, porque vosotros sabéis donde encontrarme…- les dije.

Nos fundimos nuevamente todos en un abrazo de despedida. No había sido necesario divagar mucho sobre lo que íbamos a hacer. La muerte de Samuel nos había aclarado bastante las ideas y no podíamos pasar ni un día más siendo los perros de Friederich Ulm.

Aquella noche no pudimos conciliar más el sueño, temerosos de lo que íbamos a hacer. Habíamos estado tanto tiempo sometidos que no recordábamos la libertad y la posibilidad de ésta nos acogotaba.

Cuando el sol salió, el Campo de Concentración comenzó a ponerse en funcionamiento y cada uno de nosotros acudió a sus quehaceres diarios como cualquier otra jornada.

Marcelino me abrazó antes de partir y con lágrimas en los ojos me comentó:

- Suerte a todos. Tengo que esconder unas fichas y anotar en la parte trasera unos últimos datos… Nos veremos pronto. No se dónde, pero nos veremos…

Me quedé un poco desconcertado ante sus palabras, pero el abrazo con Jesús me devolvió a la realidad.

- Cuida el paquete. Nos veremos pronto… - me dijo a modo de despedida.

Escondí con paciencia bajo mis ropas, el paquete que Jesús me había dado, pero su peso hacía que me costara moverme con ligereza. Era un paquete pequeño de tamaño, pero pesado.

Junto a Francisco Feijoo, salí al exterior a continuar con las labores de desbroce y limpieza. Los nervios nos comían a ambos, pues dudábamos, nos mirábamos buscando la oportunidad ideal, todo era un puro nervio.

En una de los ratos vimos pasar al bueno de Jesús hacia el horno crematorio y, mientras empujaba el carro con los fallecidos, nos miraba a Francisco y a mí con cara de decir que a qué estábamos esperando para intentarlo.

En una de las breves paradas que tuvimos en la faena, le dije a Francisco Feijoo que iba a pedir permiso para ir a hacer mis necesidades, alejado unos metros del grupo de trabajo.

- Inténtalo en ese momento Serafín, sal corriendo en la dirección que tengas mas próxima al bosque y yo, con la confusión del momento, intentaré la huida en dirección contraria a la tuya y que Dios reparta suerte, hermano…

Estrechamos con fuerza nuestras manos y le dije que estaba de acuerdo, que aquél era el instante adecuado. Le di dos cachetes en la cara en señal de despedida. Una sonrisa recorrió plácidamente la cara de ambos. Era claramente el momento, entonces o nunca.

Me levanté y me dirigí hacia uno de los dos soldados que nos custodiaban y que nos conocían a todos sobradamente del tiempo que llevábamos en el pelotón. Le solicité permiso para separarme unos metros del grupo para hacer mis necesidades. No me puso ningún reparo, como siempre solían hacer.

Comencé a andar entonces en dirección hacia el bosque, intentando ganar todos los metros que me fueran posibles. Cuando llevaba una veintena de metros andados, escuché el grito del soldado a mis espaldas:

- Ruhe, ruhe…

Quieto, quieto, me decía con voz confiada y refiriéndose a que no me distanciara más de ellos. Me agaché entonces en la zona de hierba alta, simulando hacer mis necesidades y aguardé unos instantes. Pude escuchar el latido de mi corazón, a doscientas pulsaciones por minuto, durante unos breves instantes. Luego sentí toda la adrenalina subir hasta mi cabeza, me puse en pie y comencé a correr como un poseso, intentando alcanzar los árboles.

Breves instantes después, los gritos de los soldados alemanes al verme intentar huir, comenzaron a retumbar a mi alrededor.

- ¡Anhalten! ¡Anhalten! – me gritaban, para que me detuviera.

Escuché entonces el sonido metálico del cierre de los fusiles, cargándose y preparandose para disparar contra mí. Giré la cabeza sin dejar de correr y pude ver a mi amigo Francisco Feijoo abalanzándose al cuello de uno de los soldados que iba a dispararme.

Me detuve unos instantes viendo su suerte, mientras Francisco Feijoo no paraba de gritarme que corriera, mientras forcejeaba con el soldado en el suelo.

Otros compañeros del pelotón se lanzaban a la huida desesperada, en cualquier dirección aprovechando la confusión del momento.

-¡Corre Serafín, corre! - me gritaba Francisco Feijoo, luchando a brazo partido con aquel soldado nazi.

Volví a emprender la desenfrenada carrera pensando por qué el maldito Francisco Feijoo, de manera estúpida, había hecho aquella locura.

Luego escuché a mis espaldas muchísimos gritos lejanos y muchos disparos sordos en todas direcciones. Los gritos de Francisco Feijoo cesaron.

Una lágrima corrió por mi mejilla mientras mis piernas me llevaban a la ansiada y deseada libertad. Aquella era una lágrima por Francisco Feijoo, el amigo que jamas podria regresar a su natal Lisboa para cantar fados…

Durante todo el día no cesé de correr en busca de la libertad. Monte a través evitando los núcleos y las poblaciones que podían resultarme peligrosos.

Tenía la extraña sensación de sentir el aliento del Arbeitdiensfuhrer en mi cogote y aquello me espoleaba a seguir corriendo y corriendo.

Cuando la noche llegó, no sabía a qué distancia estaba de Natzweiler- Struthof, pero sentí por primera vez que empezaba a ser persona. Algo que habia olvidado mucho tiempo atrás. 

Tuve suerte de encontrar en medio de la nada un caserío, del cual no obtuve más que unos pantalones roídos que estaban colgados junto al granero y una camisa limpia e impoluta que estaba tendida.

Me quité las ropas que había llevado durante tanto tiempo y las enterré en lo más profundo del bosque.

Prefería andar desnudo a tener que volver a ponerme aquella maldita ropa que me acompañó en el sufrimiento durante tanto tiempo.

Cuando desabroché la chaqueta, cayó al suelo el paquete que me había entregado Jesús y pensé en mis amigos. Francisco Feijoo se había sacrificado por mí sin pedir nada a cambio, demostrando la amistad que nos había unido, pero quedaban en Natzweiler-Struthof, solos, Jesús y Marcelino . ¿Podrían escapar? ¿Qué habría sido de ellos?

Me puse ambas prendas y continué camino a Dijon, orientándome por las estrellas.

La camisa olía a limpia y hacía tanto tiempo que no había tenido esa sensación sobre mi piel que me trajo recuerdos de cuando yo era persona, en España.

Después de muchísimas horas ininterrumpidas de correr y caminar, mi cuerpo no soportó más el cansancio y me tumbé sobre una mullida y fresca cama de hierba y hojas que preparé en medio del bosque.

Las estrellas, la soledad y la esperanza de que mis amigos sobrevivieran al horror serian mis únicas compañeras desde ese momento.

Y si los malditos nazis seguían mis pasos, no me importaba que acabaran conmigo en aquel lugar que, al menos, resultaba digno para morir. Cualquier sitio era mejor para morir que Natzweiler-Struthof…

 

la dignidad de los sefardies - capitulo 7


la dignidad de los sefardies
Capítulo 7

Cuando Gerard regresó de la oficina principal se aproximó hasta donde me encontraba, con la fotocopia de la ficha en una mano y el original en la otra.

- Perdón Ramón, por mis emociones hace un rato. Colocaremos aparte la ficha y así cuando recojamos mas información la uniremos para ver si las piezas encajan ¿te parece bien hacerlo así, verdad? – me comentó Gerard.

- Así es. Iremos recopilando toda la información que nos sea posible de esas fichas y luego poco a poco iremos eliminando objetivos. – le contesté.

A lo largo de la jornada seguimos rebuscando una por una, emtre las montoneras de fichas que existían, consiguiendo tener muchas dudas sobre posibles prisioneros españoles o con apellido español, pero finalmente, ninguna de ellas terminaba de encajar con lo que buscábamos.

El trabajo era lento y complicado pero, poco a poco, y con la inestimable ayuda de Gerard, iba viendo la luz al final del túnel en mi búsqueda.

A última hora de la tarde, antes de retirarnos, fue cuando de repente tuve una ficha en mis manos que me llamó la atención. No era la ficha de un soldado español. Era la ficha de un prisionero portugués.

Llamé a Gerard que corrió raudo a mi vera para analizar conmigo el documento. La vieja ficha contenía los siguientes datos, que leí en alto a Gerard:

“Francisco Feijoo Da Pinto – nacido el 29 de julio de 1.913 en Lisboa (Portugal) – profesión: Marino Mercante – destino: unidad servicios de mantenimiento Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759392 – Republicano Portugués.”

Una amplia sonrisa nos cubrió el rostro a ambos, pues sin duda alguna había una conexión entre las fichas que habíamos encontrado. Poco a poco estábamos consiguiendo descifrar o complicar aun más toda la busqueda.

- Ves Gerard, entre estos dos hombres debió de existir alguna conexión. Tienen números de prisioneros identificativos, prácticamente contiguos. Nos falta una pieza del puzzle que debería encajar entre ambos…

- Sin duda estamos en el buen camino. Pero te pediré un favor personal. Yo llevo muchos años sosteniendo estas fichas entre mis manos. Prácticamente las conozco de memoria. Hasta ahora, cuando has encontrado una ficha sólo has observado la parte de adelante que es donde figuran los datos personales del prisionero. Te ruego que continuemos en esa línea de investigación. La parte trasera de la ficha, a la que no has prestado atención alguna hasta ahora, indica cuál ha sido la fecha de ingreso en el Campo y el destino final del prisionero… continúa sin leerlo por favor. Primero llenemos el baúl de la esperanza de alegría y optimismo y, finalmente, cuando tengamos todo ubicado, veremos si el esfuerzo que hemos realizado merece la pena ¿Te parece bien, Ramón?

- Por supuesto. Prometo no mirar en ningún momento la parte trasera de la ficha, hasta que tengamos situados a los que buscamos. Luego tú y yo comprobaremos si el destino ha sido generoso…

Su cara no me transmitió mucho optimismo, pero no podía negarme bajo ningún pretexto a lo que me pedía con el alma en vilo. Supuse que con el comentario efectuado por Gerard alguna de las noticias no serian muy esperanzadoras, pero sin su colaboración la realización me hubiera sido imposible o mucho más lenta y dura.

Tomó la ficha entre sus manos, la observó unos instantes y me preguntó:

- ¿Fotocopia Ramón?

-  Fotocopia Gerard.

Partió del barracón y se encaminó a realizar la fotocopia que utilizaríamos desde aquel momento para intentar no dañar el archivo original de fichas.     

Tomé nuevamente entre mis manos la ficha de aquel hombre llamado Jesús, que habíamos encontrado con anterioridad. La observé en silencio unos instantes.

“Jesús Rebollo Merodio – nacido el 3 de Mayo de 1.910 en Belmonte de San José (Teruel) España – profesión: Médico-Dentista – destino: Servicio Médico Natzweiler-Struthof. Prisionero tatuado nº 88/759394 – Republicano Español”.

Durante unos breves instantes tuve la tentación de dar la vuelta a la fotocopia y ver el destino final de aquel hombre, pero recordé que había prometido a Gerard esperar hasta el final de nuestra búsqueda y no podía decepcionar a alguien como él. Pura voluntad.

Gerard regresó con la fotocopia ya realizada, nos sentamos ambos juntos en la misma mesa y colocando ambas fichas sobre la mesa, intentamos cavilar.

- Debían conocerse Gerard. La lógica dice que si ambos están tatuados con un número de prisionero y encima tan cercano, ambos debían conocerse.

- Eso creo yo también, pero… ¿Quién puede ser el que falta entre los números de ambos prisioneros?

- Todo apunta que debe de ser otro de los hombres que buscamos Gerard. Recuerde usted el mensaje que me ha traído hasta aquí, para encontrarme ahora con usted mirando estos datos: "Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer nos ha descubierto y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en mi pueblo. Un abrazo de Jesús y mío". 12 de junio de 1943. Tenemos una ficha con el nombre de Jesús y otra con el nombre de Francisco Feijoo… quizá fuera este último quien escribiera este mensaje que le enseño…

- Me extraña. Si te vuelves a fijar en los datos de la parte frontal de la ficha de Francisco Feijoo, él está destinado a la Unidad de Servicios de Mantenimiento del Campo, con lo que el acceso a los servicios de comunicación para enviar un mensaje le eran imposibles… tenemos que seguir buscando. El hombre que falta en medio de la numeración de ambos es la clave de todo esto…

- Probablemente tengas razón Gerard. Pero ya es tarde por hoy. Vayámonos a descansar y mañana volvemos a la pelea. Termino de introducir los datos de este portugués en mi ordenador y nos vamos. ¿Te parece bien?

- Perfecto.

Dejamos todo colocado y preparado para continuar al día siguiente y, una vez tuve  guardados todos los datos, cogimos el coche y nos fuimos al domicilio de Gerard. 

Dada la hora que era Marianne ya nos aguardaba, plena de alegría y ánimos.Como siempre, nos preguntó como nos había ido a lo largo del día.

- No ha estado mal cariño – le contestó Gerard – hasta el punto de no haberte echado en falta…

Marianne le golpeó en la espalda con gesto risueño, conocedora del carácter de Gerard.

- Muy bien Marianne. Vamos despacito pero con muy buena letra. Desde luego lo que está claro es que la labor no es tan sencilla como yo la pintaba o creía…

- Paciencia Ramón, paciencia. ¿Acaso piensas que  eres tú el primero que ha venido hasta aquí haciendo cientos de preguntas? – contestó Gerard.

- No creo.

- Pues yo si he visto cientos de personas, con cientos de preguntas sin respuestas, por desgracia. Así que nosotros de momento vamos de maravilla.

- Mirándolo bien llevamos dos días completos mirando fichas y recabando datos. Hemos conseguido hasta ahora dos posibles hombres y según mis conclusiones, me falta uno más… por lo menos.

- Así me gusta, que ambos seáis chicos optimistas – dijo Marianne – Ahora al salón que he preparado ya la merienda-cena, que sé que los españoles sois de los que cenáis tarde y no quiero obligarte...

- Tal y como cocinas Marianne, yo como a cualquier hora. – la contesté poniendo cara de chico bueno ante la mirada de Gerard que nuevamente me reprobaba diciéndome.

- ¡Pelota!

Encogí los hombros y me tiré como los tigres a la mesa.

Las horas que pasaba en la oficina buscando y buscando me abrían el apetito.

Aquella noche departimos sobre España, mis amigos, mi trabajo y la obsesión que me había traído hasta aquel remoto y olvidado lugar de Rothau. Por supuesto, invité a Marianne y Gerard a pasar por Madrid, donde yo seria su anfitrión. Prometieron que a la primera oportunidad que tuvieran lo harían encantados.

Aquella era una pareja curiosa. Gente rodada pero llena de vitalidad y con el corazón lleno de sentimientos nobles y puros.

Al igual que la noche anterior me retiré a dormir pronto, no sin antes quedar nuevamente con Gerard a primera hora para continuar la labor. Ya incluso sabia que no hacia falta decir nada. Gerard y Marianne cuando yo me levantara, estarían ambos dispuestos. Marianne a sus faenas habituales, la buena mujer. Gerard aguardando impaciente que comenzáramos otra jornada.

Nuevamente el apetecible desayuno que habia preparado Marianne me llenó el hueco del estómago que no paraba de rugir a primera hora de la mañana. Bollería y café satisfacían por demás las exigencias de cualquiera.

Cogimos el coche y nos pusimos camino hacia el Campo de Concentración. Cuando llegamos a las puertas pudimos ver que Alain Duple ya había llegado a las instalaciones y estaba abriendo la puerta de entrada.

- Buenos días Señores. ¿Cómo marchan las cosas? ¿Puedo ayudarles?

- Buenos días Alain – contestamos casi al unísono ambos.

- Si quieres y estás dispuesto a revisar ficha a ficha con nosotros, ya sabes, tenemos sitio donde colocarte – le dijo Gerard.

- Claro, claro y mientras tanto... ¿del Museo quién se ocupa, amigo mío?

- ¡Ah! No haberte ofrecido tan de buen gusto… así, a primera hora de la mañana.

- Te lo tomas todo al pie de la letra. Menos mal que te conozco… ¿Pero que va a pensar de mí Ramón? – comentó Alain mirándome.

- Pues que te apetece muy poco ponerte a revisar unas 22.000 fichas a mano, una por una, y menos a estas horas de la mañana. – le dije.

- Parece que me conoces bien en los pocos días que llevas entre nosotros, Ramón – me contestó Alain con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.

- Hala pues, cada mochuelo a su olivo – comentó entonces Gerard, sin saber cómo tomarnos el comentario ni Alain ni yo, cruzándonos una mirada entre ambos y una sonrisa como resumen del comentario.

Nos dispusimos a lanzarnos nuevamente en busca de la ficha perdida y localizar a los prisioneros que buscábamos lo antes que nos fuera posible. Si es que estaban sus datos entre aquel montón de fichas…

Casi había pasado toda la mañana cuando Gerard esbozó una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Yo levanté en aquel momento la mirada del montón de fichas en el que andaba buscando y pude ver su cara de alegría de medio lado.

- Lo tengo… ven aquí – fueron sus palabras.

- ¿Que tienes el qué, Gerard?

- Creo que es el eslabón perdido del que hablábamos ayer, mira.

Puso sobre su mesa la ficha y ambos comenzamos a leer los datos que figuraban en ella:

“Marcelino Esteve Ruiz – nacido el 17 de noviembre de 1.906 en Calahorra (La Rioja) España – profesión: Ingeniero de Comunicaciones – destino: Unidad de Comunicaciones Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759393 – Republicano Español.”

Nos miramos durante un instante en silencio y nos fundimos en un abrazo de alegría, conscientes de que aquel hombre era realmente uno de los que me había llevado hasta allí, e incluso la persona que tuvo posibilidades reales de enviar aquel extraño y misterioso mensaje.

- Es la persona que encaja en este rompecabezas. El es el hombre que estábamos buscando como locos, Gerard.

- Eso creo Ramón. Este hombre, según indica su ficha, sí tenía posibilidades de acceder a los sistemas de comunicación de este Campo de Concentración. Y si no te has dado cuenta, su número de prisionero tatuado es justo el que se sitúa entre el primero que encontramos, Jesús, y el portugués de la segunda ficha que encontramos más tarde, Francisco Feijoo.

- Y además hemos conseguido aclarar dos cosas más. La primera es que sólo nos queda por localizar al último hombre que figura en el mensaje, ese tal Serafín o, al menos, eso creo, porque con la sorpresa del portugués no contábamos. Además, para alegría mía, ya conozco hasta el lugar hacia el que se encaminó ese tal Serafín cuando recibió el mensaje, si es que lo recibió: Calahorra.

- Eso lo sabremos a ciencia cierta, cuando demos la vuelta a esa ficha que tienes en la mano. – me comento Gerard.

- No. Ya sabes lo que te prometí… hasta que no aparezcan todos los hombres que buscamos, no daremos la vuelta a sus fichas para saber qué ha sido de ellos y para saber,  realmente, si toda esta aventura no empieza y termina aquí. Dios quiera que no terminara antes de empezar. Ahora vamos a seguir el procedimiento habitual, fotocopia de la ficha, meto los datos al ordenador y nos ponemos nuevamente a la faena, que aun nos queda por localizar al tal Serafín y con ello terminamos…

- Voy raudo a hacer la fotocopia y regreso para continuar.

- Gracias, Gerard.

- Gracias a ti por abrir las puertas y haber desempolvado el viejo armario de mi alma… - contestó saliendo por la puerta.

Me quede tirado pensando el trabajo que me estaban dando aquellos españoles desconocidos, que por una cuestión del destino habían entrado en mi vida. Coloqué las tres fichas sobre la mesa junto a la copia del mensaje cifrado que encontré en Paris e intenté hacer el resumen de ideas, intentando aclarar qué había conseguido hasta el momento. Otra conclusión era que no sabía lo que se habían traído entre manos aquellos españoles y un portugués, pero que se suponía que el tal Serafín había conseguido escapar de aquel Campo de Concentración y por ello le enviaban un mensaje diciéndole que un tal Friederich Ulm había salido en su busca y captura. Pero, ¿consiguió librarse? ¿Hasta dónde llegó?... demasiadas preguntas que debían empezar a tener una respuesta. Todo esto si aparecía la ficha del tal Serafín…

El sonido de la puerta fue el que me aclaró las ideas y me devolvió a la realidad. Era Gerard que regresaba con la fotocopia. Se dio cuenta que andaba metido en mil ideas que revoloteaban a mi alrededor.

- ¿Qué andas pensando? – me preguntó.

- Lo cerca que andamos. Tanto viaje y tanto trabajo para vete a saber qué consecuencias. Me da algo de miedo conocer la verdad…

- Bueno, sea lo que sea, si esta aventura sale mas allá de las puertas de Natzweiler-Struthof… me mantendrás informado ¿verdad? – preguntó.

Sonreí mirándole a la cara de buena persona que tenía, marcada por la vida y el odio, pero con el rostro sin rencor.

- Tú y Marianne seréis los primeros en saber la verdad, o el desenlace, si esto llega a algo…

Le pasé la mano por encima del hombro y al ver mi gesto, me dijo:

- Venga déjate de mimos y vamos a buscar a Serafín.

Dicho y hecho, nos lanzamos como posesos a terminar la faena, buscando los datos del hombre que cerraba aquella historia.

Perdimos el día entero y no conseguimos ningún dato más sobre algún otro español y tampoco sobre Serafín.

Nos retiramos aquella tarde con la extraña sensación de habernos aproximado un poco  más al objetivo, pero sin llegar a conseguirlo del todo.

También nos preocupaba la cantidad de fichas que nos quedaban por repasar. Aquella cantidad nos suponía, como mucho, media jornada mas de trabajo y si Serafín u otro español no aparecían en aquella montonera de fichas, era o porque no existían datos sobre ellos, con lo que se me complicaba la posible investigación, o habíamos pasado de largo la ficha, con lo que nos tocaría volver a revisar la montaña de datos, nuevamente de principio a fin, complicándose todo.

Marianne, cuando llegamos a casa, debió de notarnos las dudas en la cara y preguntó incesantemente a ambos como nos marchaban las cosas. Las dudas que se generaban ante la situación que vivíamos tras tanto trabajo, no nos hacían ser resolutivos a la hora de darle una respuesta a Marianne.

- Vamos a ver muchachos, cónclave… - nos llamó al orden a ambos.

- ¿Qué ocurre? – volvió a preguntarnos nuevamente en busca de la respuesta que no llegó en la primera ocasión.

- Andamos cerca, Marianne y eso nos genera a ambos dudas y preocupación sobre cómo va a terminar todo esto… - le dije.

- Pues ¡cómo queréis que termine!. De maravilla. La historia de miles de personas que nadie ha recordado durante años, han pasado por vuestras manos. Cada una de esas fichas es la vida de un ser humano que quizá cayó en el olvido para siempre, sin que sus familias tengan conocimiento de lo que fue de él. Vosotros dos, cabezones, habéis destapado ese tarro, dejando que entre aire fresco y de esa manera nadie olvide lo que pasó en el Campo de Concentración. Que consigáis encontrar a todos los que buscáis, no es más que un objetivo. Vosotros ya sabéis que hubo unos españoles que sufrieron, vivieron o murieron en este lugar y con esa información yo ya me daría por contento. Regresaría a mi casa, si no consigo nada más, hablaría con orgullo de unos hombres que dieron, con valentía, su vida por unos principios.

Nos miramos Gerard y yo con cara incrédula. Marianne tenía el don de la palabra oportuna, consiguiendo que todo se transformara a su alrededor en optimismo e ilusión.

- Entiendes ahora por que me quedé aquí, amigo Ramón. Por ella.

- Mereció la pena, Gerard. Mereció la pena.

Aquellas palabras nos infundieron la calma necesaria para que pudiéramos afrontar el día siguiente plenos de optimismo e ilusión.

Así lo hicimos, madrugamos como siempre, desayunamos ambos junto a Marianne y cuando salimos camino del Campo de Concentración, Marianne nos plantó dos besos en la mejilla a cada uno y partimos con la sensación de un final cercano.

Nos pusimos pronto a la búsqueda de la ficha de Serafín, intentando cerrar el círculo lo antes que nos fuera posible, pero la cosa se fue complicando poco a poco. A medida que veíamos bajar la cantidad de fichas que nos quedaban por revisar, nuestra desesperación crecía, olvidando las palabras que Marianne nos había dicho.

Tras cuatro horas de búsqueda y cuando nos quedaban por revisar unas cien fichas solamente, Gerard fue quien se topó con la ficha del hombre que nos había llevado hasta allí.

- Ramón, ¡aquí está! – gritó, levantándose del asiento y saltando de alegría. – pero… ¡aquí hay otra ficha, pegada a ésta!

Acudí como el rayo junto a su vera y entre los nervios, los abrazos y los saltos no éramos capaces de atisbar los datos de las fichas. Le temblaba tanto el pulso que tuve que decirle que dejara las fichas sobre la mesa.

Hice entonces un primer intento de separar ambas fichas y leer los datos, pero me di cuenta que ese honor debía cedérselo al hombre que había colaborado desinteresadamente conmigo, día a día, para encontrar lo que venia buscando.

- Todo tuyo, Gerard. El honor te toca a tí y Dios quiera que sean el o los hombres que buscamos.

Se secó la comisura de los labios, presa de los nervios, y separó ambas fichas tirando con suavidad  para evitar que se rompiese ninguna de las dos. Una vez libres una de la otra, comenzó a leer la primera ficha.

- “Serafín Cifuentes Pigazos - Nacido el 1 de febrero de 1.912 en Caravaca de la Cruz (Murcia) España – Profesión: Abogado – Destino: Unidad Servicios de Mantenimiento Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 3813/157 – Republicano Español.”

Ambos nos miramos atónitos, sorprendidos, pues había cosas que indicaban claramente que debía ser el hombre que buscábamos, pero su número de prisionero nos descabalaba las ideas preconcebidas.

- Tiene que ser él… ¿No te parece, Gerard?

- Creo que sí pero, ya sabes, ahora son todo dudas. ¿Y ese número de prisionero que te parece a ti? ¿No coincide con los otros, verdad? – me preguntaba mirándome.

- No lo sé. Me estoy liando con tanto jaleo.

- Vale. Qué hago ahora… ¿Leo la segunda ficha, la que estaba pegada?

- Sí, sí. Mira a ver quién es… - le contesté.

- “Samuel Llevia – Nacido el 18 de Abril de 1897 en Mechelen (Bélgica) – Profesión: Rabino-Médico – Destino: Servicio Médico Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759395 – Sefardí Español”.

Aquello nos volvío un poco más locos e incrédulos de lo que ya estábamos. Otro nombre que unir al grupo y encima un Sefardí. ¿Qué pintaba aquel hombre en toda esta historia?

- ¿Te has dado cuenta Ramón que su número es correlativo?

Con un gesto de la cabeza le dije que sí, luego me eché las manos a la cabeza para sujetar tanta información contenida en tan poco tiempo.

- Bien, tranquilicémonos, como dice Marianne. Vamos a dejar estas dos fichas aquí apartadas del resto y terminamos de buscar entre las pocas fichas que quedan ya. Para asegurarnos que no queda otro Serafín. ¿Te parece?.

Nuevamente asentí con la cabeza y nos pusimos en la faena de terminar de ver las pocas fichas que nos quedaban. Tardamos unos diez minutos más en terminar de revisar la totalidad.

Cuando terminamos, Gerard incrédulo y nervioso, se marchó a hacer la correspondiente fotocopia de la fichas. Yo me quedé, mientras tanto, colocando sobre la mesa, todas las fotocopias que ya teniamos de las fichas que habíamos encontrado y observando los datos de la parte frontal de la ficha. En pocos minutos daríamos la vuelta a aquellas fichas y sabríamos con certeza qué había sido de aquellos hombres…

Cuando regresó con las fotocopias y las fichas, le acompañaba Alain Duple. Este entró junto a Gerard y me preguntó:

- Me ha dicho Gerard que ya habéis terminado de revisar las fichas y vais a ver que ha sido de ellos… ¿os importa que esté con vosotros?

- Por supuesto, Alain. Encantados. Siéntate – le contesté.

Gerard me paso las dos fotocopias y las coloqué, junto con el resto, con cuidado sobre la mesa. Cinco nombres, cinco prisioneros, una sola historia…

Revisamos con cuidado todos los datos de la parte frontal buscando la lógica. No fue difícil de encontrar el nexo común entre aquellos hombres: sus números de prisioneros.

Optamos por colocarlos en orden y dejamos al único que no tenía número correlativo con el resto como el ultimo en colocar.

El resumen era el siguiente:

1º - “Francisco Feijoo Da Pinto – nacido el 29 de julio de 1.913 en Lisboa (Portugal) – profesión: Marino Mercante – destino: Unidad Servicios de Mantenimiento Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759392 – Republicano Portugués.”

2º - “Marcelino Esteve Ruiz – nacido el 17 de noviembre de 1.906 en Calahorra (La Rioja) España – profesión: Ingeniero de Comunicaciones – destino: Unidad de Comunicaciones Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759393 – Republicano Español.”

3º - “Jesús Rebollo Merodio – nacido el 3 de Mayo de 1.910 en Belmonte de San José (Teruel) España – profesión: Médico-Dentista – destino: Servicio Médico Natzweiler-Struthof. - Prisionero tatuado nº 88/759394 – Republicano Español”.

4º - “Samuel Llevia – Nacido el 18 de Abril de 1897 en Mechelen (Bélgica) – Profesión: Rabino/Sanitario – destino: Servicio Médico Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 88/759395 – Sefardí Español”.

5º - “Serafín Cifuentes Pigazos - nacido el 1 de febrero de 1.912 en Caravaca de la Cruz (Murcia) España – profesión: Abogado – destino: Unidad Servicios de Mantenimiento Natzweiler-Struthof - Prisionero tatuado nº 3813/157 – Republicano Español.”

Permanecimos los tres un momento observando las fichas. Miré el rostro de Gerard y éste me hizo un gesto afirmativo con la cabeza, diciéndome: “adelante”.

Hice girar las 5 fotocopias de las fichas a la vez, hasta dejar su parte trasera boca arriba.

Se hizo un silencio que nos envolvió a los tres… como si la sala súbitamente se hubiera quedado vacía de ideas e ilusiones.

Alain Duple fue quien rompió el gélido silencio, diciendo:

- ¡Dios mío!

miércoles, 24 de febrero de 2016

la dignidad de los sefardies - capitulo 6


la dignidad de los sefardies

Capítulo 6
Durante los siguientes meses, siguieron llegando prisioneros a Natzweiler-Struthof y cada vez llegaban en peores condiciones. Eran, en su mayoría, franceses y polacos.
Samuel se fue adaptando poco a poco a nuestra forma de sobrevivir, a las continuas perrerías y maltratos del Arbeitsdienfuhrer y a la dureza del Campo de Concentración. Descubrió que, aún en aquellas condiciones, intentar sobrevivir merecía la pena.
Nosotros nos adaptamos a su fe, su ilusión y a sus bendiciones y tradiciones hebreas, que aunque nosotros tres éramos rojos y ateos, nos reconfortaban el alma. Al fin y al cabo no nos podía hacer ningún daño que el bueno de Samuel rezara por todos nosotros.
Una noche, en el barracón, le pregunté a Samuel sobre su fe y su Dios. Le insisti si no era el mismo Dios que el resto de las religiones, lo llamaran Buda, Dios o como quisieran.
- Te confundes amigo Serafín. Te confundes y te lo demostraré. Siempre he dicho que los hombres inteligentes se forman estudiando o haciendo preguntas para que alguien se las aclare. Tu inteligencia es de ese tipo y yo, tu amigo Samuel, te lo voy a aclarar. Veras, Serafín, el pueblo de Israel o judío, es el pueblo elegido de Dios. Nosotros no buscamos a Dios, fue el quien nos eligió a nosotros. Abandonamos nuestras tierras y nos encaminamos a una tierra libre llamada Canaán o Israel. Nuestro Rey en aquellos años era David, por eso, la estrella que simboliza a los judíos o hebreos, es la estrella de David. Dos personajes simbolizan nuestra religión: Abraham, que es nombrado por Dios, antepasado por excelencia, padre, patriarca y héroe, descendiente de uno de los hijos de Noé, superviviente del gran diluvio y, por otro lado, Moisés, que fue quien nos salvo de la esclavitud en Egipto, lideró a mi pueblo por el paso del desierto y recibió la “Torá” de manos del Señor en el Monte Sinai.
- Pero yo, Samuel, he leído mucho en la religión cristiana sobre lo que me cuentas…
- Por supuesto Serafín, pero cada hermano es muy libre de tomar el camino que desee aunque éste no sea el acertado. Nosotros seguimos fieles a la Torá, que son los cinco primeros libros de la Biblia, a la Misná, que significa en hebreo instrucción y es una recopilación de las leyes e interpretaciones religiosas hechas por los maestros hebreos y, finalmente, al Talmud, que es la parte legislativa, las leyendas, las anécdotas de la Torá a través del compendio de la Misná. ¿Me sigues?
- Sí, sí, continúa por favor… - replique.
Samuel no se había percatado mientras hablaba, de que se habían ido aproximando compañeros del barracón a oír sus palabras, arremolinándose a su alrededor, unos por simpatía, otros por curiosidad y ansia de saber, algún que otro por afinidad religiosa.
- La Torá ocupa el lugar máximo en la sinagoga, que es nuestro templo o iglesia, pues en ella está la base de nuestra religión. Para que lo entiendas, es una reina a la que se adora y atavía. La Torá se soporta sobre unas guías, llamadas “es ha-jayim” que significa el árbol de la vida y éstas giran para leer y enrollar la Torá. Como la Torá es un texto sagrado no se puede tocar con la mano al leerlo, pues se impurificaría, nosotros utilizamos un “yad” o puntero, en forma de mano normalmente, para señalar la línea de lectura. Habitualmente estas dos piezas de la Torá son de metales y piedras preciosas.
- Pero entonces, algunas creencias son comunes con los cristianos… ¿No? -  le preguntó Marcelino, también interesado en el tema.
- Sí, os lo repito. Pero la diferencia estriba en la interpretación y en seguir unos principios de fe. Nosotros creemos en Dios como máximo exponente religioso. Los cristianos creen en la figura de Jesús, mitificando sobremanera a un humano. Otro de nuestros principios es que creemos que allí dónde hay 10 hombres judíos para rezar, hay una sinagoga.
- De ésas hay unas cuantas en España, Samuel. – Le dijo Jesús.
- Hay unas cuantas en Sefarad, sí señor. Sinagogas, esperanzas, Torá e ilusiones quedaron en Sefarad a miles, por un estúpido edicto de los Reyes Católicos…
- Granada, 31 de Marzo de 1492 – le contesté.
- Me sorprendes, Serafín, con tus conocimientos – me dijo con una amplia sonrisa.
- España abría en aquella época las puertas a un nuevo mundo y se las cerraba a su propia gente y su propia historia… - afirmé.
- Sabias palabras. Yo, personalmente, daría cualquier cosa porque mi gente pudiera volver a Sefarad. Incluso me gustaría morir allí… - dijo aganchando la cabeza.
Se hizo un silencio que nos envolvió a todos los presentes. Sus palabras calaban hondo.
- Pues claro, en cuanto esto termine nos vamos a marchar todos a Sefarad, primero, a vivir, después, si es menester, a morir – le dijo Marcelino rompiendo el hielo. – Pero venga, síguenos contando cosas de los hebreos Samuel…
- ¡Que más deciros!. No sé… ¡Nuestro día sagrado por excelencia es el Sabat, lo que todos conocemos por el sábado. En ese día tenemos prohibidas todas las actividades, tanto laborales como domesticas. Es un día dedicado a la oración y el estudio de la Torá. Somos los varones los que tenemos la principal obligación religiosa, el Sabat, mientras nuestras mujeres ultiman los preparativos para la cena. Tantas y tantas cosas os podría contar…
¡Ah!. Sí, otra cosa muy importante que contaros, algunos incluso ya lo sabéis – se agachó sobre las mantas de su cama y saco de allí su apreciado Kipá –, ésto sirve para identificar a los hebreos o judíos, es el llamado Kipá y marca el territorio donde Dios los es todo, que es todo el espacio por encima del kipá y donde yo no dejo de ser un insignificante hombre que está por debajo de éste…
- Tu no eres insignificante Samuel – le dije intentando animarle.
- Perdón Samuel… ¿Te puedo hacer yo una pregunta? – era Francisco Feijoo el que esta vez se atrevía a interrogarle – Entonces, los hebreos sois gente sin tierra, ni patria ¿No?
- Tenemos tierra y patria, amigo Francisco. Tenemos la tierra de Canaán e Israel que son las tierras que nuestro Dios nos ha prometido. Otra cosa es que estén ocupadas por infieles, pero tarde o temprano podremos unirnos todos los hebreos al amparo de una bandera y una religión…
Estaba claro que Samuel era hombre de ideas fijas y claras y con esas ideas acabarían sus días. Después de un silencio nuevamente nos comentó a todos los presentes:
- Pero si hay algo que añoro más que Sefarad y la tierra prometida, eso es mi familia, de la que no se nada desde hace ya casi un año. Sólo le pido a Yahvé que hayan tenido la misma suerte que yo al caer entre tan buena gente.
- Seguro que sí, Samuel – le contesté.
- Seguro que sí – me contestó y se acurrucó en su cama, hundiéndose en los recuerdos y la añoranza de su familia.
Aquel hombre tenía el corazón partido entre la ausencia de su familia y de su tierra. Tan sólo el recogimiento espiritual le ofrecía paz. Nosotros no dudábamos en ayudarle.
Aquella noche cuando todos se habían acostado, Jesús nuevamente volvió a vomitar…
El resto de los que formábamos el grupo habitual, nos volvimos a tapar la cabeza intentando no escuchar su sufrimiento noche tras noche.
Samuel, en numerosas ocasiones, intentó consolar y tranquilizar a Jesús para evitar que se destrozara el estómago. Jesús nos respondía a todos con una frase que nos sorprendía y aturdía:
- Amigos, lo que a mí me quita la vida a otros se la dignifica.
No volvimos a comentarle nada ante la extrañas respuesta, pero soportábamos, sufriendo, sus vómitos.
Marcelino continuaba con las tareas habituales de transmisión de mensajes codificados y reparación de los equipos de comunicación y se obsesionaba sabiendo que, como parte conocedora de los secretos alemanes de comunicación, jamás saldría de allí con vida. Por ello, aprovechaba cada receso para poner al día los datos de los prisioneros y duplicar las fichas y esconderlas, porque también tenía claro que, llegado el momento en que los aliados descubrieran aquel Campo de Concentración, los nazis no tardarían nada en destruir todos los documentos que les pudieran comprometer con las barbaries que ocurrían en aquel lugar. Las fichas de Marcelino quizá pudieran resultar una parte esencial para que la gente que había llegado hasta aquel Campo, a vivir o a morir, no quedara para siempre jamás en el olvido.
Francisco Feijoo y yo continuábamos con las tareas de limpieza y reparación de los exteriores del Campo. Bajo el frío, bajo el calor sofocante, bajo el hambre pudimos los dos ver como caían muchos de los compañeros de labor y, por suerte o fortuna, la sombra de la muerte no nos había tocado ni a Francisco, ni a mi.
Friederich Ulm continúo matando, presionando y torturando a diestro y siniestro.
Para Jesús y Samuel la hecatombe final llego pocos meses mas tarde, cuando Friederich Ulm les comentó que los Servicios Médicos del Campo tenían previsto realizar, en un plazo de unos meses, para la Universidad de Estrasburgo, un estudio antropológico sin parangón en el cúal se demostraría la superioridad de la raza aria. Para ello sería necesario el sacrificio de unos cuantos judíos.
Friederich Ulm sonrió al ver la cara de ambos y pasándoles el brazo por encima de los hombros a ambos, les felicitó por tener la suerte de hacer grande la historia de Alemania, aunque lo que en realidad hacía era meter el dedo en la llaga, conocedor del carácter de ambos.
Aquello significaba tener que ver como se gaseaba a pobres inocentes y ver incluso las disecciones de estos “en pro de la ciencia”.
Sufrir recogiendo los cadáveres, ya no de los que morían de hambre y agotamiento cada mañana, sino de aquéllos que los alemanes consideraran aptos para demostrar lo indemostrable en nombre de la ciencia. Pura miseria.
Y después de recogerlos, amontonarlos y comprobar su fallecimiento, verificar uno por uno que no se marcharan al otro mundo con oro o cualquier otro metal en los dientes.
Realmente, Jesús era quien realizaba aquella dura tarea de tener que abrir las bocas y arrancarles los dientes mientras el Arbeitsdienfuhrer no estuviera presente. Mientras tanto, Samuel daba la Semá o bendición entre los que ya no podían responderle, pero él con paciencia divina iba cerrándoles a todos los ojos, siendo el último punto de conexión entre aquellos hebreos y los brazos de Dios. Eso sí, cuando aparecía en las proximidades la figura de Friederich Ulm tomaba los alicates en la mano y arrancaba los dientes como lo hacia Jesús, cayéndosele el alma en cada operación.
Y Jesús, por las noches, vomitaba incesantemente.
Llegó por aquella época un convoy de soldados franceses de la resistencia a los cuales el  Arbeitsdienfuhrer trataba con especial crudeza, matándoles poco a poco mediante trabajos durísimos y haciéndoles sufrir de hambre todos los días.
Lo recuerdo especialmente, porque la patrulla de limpieza de cocinas una de las tardes, sacando los desechos de los comedores de los soldados alemanes tropezaron y toda la basura cayó por la pendiente en la que estaba ubicado el Campo de Concentración. Los hombres destrozados que estaban alrededor se arrojaban como alimañas sobre los restos de la comida, matándose entre ellos por conseguir un maldito bocado de porquería que alimentara sus desdichados cuerpos.
Cómo no, viendo la escena apareció la negra sombra de Friederich Ulm, que se negaba en rotundo a que aquella gente tuviera derecho aunque fuera a dar un bocado sobre la basura. Gritaba como un poseso, intentando separar a la jauría de hombres desesperados que se tiraban unos sobre otros para conseguir algo entre la basura que llevarse a la boca.
Ciego de ira sacó el arma y disparó a todo lo que se movía a su alrededor, matando a muchos de los prisioneros que se arremolinaban sobre los restos de basura.
Con los disparos muchos dieron marcha atrás en el intento, pero cómo no, Friederich Ulm no contento con lo sucedido y con la carnicería producida por los disparos lanzados sobre aquellos desgraciados, levantó su mano señalando a los dos hombres que transportaban el cubo de comida que se había caído.
- ¡ Ilr zwei an den Galgen!…
Vosotros dos, a la horca, les gritó, mientras hacía el gesto a los soldados alemanes presentes para que los llevaran a la visita de la soga.
- El escarmiento os hará más fuertes al resto – gritaba a continuación en alemán.
Mandó a los que estaban alrededor que recogieran todos los cadáveres y los llevaran al crematorio, no sin antes haber hecho una señal a Jesús y Samuel para que retiraran lo que tuvieran de valor para el ejército nazi.
Nos ordenó a todos los presentes que quedábamos, que fuéramos encaminándonos con paso rápido hasta donde se encontraba la horca. Quería que viéramos otra más de sus locas tropelías, por lo que dio las órdenes precisas a otro grupo de soldados para que nos obligaran a ir hasta el lugar indicado.
Luego acompañó personalmente al grupo de soldados alemanes que había detenido a los dos pobres desgraciados que él había señalado, para comprobar que se cumplían sus órdenes.
Colgó a ambos de la horca sin pestañear, dando una patada a la caja en la que ambos se habían subido, de tal manera que no morían realmente ahorcados, sino asfixiados ya que la cuerda era muy corta.
Todos los prisioneros que estábamos presentes tuvimos que comprobar horrorizados cómo se prolongaba la agonía de los dos prisioneros colgados de aquella maldita soga.
Friederich Ulm personalmente había pateado la caja que los sostenía a la vida.
Tras comprobar que estaban muertos, Friederich Ulm indicó a Jesús y Samuel que bajaran el primer cuerpo. Después, cuando iban a retirar el cuerpo del segundo hombre, el Arbeitsdienfuhrer proclamó en voz alta que prefería que lo dejáramos  allí en lo alto, para público escarmiento de todos los judíos de aquel Campo.
Nos habíamos planteado en mas de una ocasión intentar fugarnos de aquel lugar, pero los intentos anteriores de otros compañeros o prisioneros habían tenido éxito en excepcionales ocasiones. Aún así, nosotros lo planteamos infinidad de veces.
El mejor resumen es que quizá era mejor dejarse la vida en el intento y acabar con el sufrimiento de una vez por todas. Primero la Guerra Civil española, ahora la II Guerra Mundial. Demasiadas guerras para mentes cansadas y cuerpos destrozados.
A la mañana siguiente, Samuel y Jesús se dispusieron a pasar con la carretilla de la muerte, así era como la llamábamos los prisioneros, para recoger los cadáveres que esa noche había vuelto a dejar y como ellos dos venían haciendo todos los días.                .
Algunas veces, mirábamos los cuerpos inertes con una mezcla de dulzura y envidia. Al fin y al cabo, el sufrimiento para ellos había terminado y aquel último viaje no era lo peor que le podía pasar a un ser humano, sino el camino que teníamos que recorrer de vejaciones y necesidades hasta llegar a ello.
Cuando se dirigían hacia el crematorio, pasando primeramente por el Servicio Médico, se acordaron del pobre desgraciado que pendía de la horca desde el día anterior y fueron en su busca. 
Antes de ello colocaron los cadáveres en el ascensor que les conduciría al primer piso donde estaba el horno crematorio. A ellos, encargados de recoger los cadáveres solo les cabía el honor de acompañarlos hasta aquel lugar, el resto del viaje era sólo “un privilegio de los muertos”.
Regresaron ambos ya con el carro vació hasta la horca y Jesús con paciencia, volvió a colocar el cajón en su lugar y soltó totalmente la soga para que Samuel, con el cuidado que le caracterizaba, tomara el cuerpo inerte de aquel hombre en brazos y lo descendiera suavemente sobre el duro y frío suelo.
Jesús tras colocar nuevamente en su lugar la soga, bajo del cajón. Samuel procedía a cerrar los ojos del fallecido y otorgarle por voluntad propia, la Semá.
Mientras Samuel procedía con el ritual, Jesús se arrodilló a su lado y ambos juntos despidieron a aquel desconocido en su último viaje.
Subitamente, como aparecida de la nada, vieron una sombra a sus espaldas, pero temerosos, no osaron levantar la cabeza para ver de quien se trataba.
- ¿Qué están haciendo mis cachorros sin mi permiso?
La voz de Friederich Ulm retumbaba en la cabeza de ambos como un castigo. No fueron capaces de articular palabra, ni tan siquiera moverse, tan sólo comenzaron ambos a llorar.
- ¿Acaso os he dicho yo que había que descolgarlos de la horca? Judíos de mierda. Os voy a enseñar un lugar que no habéis visitado aún en el Campo…y no os perdono ni una más, la próxima os columpio en la horca.
Hizo una señal a unos soldados que le seguían y éstos ataron las manos de Samuel y Jesús a la espalda mientras los conducían a una zona donde existía un barracón grande  que llamaban el “bunker”.
Ninguno de nosotros había tenido oportunidad, ni quería tenerla, de ver lo que había en su interior hasta aquel momento. Los gritos de dolor que salían desde su interior se podían escuchar algunas noches. Jamás nos atrevimos a preguntar qué era aquel lugar, hasta que Jesús y Samuel lo conocieron en sus propias carnes.
Friederich Ulm los introdujo al interior y el primero en soportar el castigo fue Samuel.
Lo colocaron sobre lo que ellos llamaban un “caballo de apaleamiento”. Doblaron su cuerpo, exponiendo la espalda al aire. Atado de pies y manos a aquel artilugio solo quedaba soportar el dolor.
Friederich Ulm le dio un último aviso a Samuel:
- ¡Cuenta en alemán mientras te golpeo, porque si no empiezo la cuenta de nuevo! ¿Entendido, Samuel?
Con un gesto de su cabeza en la posición en la que estaba, Samuel contestó afirmativamente al Arbeitdiensfuhrer.
Friederich Ulm levantó en alto la fusta y golpeó con ira a Samuel en la espalda mientras le decía:
- ¡Ein! No te escucho, Samuel.
Samuel respondió repitiendo el número en alemán, apretando los dientes y soportando el dolor.
- ¡Zwei! No te oigo, Samuel – le gritaba Friederich Ulm.
Samuel respondió gritando con fiereza el número dos, intentando soportar el dolor. Y así continuó respondiendo con fuerza, golpe tras golpe hasta un total de 20 azotes que le propinó el Arbeitdiensfuhrer.
Cuando le soltaron del caballo de tortura cayó como una madeja desvencijada sobre el suelo. Friederich Ulm ordenó que lo levantaran y sentaran para que pudiera presenciar el mismo castigo en su amigo Jesús.
Repitió la misma operación con Jesús, dejando a ambos destrozados. Después del castigo, se lavó las manos y la cara en una palangana que le habían aproximado y comentó a Jesús y Samuel:
- Es el último aviso que os doy. La próxima no seré tan benevolente con vosotros. Sois algo especial para mí pues lleváis mis marcas, pero si os torcéis del camino designado, ya sabéis... –.
A continuación ordenó a los soldados presentes:
– Ponedlos a ambos tres días en una de las celdas de aislamiento individual
Aquel lugar supimos tiempo después por boca de ambos, que consistía en una celda donde por su estrechez sólo podías permanecer en pie todo el tiempo. No podías agacharte. Allí permanecieron los tres días que Friederich Ulm indicó y cuando regresaron de nuevo junto a nosotros, no parecían ser los mismos hombres.
Tuvieron suerte de pertenecer al Servicio Médico, pues sus cicatrices pudieron ser tratadas con rapidez antes de que se infectaran, una vez salieron del bunker de castigo.
Lo peor de todo no era el castigo, sino la sensación que teníamos todos de que el Arbeitdiensfuhrer ya tenía entre ojo y ojo a Jesús y Samuel, de manera que cualquier excusa o fallo por parte de ambos, justificaría su asesinato por las propias manos de Friederich Ulm…