miércoles, 6 de julio de 2016

GRACIAS A TODOS Y POR TODO....

GRACIAS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
a todos, absolutamente todos....
por vuestro incondicional apoyo, por vuestra presencia, por el entusiasmo, por la ilusion compartida, por no dejar de creer en este proyecto, por miles de cosas gracias....
ahora queda que la novela corra libre como el viento y que llegue hasta donde quiera (no sera muy lejos, solo quedan unas 55 ejemplares en las plataforma de distribucion)
Gracias por todo...


miércoles, 29 de junio de 2016

Llego el momento....

Buenas:
como todo en la vida, llego el momento. Un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para mi como creador. Este, si dios quiere, sera el primero de muchos en ver la luz (hay otro esperando en la estanteria) y otro durmiendo en "el anaquel de los genios". Que vaya todo adelante depende de vosotros.
Son 200 ejemplares solo.
70 de ellos a la venta en grandes superficies y pedidos online: http://www.libros.cc/La-dignidad-de-los-sefardies.htm ademas del formato electronico.
Espero veros mañana en la presentacion...
Todo vuestro...

jueves, 26 de mayo de 2016

Llego el momento....

Buenas a todos:
llego el ansiado momento. Parecia imposible pero ya esta aqui. En los proximos dias recibireis mas informacion de como, donde y en que lugar....
Friederich Ulm os vigila....






miércoles, 20 de abril de 2016

Buenas de nuevo:
Si algun@ creia que esto era flor de un dia o que sanseacabo, nada mas lejos de la realidad. Pronto vuelvo con una gran sorpresa, que espero os guste.
Gracias a todos los que habeis leido hasta aqui... que ya es mucho.
Friederich Ulm no ha hecho mas que empezar la guerra....
Nos veremos pronto

viernes, 4 de marzo de 2016

la dignidad de los sefardies - capitulo 9


la dignidad de los sefardies
Capítulo 9

Cuando Alain Duple gritó aquel ¡Dios mío!, yo caí derrumbado sobre la silla que me había dado reposo durante los últimos días, al comprobar la información que figuraba en la parte posterior de las fichas.

Gerard también se quedo vacio, como si la esperanza hubiera desaparecido súbitamente.

Tras un silencio de unos minutos, me levanté de la silla y le dije a Gerard que no podíamos perder más tiempo en lamentaciones y que ahora nos tocaba cotejar los datos que habíamos encontrado.

Cogí la primera ficha, que era la de Francisco Feijoo Da Pinto y ante Gerard y Alain Duple leí en voz alta los datos de los hombres a los que habíamos estado buscando con tanto empeño y cuál había sido su destino final.

Al principio, me tembló un poco la voz, a la vista de lo poco de luz y de lo mucho negativo que habíamos podido ver en las fichas de ellos.

En la parte delantera estaban los datos, de los cuales teníamos constancia, y en la parte  trasera figuraba la fecha de su ingreso en el Campo: el día 14 de febrero de 1942.

A renglón seguido indicaba su destino final en alemán: “muerto en intento de evasión” el día 11 de Junio de 1943.

Es decir que tras más de un año de sufrimientos, Francisco Feijoo no consiguió salir vivo de Natzweiler-Struthof. Al menos parecía que lo había intentado y ello le costó la vida. 

Deposité la ficha de Francisco Feijoo de nuevo sobre la mesa.

Tomé a continuación la ficha personal de Marcelino Esteve Ruiz, el segundo de nuestros hombres. Al igual que la primera la leí en voz alta. El Republicano, especialista en comunicaciones, había ingresado en Natzweiler-Struthof el mismo día que Francisco Feijoo el 14 de febrero de 1942 y su destino final indicaba “ahorcado” por orden de F. Ulm el día 12 de Junio de 1943.

- Gerard, Alain, os dáis cuenta. Francisco Feijoo no consiguió huir del Campo y justo un día después Friederich Ulm mandó ahorcar a Marcelino… ¡El mismo día que envió el mensaje de advertencia a Serafín y que yo encontré! – les comenté sobrecogido.

- Lo sabemos, Ramón. Hemos oído tantas historias acerca de la gente que hubo en este Campo que no te podrías creer la mitad de ellas – me contestó Alain Duple.

- ¡Y el que debe firmar esta orden de ahorcamiento es Friederich Ulm! Lo digo por las siglas.

Miré entonces a Gerard y éste permaneció con la cabeza agachada mientras me hacía gestos afirmativos con la cabeza, sin querer mirarme a los ojos.

Alain cuando vio la situación, me hizo un gesto con la mano para que continuara leyendo el resto de la información sobre aquellos hombres.

Tomé entre mis manos, temeroso, la ficha de Jesús Rebollo Merodio, el Dentista republicano. Comprobé que la fecha de ingreso en Natzweiler-Struthof era la misma que la de Francisco Feijoo y la de Marcelino, el día 14 de Febrero de 1942. A continuación comprobé que a Jesús le había aguardado el mismo destino que Marcelino, ahorcado por orden de F. Ulm el día 12 de Junio de 1943.

- Hemos leído mas de la mitad de las fichas y de momento, hemos perdido a todos los hombres que teníamos Ramón. Te das cuenta de lo cruel y terrible que era Friederich Ulm… ¿Verdad? Porque está claro que él fue quien dio órdenes de colgar a Marcelino y a Jesús. Eso esta claro, ¿no? – me decía Gerard, con el rostro descompuesto como la primera vez que le mencioné la palabra Arbeitdiensfuhrer.

- Continuemos. Quizá en estos dos hombres que nos quedan este la pista y la esperanza que necesitamos para continuar esta aventura – comenté intentando aportar la calma que necesitábamos desesperadamente.

- Continúa, Ramón, continúa.- me dijo Alain Duple con rostro serio y preocupado.

Deposité la ficha de Jesús sobre la mesa y tome entre las manos la de Samuel Llevia el rabino-Sanitario sefardí, leyendo sus datos en voz alta. Pude observar que su fecha de ingreso en el Campo de Concentración era posterior a la de Francisco Feijoo, Marcelino y Jesús.

Samuel había ingresado el día  27 de octubre de 1942 en el Campo de Concentración, o sea, unos meses más tarde que el resto de los hombres que teníamos delante, pero cuando continué leyendo la ficha, pude ver que Samuel había sido el primero de todos nuestros hombres en morir. Ocurrió el día 10 de junio de 1943. Figuraba como anotación “ejecutado por desobediencia” y la orden cómo no, era de Friederich Ulm. 

Miré al cielo clamando un poco de justicia ante tanta adversidad. No era normal que hubiera viajado tantos kilómetros para que ninguno de nuestros hombres hubiera conseguido escapar del horror. O, al menos, eso deseaba con lo más profundo de mi alma. Porque si no era así, ¿qué sentido tendría el mensaje que le enviaban? Otra cosa es que no hubiera conseguido llegar nunca a leerlo. Lo íbamos a comprobar a continuación.

Dejé la ficha de Samuel y tomé entre las manos la de Serafín.

En esta ocasión no hablé, tan sólo leí entre líneas antes de dar la información a Alain y Gerard, que aguardaban nerviosos.

Serafín había ingresado el mismo día que Marcelino, Jesús y Francisco Feijoo en el Campo de Concentración de Natzweiler-Struthof, el día 14 de febrero de 1942. Serafín, según indicaba su ficha a continuación, era considerado “evadido” del Campo de Concentración con fecha 11 de junio de 1943.

- ¡Evadido! ¡Evadido! - les grité a Alain y a Gerard.

Ambos saltaron como un resorte de sus sillas. Nos fundimos todos en un abrazo, gritando locos de alegría, como si la vida nos hubiera ido en todo aquello. Aquella alegría, gritos y abrazos reflejaban la incertidumbre y los malos ratos que habíamos pasado ante tanta duda acumulada.

Mientras tanto Alain tomó la ficha en sus manos y verificó que lo que yo decía era correcto. Su rostro se ilumino mientras leía.

Serafín Cifuentes Pigazos – ingreso 14 de febrero de 1942 – anotación: FLUCHTIG, día 11 de junio de 1943 “.

Fluchtig en alemán, era un preso fugado.

Un hueco a la esperanza asomaba por detrás de los nubarrones que nos habían perseguido en las últimas horas.

Nos sentamos los tres, pasado ya el rato de emociones, intentando recapitular y reconstruir lo que había ocurrido con ellos y cuál había sido el resultado final. Era necesario centrar las ideas y organizar el embrollo de datos que había.

- Bien. Tenemos absolutamente claro que dados los datos de ingreso y fallecimiento existió una relación directa entre todos ellos – comenté a Gerard y Alain duple, tomando un bolígrafo y anotando en un folio en blanco los siguientes datos, mientras hablaba con ambos.

- Veamos pues, lo que tenemos hasta ahora claro en toda esta montaña de datos.

1º - El primero en morir fue Samuel Llevia el día 10 de Junio de 1943, ejecutado por desobediencia por F. Ulm.

2º - El segundo en morir fue Francisco Feijoo al día siguiente el 11 de junio de 1943, pero indica que fue “muerto en intento de evasión” y ese mismo día Serafín Cifuentes Pigazos tiene anotado en su ficha personal que consiguió evadirse o huir indicándolo en su ficha como Fluchtig, preso fugado.        

3º - Al día siguiente, 12 de junio de 1943, Marcelino Esteve Ruiz y Jesús Rebollo Merodio mueren ambos ahorcados en el Campo de Natzweiler-Struthof, cómo no, por orden de Friederich Ulm. No obstante, suponemos que Marcelino, conocedor del desenlace que les esperaba a él y a Jesús, envía el siguiente mensaje codificado a Serafín, con no se qué objetivo:

"Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer nos ha descubierto y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en mi pueblo. Un abrazo de Jesús y mío” 

El mensaje está datado e interceptado por la Resistencia, el día que ambos fallecen, el 12 de Junio de 1943.

4º - La lógica dice que este mensaje le da la orden a Serafín de encaminarse al pueblo de Marcelino, para esconder algo que ellos llaman “la dignidad de los sefardíes”. El pueblo de Marcelino es Calahorra que esta en La Rioja, por lo tanto se supone que Serafín, si recibió correctamente el mensaje, debió encaminarse hacia ese lugar.

Ahora yo os preguntó a ambos… Samuel Llevia era sefardí ¿les pudo entregar algo a los otros compañeros para depositarlo en España? ¿Qué os parece?

Fue Gerard quien se lanzó a dar su opinión:

- Yo pienso que él no les entregó nada. Creo simplemente, a mi parecer, que su muerte desencadenó la decisión del resto del grupo de intentar la fuga. Quizá leyendo sus fichas, sus destinos y quien los mandó matar a algunos de ellos, decidieron que era el momento de intentarlo y lo hicieron. Aunque por lo visto en las fichas de Marcelino y Jesús y el mensaje que enviaron a Serafín, ambos debían tener claro cuál iba a ser su final y así sucedió. Debían tener un contacto directo con Friederich Ulm, el Arbeitdiensfuhrer y aquello debió de ser una tortura. Hasta que un día y de eso sabes tú, Ramón, que tengo conocimiento propio, aquel hombre negro desapareció para siempre y por lo que tengo en claro ahora, creo que debió de partir desde este Campo de Natzweiler-Struthof en busca de Serafín. No puedo imaginar lo que Serafín se llevaba del Campo, eso llamado “la dignidad de los sefardíes”, pero para que Friederich Ulm saliera en su busca, debía ser algo de mucho valor o haberse sentido muy traicionado. Todo esto lo comento por el resumen de lo visto hasta ahora y por el conocimiento propio, por lo que tuve que sufrir aquí, conociendo al asesino de Friederich Ulm, el Arbeitdiensfuhrer.

- Apoyo tu tesis, maestro. – le dijo Alain Duple.

- No seré yo quien ponga en tela de juicio tu resumen, Gerard. Nadie mejor que tú para hacer un resumen perfecto. – contesté uniéndome a Alain Duple en sus opiniones.

- A partir de ahora, entonces… ¿Que tienes pensado hacer? – me preguntó Gerard, como marcando una línea final.

Sonreí agachando la cabeza, mientras pensaba qué le iba a contestar al viejo sabio. Respire profundamente y conteste.

- A partir de ahora, voy en busca de Serafín… a Calahorra en la Rioja. Tengo claro que empecé a buscarlos por una mera curiosidad, pero después de todo esto hasta que no termine no me detendré…

- Quizá existe un pequeño detalle que se te escapa, amigo Ramón – me dijo sonriendo Gerard – vas en busca de Serafín, pero y si en vez de encontrarlo a él, encuentras a Friederich Ulm…

- Pero… - me detuve unos instantes recapacitando y aquella era una más que probable lógica y cabían bastantes posibilidades de que así fuera.

- No hay peros. Friederich Ulm es un asesino que se libró de los juicios de Niuremberg, porque desapareció y nadie lo encontró jamás. Probablemente porque debió vivir bajo otra identidad y ha conseguido subsistir así durante años. Asegúrate incluso que si, por causas del destino, encuentras a Serafín, éste no sea Friederich Ulm, suplantando su personalidad. Dios no lo quiera. Pero aun así, si te encuentras con ese asesino, ya sabes que debes comunicarlo de inmediato a la policía…

- Lo prometo, andaré con lo ojos abiertos. Hasta ahora no había pensado en esa posibilidad, ni remotamente…

- Sabe mas el diablo por viejo, que por diablo… - terminó de decirme Gerard – Aquel cabrón del Arbeitdiensfuhrer nos hizo sufrir, pero también nos convirtió en supervivientes.

- ¿Os parece bien que nos vayamos a comer?… Yo invito - Alain Duple era quien se ofrecía a tan amable acontecimiento.

- Gracias Alain, pero soy yo quien invitará a ambos. – apuntó Gerard – pues a Ramón ya no le debe de quedar nada de tiempo para estar entre nosotros, una vez concluida la investigación aquí. Y ese placer de invitar a la comida debe de tenerlo Marianne, que ya le ha tocado dar de comer a este señor más de un día…

- ¡Y cualquiera dice que no, con la mano que tiene! - le contesté.

Así que entre risas y alegrías, cerramos la oficina de trabajo y nos pusimos en marcha con el coche de alquiler hacia el domicilio de Gerard y Marianne.

Cuando llegamos los tres, Marianne se sorprendió e incluso se mostró preocupada por lo inesperado de la visita.

- Los muchachos que han rogado y rogado para que les invitara a gozar de tu mesa. Ya sabes como son…  - dijo Gerard, intentando explicar a Marianne la situación.

- Pero ¿Qué os preparo yo a estas horas? – nos preguntaba.

- Cualquier cosa es bienvenida, Marianne. No te compliques, si quieres me lio yo en la cocina… - le comenté.

- Territorio vetado. Es el único lugar donde mando yo, así que la presencia masculina no es bienvenida, a no ser… a la hora de fregar que, por supuesto, se admiten voluntarios. – nos dijo Marianne.

Ninguno de los tres contestamos, haciéndonos los locos.

- No tenía que prepararos nada, desagradecidos. – nos dijo echándonos al salón.

Nos sentamos a charlar largo y tendido sobre todo lo que nos había acontecido en los últimos días, desde que había llegado a Rothau.

Cuando nos quisimos dar cuenta, Marianne se presentó ante nosotros con la comida ya preparada y nos puso al orden para que colocáramos la mesa.

Por fin, una vez estuvimos todos sentados, se bendijo la mesa y comenzamos a cenar. Gerard comentó a Marianne que ya habíamos concluido la tarea de investigación que me habia llevado hasta el Campo de Natzweiler–Struthof.

- ¿Pero ya nos vas a dejar, Ramón? – preguntó levemente desencantada por la noticia.

- Queda mucha faena, Marianne. He prometido a tu marido que llamaría por teléfono dando noticias sobre cómo marchan las investigaciones y, por supuesto, a Alain también. Esto sólo ha sido un primer paso… ahora veremos lo que el mundo y la historia nos depara. Este es un primer paso en esta busqueda, que sin vuestra ayuda me hubiera sido imposible dar. Gracias por vuestro tiempo y dedicación.

- Gracias a ti, Ramón. Primero, por desempolvar el viejo baúl de los recuerdos. Segundo, por mantener viva la historia de lo que sucedió en Natzweiler-Struthof. Y tercero, por conseguir que el mundo no olvide… y si encima eres capaz, de encontrar al asesino Friederich Ulm, entonces… - dudó unos instantes, Gerard, buscando la expresión apropiada – entonces un monumento, un monumento.   

- Ese os lo merecéis vosotros – apuntó Alain, levantando la copa de vino, en el momento más oportuno y con las palabras más oportunas.

Departimos durante la comida con Marianne sobre lo que habíamos conseguido encontrar en los archivos del Campo, constatando que la aventura no había hecho mas que empezar y que el camino iba a ser más largo y complicado de lo que parecía en un principio.

Luego me hizo jurar que pasaría en alguna ocasión a visitarlos. Prometí que cuando todo aquello hubiera terminado, yo regresaría para verlos.

- No te creo, golfo – me dijo Marianne.

Me encogí de hombros y la dejé con la eterna duda.

Cuando terminamos de comer, abracé a Marianne con el alma, dándole gracias por todo lo vivido a lo largo de aquellos días, sus siempre amables palabras y su consuelo siempre oportuno ante las dificultades.

- Ve con Dios, Ramón – fueron sus últimas palabras antes de que nos subiéramos en el coche, cargado ya con mi equipaje, de regreso al Campo.

Durante el breve recorrido hacia el Campo de Concentración, Gerard, Alain Duple y yo, guardamos silencio. Un silencio que reflejaba todo lo vivido.

Nos pusimos nuevamente a trabajar en el barracón, colocando las fichas en el orden en el que estaban originalmente y dejando todo tal y como lo encontré a mi llegada.

Introduje todos los datos que tenía pendientes en mi ordenador y comprobé que tenía todas las fotocopias de las fichas de aquellos hombres, hasta días antes desconocidos, en mi poder, para futuras y posibles comprobaciones que me pudieran surgir.

Alain Duple se había marchado ya un rato antes a su despacho, para terminar de supervisar como iban las visitas del día y a las que, por motivos obvios, había dejado abandonadas, pero con gentes de su confianza en su labor.

- Y ahora, ¿qué vas a hacer, Ramón? – me preguntó Gerard.

- Pues coche hasta Estrasburgo y a buscar algún vuelo barato de última hora que me lleve a Paris o a Madrid…

- No me refiero a eso Ramón, tú sabes de lo que te hablo. – me volvió a insistir Gerard.

Le miré a los ojos y sonreí ante la insistencia en su pregunta.

- Te prometo Gerard, que voy a buscar hasta en el ultimo lugar de la tierra a Serafín… y si con lo que me encuentro es Friederich Ulm, tu serás el primero en saberlo. Pero te prometo que no cejaré hasta tener las cosas claras… no desistiré, si es lo que te preocupa.

Se fundió en un abrazo conmigo, el cual era por si mismo significativo. Era todo un agradecimiento, una despedida sin palabras.

Recogí junto a Gerard, todo el material de la oficina y lo llevamos hasta el coche donde guardé todos los documentos, mi agenda y el ordenador. Luego pasé por el despacho de Alain Duple para en un sincero saludo de agradecimiento, despedirme de él y ofrecerle la posibilidad de visitarme en mi despacho de la Universidad Complutense de Madrid.

- No te olvides de llamarnos con los resultados de la investigación, por favor.

Ese fue el expreso deseo que me pidió Alain Duple, tras conocernos y demostrar su más que apreciada colaboración para con mi persona.

Salimos del despacho y le dije a Gerard que me acompañara en un último paseo por las instalaciones, cosa a la cual, como siempre, accedió encantado.

Me dirigí directamente hacia el lugar donde estaba la horca, deteniéndome justo bajo sus pies.

Miré la soga como lo hice el primer día que visité el Campo de Natzweiler-Struthof. Lo que marcaba la diferencia en esta ocasión es que no tenía que hacerme la pregunta que realicé cuando la contemplé por primera vez. En esta ocasión sabia que aquella soga le había costado la vida a dos de los hombres a los que iba buscando. Marcelino y Jesús.

Miré al rostro de Gerard con una sonrisa irónica, conocedor como era ya del destino de aquellos compatriotas, y tan solo fui capaz de esbozar una frase:

- ¡Maldito seas Friederich Ulm, estés donde estés!  ¡Maldito seas!

 

 

lunes, 29 de febrero de 2016

la dignidad de los sefardies - capitulo 8


la dignidad de los sefardies
Capítulo 8

Las heridas del cuerpo suelen cicatrizar con rapidez. Las que quedan realmente expuestas al exterior y a la infección son las del alma y ésas estaban causando honda mella entre nosotros. Como hombres, como amigos y como seres humanos.

Jesús y Samuel habían sufrido y compartido dolor físico, pero lo peor de todo era que habían conocido el dolor psíquico, viendo lo que veían a diario.

Los castigos físicos del  Arbeitdiensfuhrer, dejaban profundas marcas en el cuerpo. El sufrimiento y la vejación vivida, día a día, dejaban aún más profundas huellas, imperceptibles a la vista, que marcaban el alma y el espiritu de cualquier hombre.

Friederich Ulm, conocedor de la naturaleza humana como nadie, sabía hundir y hurgar en la más profunda de las miserias de la vida a cualquier prisionero o persona que osase mirarle raro, o no obedecer una orden suya.

Afortunadamente, llegada la primavera los días empezaron a ser más permisivos con nosotros.

A los que habíamos conseguido sobrevivir al duro invierno, aquellos días nos parecían una autentica bendición.

La patrulla de limpieza, donde estábamos Francisco Feijoo y yo, vio muy incrementado su trabajo pues tocaba ahora segar los alrededores del campamento, donde la llegada de las temperaturas suaves de primavera había hecho que brotara con renovada fuerza, la hierba y los matorrales.

Marcelino continuaba con la ardua tarea de la comunicación, sintiéndose, como él decía, un poco traidor por tener que reparar aquellos aparatos nazis, sin olvidar poner al día los datos de prisioneros y continuar duplicando las fichas sin que nadie lo supiera.

Un trabajo poco vistoso y menos agradecido, pero como decía él, quizá algún día alguien podria sacar provecho de todo esto.

Jesús y Samuel continuaron en su labor con el incesante goteo de muertos, de depravaciones y de naúseas, esta vez inspiradas muy de cerca por el Servicio Médico del Campo que había establecido el programa de diferenciación racial y ya asesinaba sin reparo a cualquier judío, para ver las diferencias fisicas y étnicas entre judíos y arios, intentando justificar la superioridad de estos últimos.

Jesús continuaba vomitando noche tras noche. Todos creíamos que lo que soportaba en sus labores era la razón, más que justificada, de ello.

Pero cuando menos lo esperábamos y parecíamos tener todo más encauzado, resignándonos en el día a día, el desastre y la desdicha llamaron a nuestra puerta, inesperadamente.

Una de aquellas mañanas, al levantarnos, nos dimos cuenta de que uno de los jóvenes polacos que convivía con nosotros en el barracón, desde hacia ya mucho tiempo, estaba moribundo, exhausto en el lecho, sin poder apenas moverse.

Alguno de sus compatriotas al verlo en ese estado casi inerte y conocedores como éramos todos de que el fin se aproximaba, llamó a Samuel para que oficiara con él la Semá, el último sacramento como buen judío.

Samuel, como siempre sin dudar, se aproximó hasta el moribundo, se sentó junto a él y le preguntó en hebreo:

- ¿Quieres hacer la confesión de fe judía, hermano?

El joven asintió con su cabeza y con un hilo de voz habló al oído de Samuel, que pacientemente reconfortaba con gestos de cariño al moribundo.

Esbozó aquel joven una pequeña sonrisa, quizá como despedida final, dando la sensación de descanso y, posteriormente, falleció en brazos de Samuel.

Samuel miró a su alrededor, por si había alguien conocido o interesado, por ser familiar o amigo, en cerrar los cansados ojos de aquel desdichado. Nadie.

Como siempre, Samuel fue quien pasó la mano sobre la faz del fallecido y cerró sus ojos, bajando el telón final de la vida.

- Bendito sea el juez verdadero…

Luego Samuel tomó un trozo de tela y con algo de agua, se dispuso a lavar el cuerpo del fallecido como mandan los preceptos hebreos.

Una vez más, la sombra negra apareció en el umbral del barracón cuando menos lo esperábamos, sembrando el terror y la duda.

Friederich Ulm tenía el don de la oportunidad y parecía ser capaz de oler la muerte a kilómetros de distancia.

Todos se retiraron hacia las paredes del barracón, alejándose del Arbeitdiensfuhrer, mientras éste caminaba con paso firme hacia donde se encontraba Samuel con el difunto.

El cabrón esbozó una pequeña sonrisa, mientras contemplaba impasible la escena, y no dejaba de mirar a los ojos de Samuel.

Samuel tuvo los cojones de devolverle la misma sonrisa e incluso mantenerle la mirada.

- Hijo de puta Sefardí. Te lo advertí, miles y miles de veces, te vas a acordar de mí toda tu vida… - le gritó el Arbeitdiensfuhrer a Samuel.

Luego Friederich Ulm cogió de la solapa del traje de prisionero a Samuel y lo sacó arrastrando hasta el exterior del barracón, arrojándole al suelo.

Marcelino, Jesús y yo, salimos corriendo al exterior mientras mirábamos horrorizados la escena, temiéndonos lo peor. La vida de Samuel pendía de un hilo.

Samuel se incorporo tras caerse, quedándose de rodillas en el suelo. Continúo sonriendo.

No había perdido el trapo con el que limpiaba el cuerpo del fallecido, antes de que apareciese Friederich Ulm.

Y Samuel, comenzó a lavarse la cara, las manos y el cuerpo mientras rezaba en hebreo como en señal de despedida. Se limpiaba a si mismo el cuerpo, como manda la tradición hebrea, conocedor de su fatal destino.

Friederich Ulm dio dos pasos al frente hasta ponerse a su altura. Tenía la ira que ya conocíamos brotándole por cada poro de la piel. Sin mediar palabra alguna, desenfundó su arma reglamentaria y la puso en la sien de Samuel. El Arbiendiensfuhrer giró su cabeza mirándonos a Marcelino, a Jesús y a mí, observando lo que hacíamos.

Jesús hizo un amago de salir corriendo a por el Arbeitdiensfuhrer, pero Francisco Feijoo, que andaba por allí, se lanzó a por él impidiendo que se suicidara de aquella manera.

Mientras, Friederich Ulm continuaba con el arma apuntando en la sien de Samuel, éste comenzó a recitar en hebreo:

- ¡Oh tú, que a la sombra vives del Altísimo y al abrigo del Todopoderoso!

Di al señor: ¡Oh refugio, alcázar mío, mi Dios, en quien pongo toda mi esperanza ¡

Porque él…

Samuel se detuvo un instante porque Friederich Ulm tiro hacia atrás del percutor de su arma, sin separarlo de su cabeza. Samuel nos sonrió a nosotros, cerró los ojos y continúo recitando.

- Porque él, del lazo de los cazadores te…

Un sonido ciego inundó todo. Cientos de pájaros salieron volando de los árboles de los alrededores debido al estruendo.

Mientras, Friederich Ulm guardaba el arma, aún humeante, giraba sobre sus pasos y desaparecía del lugar gritando:

- ¡Scheiss-Jude!

Judío de mierda. Eran las últimas palabras que el Arbeitdiensfuhrer le dedicaba a Samuel según se marchaba, continuando en otra dirección su camino de horror y desasosiego.

Jesús se lanzaba como un poseso en ayuda de Samuel, intentando con las propias manos taparle el agujero que tenía en el cráneo, por donde manaba la sangre a borbotones, impregnándole a él, y a los que estábamos alrededor, de rojo.

Poco nos importaba. Samuel se marchaba y nosotros nos quedábamos aun más solos a partir de aquel momento. Una dulce sonrisa quedaba en su rostro, mientras Jesús hacia la confesión judía a Samuel y le cerraba los ojos como ordenaban las tradiciones hebreas.

Jesús súbitamente dejó de llorar, sacó un alicate de su bolsillo y arrancó a Samuel los tres dientes de oro que tenía, guardándoselos en el bolsillo. El Sefardí español había sido asesinado…

Pasamos el día en silencio, sin hablar. Nos habían arrancado a un amigo personal y un amigo comun a todos los que sobrevivíamos en el barracón. Curiosamente, Jesús había dejado de vomitar desde aquella noche.

Nuevamente y a última hora de la noche Friederich Ulm hizo acto de presencia en el barracón y, sin mediar palabra alguna, se personó ante Jesús.

Parecía como si Jesús supiera que iba a acudir a buscarle y Friederich Ulm sin mediar palabra le hizo un gesto con la mano, estirando ésta, aguardando algo.

Jesús agachó la cabeza y se dirigió hacia donde tenía colgada la bata de trabajo, impregnada aún de la sangre de Samuel. Introdujo la mano en el bolsillo de la bata y saco los tres dientes de oro que entregó al Arbeitdiensfuhrer.

Luego, aquel hombre negro desapareció por la puerta de salida del barracón, con una sonora carcajada.   

Jesús levantó la cabeza según se marchaba el Arbeitdiensfuhrer, con una sonrisa que le brotaba del corazón. Parecía que la muerte de Samuel, le había centrado de una vez por todas hasta el extremo de que Marcelino, Francisco Feijoo y yo sufríamos por su aparente entereza y seriedad.

Aquella misma noche, a las cinco de la mañana, Jesús nos despertó a los tres y se empeñó en que teníamos que hablar. Aun somnolientos, le prestamos toda la atención que nos fue posible.

- Ha llegado el momento, amigos. No podemos esperar más. Todo en la vida tiene un límite y nosotros ya hemos sufrido demasiado. Alguien tiene que marcharse y llevarse la “dignidad de los sefardíes” a España…

- Pero… ¿A qué te refieres, Jesús? – le pregunté preocupado.

- Pues a que ya es hora de que alguno de nosotros se marche de aquí y lleve un paquete a España.

- ¿Te has vuelto loco? – le insistio Marcelino.

- Estoy más cuerdo que nunca y nunca lo he tenido mas claro. Lo de Samuel es la gota que colma el vaso y no me voy a morir sin que alguno de nosotros tenga, al menos, la oportunidad de salir libre de aquí…

Nos miramos todos durante unos instantes pensando si Jesús no se habría vuelto loco, pero nuestras caras de conformismo y extrañeza parecían hacer que su ira se encendiera. Una ira que hasta entonces no habíamos conocido.

- ¡Lo digo en serio, Ostias! Tenemos que hacer algo y tiene que ser ya. Yo ya tengo, hace mucho tiempo, todo pensado…

- ¿Pero, estás seguro de lo que dices, Jesús? – le preguntó Francisco Feijoo.

- Tan claro como la luz del día que vemos, de momento, todas las mañanas, pero llevamos sin disfrutar años. Yo soy partidario de morir por una causa y ya no soporto más vivir a cara o cruz, como habéis visto ayer, según los deseos de un gran hijo de puta… y ayer decidió que Samuel había terminado…

Sus palabras parecían cada vez mas seguras y convencidas de que debíamos hacer algo definitivamente, así que tras cientos de preguntas, dudas y razonamientos pusimos toda la atención en sus palabras. Palabras que, vista la situación, sonaban a esperanza.

- Mi idea es la siguiente: yo no puedo escaparme de aquí fácilmente, el único momento en que tendría una oportunidad, es cuando acudiera al horno crematorio. Salir corriendo y que mis piernas y mi corazón respondan. Marcelino también lo tiene complicado, él no tiene acceso al exterior, pero resulta vital en la idea que he desarrollado. Los que debéis intentar escapar por todos los medios sois vosotros dos, Francisco Feijoo y tu, Serafín.

- Pero yo no os quiero dejar aquí… abandonados a vuestra suerte. Ha sido demasiado tiempo juntos - le contesté.

- Efectivamente ha sido demasiado tiempo juntos y nuestra suerte está echada Serafín. Y ni tú, ni nadie, impedirá que esta llegue. Vosotros dos al estar trabajando en el exterior siempre tendréis alguna oportunidad más que nosotros. Debéis salir corriendo ambos en dirección opuesta uno al otro y siempre que tengáis cerca la arboleda exterior. Sois rudos y aún os quedan fuerzas para intentarlo. Tú, Serafín, llevarás un paquete que te voy a entregar y si consigues escapar, dirígete hacia Dijon donde estuvimos colaborando con nuestros compañeros de la resistencia. Francisco, tú has de dirigirte hacia allí de igual manera. No vayáis juntos, llamarías más la atención. Una vez en Dijon, contactad con los amigos de la resistencia y buscad un mensaje cifrado, que os enviará Marcelino, diciendo cómo nos han ido las cosas. Sabeís de sobra como transcribir esos códigos y en ese mensaje estarán las instrucciones claras y concisas de lo que debeís hacer con el paquete…

- Pero…¿Cuándo tienes pensado que pongamos en práctica todo esto, Jesús? – preguntamos Francisco Feijoo y yo, asustados e incrédulos.

- Mañana es un bello día para empezar a ser libres – nos dijo con rotundidad.

Marcelino era quien guardaba silencio. Tras un rato de reflexión habló.

- Creo que Jesús tiene razón. Los que peor lo tenemos para escapar de aquí somos él y yo. Intentaremos largarnos con la confusión de vuestra huida, si el cabronazo ése no se da cuenta y nos surge la más mínima oportunidad. Luego lo que dice Jesús, os enviamos un mensaje codificado mañana mismo, un mensaje diciendo como han ido las cosas y que debeís hacer con “el paquete” de Jesús que, la verdad, no tengo ni idea de lo que se trata…

Jesús nos miro a todos sonrientes. Ninguno era conocedor de qué era el paquete ni lo que contenía.

- Júrame una cosa, Serafín. Júrame que no abrirás este paquete hasta que estés seguro de que estáis ambos a salvo, tú y el paquete. Recuerda que su contenido es la llamada por mí “dignidad de los sefardíes”. Todo un logro… que luego te hará entender un montón de cosas. Lo de enviaros el mensaje con posterioridad es para que nadie pueda sospechar lo que lleváis en el paquete.

- Bien, bien. Pero… ¿y si no lo conseguís? ¿Y si murierais? – pregunté a ambos.

- Habrá merecido la pena amigo, habrá merecido la pena… Aunque sólo uno de nosotros lo consiga, con el intento habrá merecido la pena…

- Si alguno de los dos llega a Dijon, buscaremos el mensaje cifrado con las instrucciones en los servicios de inteligencia de la Resistencia y os esperaremos en España, donde por cierto, tampoco se nos quiere mucho a los Republicanos – dijo Francisco Feijoo.

- Tú Francisco Feijoo o tú Serafín, cualquiera de los dos si llegáis a Dijon, esperáis unos días la llegada del otro. Si veis que pasados unos días no tenéis noticias uno del otro, es que alguno habrá fracasado o muerto. Si no encontráis ninguno de los dos el código cifrado que os vamos a enviar, es que los muertos seremos entonces nosotros, así que tú Serafín, ya sabes, a guardar el paquete y tú Francisco, a Lisboa, a cantar Fados en nuestro honor…

Nos abrazamos todos conocedores de que nos íbamos a jugar la vida a cara o cruz y teniendo muchas posibilidades de que saliera cruz para los cuatro. Pero que demonios… ¡debíamos intentarlo!

Jesús desapareció durante un largo rato de nuestra vera y apareció con el dichoso paquete entre las manos.

- Llévalo como si de tu vida misma se tratara, Serafín. Y recuerda, no mires lo que hay dentro hasta no estar seguro de que nadie te sigue y que tú te encuentras a salvo…

- Yo os esperaré en España, dejaré pistas para que me encontréis, porque vosotros sabéis donde encontrarme…- les dije.

Nos fundimos nuevamente todos en un abrazo de despedida. No había sido necesario divagar mucho sobre lo que íbamos a hacer. La muerte de Samuel nos había aclarado bastante las ideas y no podíamos pasar ni un día más siendo los perros de Friederich Ulm.

Aquella noche no pudimos conciliar más el sueño, temerosos de lo que íbamos a hacer. Habíamos estado tanto tiempo sometidos que no recordábamos la libertad y la posibilidad de ésta nos acogotaba.

Cuando el sol salió, el Campo de Concentración comenzó a ponerse en funcionamiento y cada uno de nosotros acudió a sus quehaceres diarios como cualquier otra jornada.

Marcelino me abrazó antes de partir y con lágrimas en los ojos me comentó:

- Suerte a todos. Tengo que esconder unas fichas y anotar en la parte trasera unos últimos datos… Nos veremos pronto. No se dónde, pero nos veremos…

Me quedé un poco desconcertado ante sus palabras, pero el abrazo con Jesús me devolvió a la realidad.

- Cuida el paquete. Nos veremos pronto… - me dijo a modo de despedida.

Escondí con paciencia bajo mis ropas, el paquete que Jesús me había dado, pero su peso hacía que me costara moverme con ligereza. Era un paquete pequeño de tamaño, pero pesado.

Junto a Francisco Feijoo, salí al exterior a continuar con las labores de desbroce y limpieza. Los nervios nos comían a ambos, pues dudábamos, nos mirábamos buscando la oportunidad ideal, todo era un puro nervio.

En una de los ratos vimos pasar al bueno de Jesús hacia el horno crematorio y, mientras empujaba el carro con los fallecidos, nos miraba a Francisco y a mí con cara de decir que a qué estábamos esperando para intentarlo.

En una de las breves paradas que tuvimos en la faena, le dije a Francisco Feijoo que iba a pedir permiso para ir a hacer mis necesidades, alejado unos metros del grupo de trabajo.

- Inténtalo en ese momento Serafín, sal corriendo en la dirección que tengas mas próxima al bosque y yo, con la confusión del momento, intentaré la huida en dirección contraria a la tuya y que Dios reparta suerte, hermano…

Estrechamos con fuerza nuestras manos y le dije que estaba de acuerdo, que aquél era el instante adecuado. Le di dos cachetes en la cara en señal de despedida. Una sonrisa recorrió plácidamente la cara de ambos. Era claramente el momento, entonces o nunca.

Me levanté y me dirigí hacia uno de los dos soldados que nos custodiaban y que nos conocían a todos sobradamente del tiempo que llevábamos en el pelotón. Le solicité permiso para separarme unos metros del grupo para hacer mis necesidades. No me puso ningún reparo, como siempre solían hacer.

Comencé a andar entonces en dirección hacia el bosque, intentando ganar todos los metros que me fueran posibles. Cuando llevaba una veintena de metros andados, escuché el grito del soldado a mis espaldas:

- Ruhe, ruhe…

Quieto, quieto, me decía con voz confiada y refiriéndose a que no me distanciara más de ellos. Me agaché entonces en la zona de hierba alta, simulando hacer mis necesidades y aguardé unos instantes. Pude escuchar el latido de mi corazón, a doscientas pulsaciones por minuto, durante unos breves instantes. Luego sentí toda la adrenalina subir hasta mi cabeza, me puse en pie y comencé a correr como un poseso, intentando alcanzar los árboles.

Breves instantes después, los gritos de los soldados alemanes al verme intentar huir, comenzaron a retumbar a mi alrededor.

- ¡Anhalten! ¡Anhalten! – me gritaban, para que me detuviera.

Escuché entonces el sonido metálico del cierre de los fusiles, cargándose y preparandose para disparar contra mí. Giré la cabeza sin dejar de correr y pude ver a mi amigo Francisco Feijoo abalanzándose al cuello de uno de los soldados que iba a dispararme.

Me detuve unos instantes viendo su suerte, mientras Francisco Feijoo no paraba de gritarme que corriera, mientras forcejeaba con el soldado en el suelo.

Otros compañeros del pelotón se lanzaban a la huida desesperada, en cualquier dirección aprovechando la confusión del momento.

-¡Corre Serafín, corre! - me gritaba Francisco Feijoo, luchando a brazo partido con aquel soldado nazi.

Volví a emprender la desenfrenada carrera pensando por qué el maldito Francisco Feijoo, de manera estúpida, había hecho aquella locura.

Luego escuché a mis espaldas muchísimos gritos lejanos y muchos disparos sordos en todas direcciones. Los gritos de Francisco Feijoo cesaron.

Una lágrima corrió por mi mejilla mientras mis piernas me llevaban a la ansiada y deseada libertad. Aquella era una lágrima por Francisco Feijoo, el amigo que jamas podria regresar a su natal Lisboa para cantar fados…

Durante todo el día no cesé de correr en busca de la libertad. Monte a través evitando los núcleos y las poblaciones que podían resultarme peligrosos.

Tenía la extraña sensación de sentir el aliento del Arbeitdiensfuhrer en mi cogote y aquello me espoleaba a seguir corriendo y corriendo.

Cuando la noche llegó, no sabía a qué distancia estaba de Natzweiler- Struthof, pero sentí por primera vez que empezaba a ser persona. Algo que habia olvidado mucho tiempo atrás. 

Tuve suerte de encontrar en medio de la nada un caserío, del cual no obtuve más que unos pantalones roídos que estaban colgados junto al granero y una camisa limpia e impoluta que estaba tendida.

Me quité las ropas que había llevado durante tanto tiempo y las enterré en lo más profundo del bosque.

Prefería andar desnudo a tener que volver a ponerme aquella maldita ropa que me acompañó en el sufrimiento durante tanto tiempo.

Cuando desabroché la chaqueta, cayó al suelo el paquete que me había entregado Jesús y pensé en mis amigos. Francisco Feijoo se había sacrificado por mí sin pedir nada a cambio, demostrando la amistad que nos había unido, pero quedaban en Natzweiler-Struthof, solos, Jesús y Marcelino . ¿Podrían escapar? ¿Qué habría sido de ellos?

Me puse ambas prendas y continué camino a Dijon, orientándome por las estrellas.

La camisa olía a limpia y hacía tanto tiempo que no había tenido esa sensación sobre mi piel que me trajo recuerdos de cuando yo era persona, en España.

Después de muchísimas horas ininterrumpidas de correr y caminar, mi cuerpo no soportó más el cansancio y me tumbé sobre una mullida y fresca cama de hierba y hojas que preparé en medio del bosque.

Las estrellas, la soledad y la esperanza de que mis amigos sobrevivieran al horror serian mis únicas compañeras desde ese momento.

Y si los malditos nazis seguían mis pasos, no me importaba que acabaran conmigo en aquel lugar que, al menos, resultaba digno para morir. Cualquier sitio era mejor para morir que Natzweiler-Struthof…