La dignidad
de los
sefardíes
escrito por
raul
uriszar-aldaca ordiales
OBRA INSCRITA EN EL REGISTRO
DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE MADRID
Capítulo 1
Abrí el armario y compuse con
celeridad la maleta para el viaje. Como siempre, me había dormido en los
laureles de mi despacho de la Universidad y llegaba tarde para coger el avión.
Menos mal que en mi armario podía encontrar todo lo que necesitaba para
largarme de allí echando chispas.
El curso académico había finalizado y
me disponía a pasar una temporada con mi colega Marcos en Paris, lugar donde
había conseguido por méritos propios y por el dominio del idioma, una plaza de Catedrático
titular de Historia en la Universidad de Paris-Sorbonne.
Siempre me dio un poco de envidia por
su impoluto expediente universitario, pero el que vale, vale, y yo me había
lucido en los idiomas pero en los estudios había dejado bastante que desear,
aunque conseguí salvar con honra el expediente en su día.
Antes de salir del despacho, a modo de
despedida, ritual o manía, coloqué mi mesero con cuidado en la posición que más
me gustaba.
"Ramón Aller Manrique – Profesor
de Historia Medieval". Esas son las palabras que figuran en el mesero de
marras y por supuesto, ése es mi nombre.
Cogí la maleta una vez llena de lo
necesario y bajé por las escaleras, con sigilo, intentando superar el arco de
seguridad sin que éste avisara de mi presencia, pero me fue imposible: un bip,
bip, bip, consiguió que mis amigas Maribel y Pilar se pusieran en alerta.
- Pero ¿se puede saber dónde vas tu
tan calladito? – me dijo Maribel.
-¡Y encima sin fichar, seguro! -
sentenció Pilar.
Ambas son buena gente y se encargan de
que nadie se escape y acceda a la Universidad a su "bola" controlando
los accesos al recinto.
- ¡Vale, vale, me rindo¡ ¿Qué queréis?
- ¿Dónde vas? – me espetaron.
- A Paris de la France, mon amours.
- Pues ya estás teniendo un detallito
con estas chicas que cuidan de ti.
- Por supuesto, Mademoiselles - las
contesté inclinándome y haciendo una reverencia.
Me dieron dos besos y nos despedimos
para lo que quedaba de verano, pues claramente mi intención no me traía de
nuevo a la Universidad.
- Au revoir¡¡¡ - les dije alzando la
mano en despedida.
- Disfruta y ya nos contarás a la
vuelta.
- Disfrutad vosotras sin la presencia
de tanto borrego durante una temporada.
Salí a la calle a la carrera y cuando
atisbé la primera luz verde de un taxi libre, levanté la mano y la voz, ambas a
la vez, para que el vehiculo no se me escapara.
- Al aeropuerto, por favor. Terminal 4
Añoré durante un instante el "crac",
aquél sonido de la bajada de bandera que solía escuchar en el taxi de mi padre,
pero la tecnología digital del taxímetro había aparcado los viejos recuerdos.
Aun así, recordé durante un instante que,
con un vehiculo como aquél, mi padre había sacado adelante una familia de 4
hijos y el dinero para pagarme la carrera de Historia, entre otras muchas
cosas.
Cuando emergí de mis recuerdos y mi
trance nostálgico, atisbé por la ventanilla del taxi, el trajín que se movía
alrededor de la Terminal
4 del aeropuerto de Barajas. Ya estábamos al lado.
Pagué religiosamente y corrí con la
maleta hacia el panel de avisos, para ver qué puerta de embarque correspondía a
mi vuelo.
Me puse las gafas y concentré la vista
en el panel en busca de datos:
- Vuelo IB6598–Destino Paris–Pta. 303–
16:55 h. Retrasado 1 hora
¡Con la carrera que me había dado para
no llegar tarde!. Eso me pasa por no consultar Internet. Recordé entonces mi
ordenador y mi agenda. No estaba seguro de haberlos incluido en el equipaje,
así que abrí el desastre de maleta en medio del aeropuerto, mientras la gente
me miraba extrañada ante la desesperada búsqueda.
Allí estaban ambos, ordenador y
agenda, al fondo de la maleta, protegidos por camisas, calcetines y
calzoncillos esparramados.
- Vosotros viajáis conmigo – dije
sonriente y satisfecho al encontrarlos.
Agarré la maleta del ordenador e
introduje la agenda dentro. Había decidido que sin calzoncillos podía pasar
unas largas vacaciones con mi colega Marcos, pero sin agenda y ordenador
sucumbiría ante cualquier imprevisto o eventualidad que surgiera.
Pasé los controles de acceso a la
terminal y me senté plácidamente a esperar que un nuevo aviso colocara
definitivamente mi vuelo en orden de embarque.
Finalmente sucedió tras la hora de
demora. Mostré el billete, crucé la puerta de embarque e intenté mirar la cara
del comandante de vuelo según accedía por la rampa al avión, Una manía que
había adquirido cada vez que volaba, como si viendo la cara del piloto, me
garantizara que el vuelo iba a ser más seguro o menos seguro. Simplemente
manías.
Me acomodé en mi butaca, cerré los
ojos y comenzaron a sudarme las manos cuando empezaron a sonar las turbinas del
Boeing 747-400.
Es un trance que ya tengo asumido que
debo de pasar, pero no soporto las alturas. Unas dos horas después, aproximadamente,
aterrizábamos en el aeropuerto Charles de Gaulle en Paris. Cuando las ruedas del
avión tomaron tierra, respiré aliviado.
Esperé pacientemente que llegaran mis
maletas a la cinta transportadora mientras aferraba firmemente la bolsa de mi
ordenador, rodeado por jubilados dispuestos a asaltar el Museo del Louvre y
conquistar la torre Eiffel, niños preparados para partirle las orejas al pobre
ratón Mickey en Eurodisney y padres dispuestos a soportar la dura batalla de
las vacaciones.
Por fin, tras un rato de espera, asomó
mi maleta por el oscuro hueco que hay al final de la cinta transportadora,
dando por entendido que mi viaje había llegado ya a su fin.
Huí de la proximidad de los jubilados
y las familias, encaminándome a pasar nuevamente un último arco de seguridad
para salir al exterior, lo que me trajo a la mente las broncas de mis amigas
Pilar y Maribel y me recordó también que no debía olvidarme de comprarlas un
detalle durante mi estancia en Francia.
Al otro lado de la puerta de salida,
la multitud de personas con la que te encontrabas te hacia sentirte como
desorientado y perdido. Y así permanecí durante unos instantes, hasta que pude
ver la ruda silueta de mi amigo Marcos avanzar entre el tumulto de gente con el
brazo en alto, indicándome dónde estaba.
Nos fundimos en un abrazo eterno, de
los que te llenan de alegría. Tres años sin ver a un amigo de correrías es
mucho tiempo y más cuando esas dos personas son uña y carne.
- ¡Mariquita! ¿Cómo estas? – me dijo
rebosante de una alegría que parecía escapársele por los ojos y salirle del
alma.
- ¡No tan bien como tu, gordo! – le
contesté yo tirando la puya.
- ¡No cambies, por Dios! ¡No cambies! -
contestó alegre. - Pero me ves más delgado ¿verdad? - preguntó una décima de segundo
más tarde, ya que su mayor complejo era ése.
- ¡Estás de maravilla! ¡En tu línea
habitual!
- ¡Cabroncete!. Vámonos…
Me ayudó con la maleta y seguí sus
pasos para salir de la
Terminal.
Durante el trayecto hablamos de
familia, padres y hermanos, ya que nos conocíamos todos perfectamente, después
de haber compartido los 5 años de carrera.
Cuando salimos al exterior, para
buscar su coche en el parking, comprobé que llovía y el día era gris y apagado.
Confieso que mientras estaba en el avión no me había dado cuenta del tiempo que
hacia.
- Marcos… ¿Lleva mucho tiempo así?
- ¿Cómo que si lleva mucho tiempo así?
- Si. Que si lleva mucho tiempo
lloviendo….
- ¡Ah!. Lleva dos días sin parar. Dicen
que mañana mejora el tiempo, así que has llegado en el momento justo, aunque ya
sabes que estoy trabajando con un tema de investigación en la Universidad y lo
de las salidas lo vamos a tener chungo, chungo…., asintió Marcos con gesto
contrariado.
- Tranquilo muchacho. Que servidor se
las apaña muy bien solito. Por algo yo era la mejor nota en idiomas de la
Universidad. Francés, inglés y alemán, no tienen secretos para mí.
- Lo sé - contestó Marcos - Por algo
fui yo el Cum Laude durante ese curso universitario del que hablas… - El tío desde luego hilaba fino.
- Vale, vale, fiera – le
contesté con una sonrisa.
Caminamos entre los coches, buscando
la plaza que Marcos tenía apuntada en la parte trasera de su ticket de parking,
para ubicar dónde había dejado el coche. Finalmente lo localizamos.
Me quedé mirando el vehiculo extrañado
al principio, pero con gracia después, porque un Citroen 2 CV no parece el
coche estándar de un profesor emérito de la Universidad de Paris.
- Marquitos, has tirado la casa por la
ventana en locomoción, tío. Para eso te podías haber comprado una bicicleta.
- Funcionar, funciona. Y gasta menos
que un mechero, así que si no te gusta te pillas el metro y tan contento
"mon ami".
- No, qué va, si me parece una pasada…
¡que aun funcione!
No hizo comentario alguno aunque me
miró con el ojo torcido, pues sabia muy
bien como me podía tratar y como le podía tratar yo a él.
Así que cargamos la maleta en el 2 CV
y nos dirigimos al centro de la ciudad.
- ¿Marcos, dónde vives exactamente? Me han dicho que
es un sitio de privilegio, artista.
- Pues verás Ramón, como la Universidad
de Paris-Sorbonne esta muy céntrica y a mi esto del coche ni fu ni fa, esperé
pacientemente que surgiera una oportunidad de tener algo cerca de la Universidad
y surgió la oportunidad de un apartamento en Rue de Vaugirard, así que mi amigo
banquero se encargó del resto…. una pasta Ramón, una pasta. Esto de vivir en
Paris sale por un dineral.
- Sí, pero no me vas a decir que no
estas bien situado. Una buena nómina, un trabajo como catedrático de historia
en la Universidad de Paris-Sorbonne y un apartamento en pleno centro de la
ciudad…. ¿Qué más necesitas?
- Yo siempre necesito mas…– corto la
frase y esbozo una sonrisa pícara a la cual no era necesario que contestase,
porque no era la primera vez que la veía.
Llegamos a pleno centro de Paris y
tuvimos la gran suerte de aparcar el vehiculo a pocos metros de su domicilio.
Descendí del vehículo y me quedé
admirado del lugar, su casa estaba localizada a pocos metros una inmensa zona
verde y en una situación inmejorable para acudir a cualquier sitio de aquella
mastodóntica ciudad.
- Vamos. Ya tendrás tiempo de echar
una ojeada. Ahora vamos a subir las maletas – me dijo Marcos.
Tras abrir el portal, ascendimos por
la estrecha escalera hasta el ático del edificio. Era una finca antigua, pero
se veía recientemente reformada, aunque eso sí, no tenía ascensor, motivo por
el cual yo resoplaba como un obseso con la maleta a cuestas.
- Pero ¡no podías haberte comprado
algo más bajo o con ascensor!- le bufé en la oreja mientras subía por la
escalera delante mio.
- ¡No! Y ya verás por qué………
Abrió la única puerta que había en el
último piso y me adentré en una preciosa y espléndida buhardilla. Me sorprendió
el orden, el perfecto orden que Marcos era capaz de mantener en su casa. Tenía
lo básico sin más complicaciones y sobre todo ello destacaba una gran librería
repleta de libros, e incluso pude ver algún que otro incunable entre ellos.
Muchos objetos históricos o referidos a ésta y, lo dicho, ante todo mucho,
muchísimo orden.
-
Ramón ven aquí, asómate. Esto es lo mejor del apartamento - me llamó Marcos
desde el umbral de una puerta que había en el salón. – Solamente por esto
merece ya la pena el apartamento. ¿No te parece?
Me asomé, al principio un poco
incrédulo, al exterior, pensando que me estaba gastando una broma, pero ¡Dios mío!,
no conseguía articular una sola palabra.
- ¡Tío, esto es increíble! – alcance a
decirle completamente extasiado.
Unas fantásticas vistas sobre la
ciudad de Paris se dominaban desde el ático, viéndose perfectamente la Torre Eiffel , las
torres de Notre-dame y delante justo se
encontraba el parque de los Jardines de Luxemburgo. Una maravilla en la que
había colocado dos tumbonas para relajarse. Tenía la sensación de que aquel
rincón iba a colmarme de satisfacción durante mi estancia.
Total, que entre deshacer la maleta,
colocar mi ropa en el apartamento, charlar de nuestras viejas historias y de
nuestros planes de futuro, se nos hizo de noche, por lo que decidimos quedarnos
en casa tranquilamente.
Bueno tranquilamente no es la palabra
exacta, porque no sé bien por que razón nos liamos a ver las fotos de cuando
íbamos juntos a la Universidad, acordarnos de viejas correrías, de otros
compañeros y especialmente de otras compañeras, nos abrazamos a una botella de
Ron que tenía Marcos en el apartamento y terminamos durmiendo la mona a la
intemperie en el ático, para levantarnos hechos polvo y con la cabeza
destrozada al día siguiente.
- ¡Eh! Marcos, arriba, que ya es de
día. ¡Ayyy mi cabeza!
-
nnnnnnnnnnnnnnhhhhhhhhhhhhggggggggggg
Esa era toda la respuesta que había
conseguido de mi amigo, por lo que decidí arroparle y dejarle que terminara de
recuperase de la mona que nos habíamos pillado a lo tonto.
A eso de la media mañana cuando se ve
que el sol ya le daba de lleno en la cara, Marcos por fin decidió levantarse y
entrar al interior del apartamento, con la cara desencajada y el rostro
confundido por las horas y el alcohol.
- ´¡Ramón, mariconazo, ya me podías
haber avisado!
- Lo hice – le contesté tirado desde
el sofá y aun con los efectos de la resaca– pero no me hiciste ni caso, como en
tu etapa universitaria, porque tienes muy mal beber.
Lanzóo unos sonidos incongruentes y se
dirigió a la cocina, con cara de pocos amigos y con ánimo de prepararse algo que le asentara la cabeza y
recompusiera su maltrecho cuerpo.
- ¿café? – me preguntó.
- Sí. Solo, por favor.
A los tres minutos me llegó el aroma
inconfundible del café recién hecho y pareció despertarse mi cuerpo y mi mente
que, también como la de Marcos, hasta ese momento había permanecido en letargo,
triturada.
Acudió al salón con una bandeja con dos
cafés humeantes.
- Tío, sigues siendo el mismo asesino
de la Universidad. – me dijo Marcos echándose la mano a la cabeza, tras dejar
la bandeja en la mesa.
- Tú, que has perdido el aguante con
la edad. – le contesté haciéndome el duro.
Nos sumergimos en el calor que el café
y la taza nos proporcionaba, recuperando un poco de lo que nos habíamos dejado
en el alcohol. Y durante unos instantes permanecimos así observando la taza de
café humeante, sin hacer un solo comentario.
Tras aquellos minutos de receso y una
vez centrados ambos, Marcos me propuso que le acompañara hasta la Universidad
pues tenía que preparar un discurso para un acto académico en la Universidad.
No me pareció aquella una mala idea.
La Universidad de Paris-Sorbonne tiene
fama y reconocimiento a nivel mundial en muchos ámbitos de los estuDios que
allí se imparten.
Darme un paseo por sus aulas y conocer
el lugar donde tantos colegas desarrollan su labor a diario, con reputada fama
mundial, me llamaba la atención y ademas me apetecia.
Así que tras una ducha, me cambié de
ropa y con la cabeza aun rota, me encaminé hacia la Universidad con mi colega y
creo que debo rectificar, ambos con cara de tener la cabeza rota.
Poco hablamos en el transcurso del
camino, incluso hasta el sonido de algún que otro claxon me crispaba los
nervios. Mientras, caminábamos hacia la Rue de Saint Jacques que es donde se
encontraba el despacho y la unidad donde Marcos trabaja a diario en la Universidad
de Sorbonne.
Cuando pude ver el edificio de la Universidad
me quede prendido de su grandiosidad.
Accedimos a los controles de seguridad
sin ningún tipo de problemas ya que Marcos era muy conocido en la Universidad y
recordé a mis amigas Maribel y Pilar a las que había prometido algún pequeño
detalle a mi regreso.
Tras cruzar los amplios pasillos de
techos inalcanzables llegamos a un pequeño despacho, lugar donde Marcos
componía, arreglaba y preparaba cada actividad que se daba en su aula.
Me presentó a su colega y también
profesor universitario Jean-Marie, al que saludé y mantuve con él una
conversación en torno a nuestra materia educativa, así como sobre la calidad de
ésta en España.
Luego me paseó durante mucho tiempo
por los rincones más admirables de la Universidad y donde tantos y tantos
genios y eruditos habían dado sus clases magistrales, ante la admiración del
resto de la humanidad, desde su fundación hace más de 7 siglos.
- Marcos ¿la Biblioteca Nacional está
lejos? – le pregunté.
- Bueno, tienes un trozo andando, pero
conociéndote como te conozco te puede resultar interesante ir al edificio de al
lado, donde se encuentra la Escuela de Archivos Históricos, justo en el 19 rue
de Sorbonne, es el edificio que linda con este mismo. Está ligada directamente a
la Biblioteca Nacional y seguramente te
resultara más interesante para tu especialidad. Si quieres te presentó a la Directora
de Archivos, mi amiga Isabelle Diuu.
- Venga, moléstate un poco por tu
amigo Ramón y déjame al menos en un lugar que merezca la pena mientras
continuas enrollándote con tu discurso magistral…
- ¡Envidioso! – contestó con tez
fruncida.
Salimos al exterior y caminamos apenas
100 metros hasta situarnos en la fachada donde se leía, grabado en piedra sobre la inmensa puerta de
entrada, "Ecole Nationale des Chartes" o lo que
se puede traducir como Escuela Nacional de Archivos Paleográficos.
Nos adentramos en su interior y el vigilante saludó a mi
colega con alegría y cordialidad.
- ¡Monsieur Marcos!
-Comment allez-vous?
Marcos correspondió al saludo con
animosidad y cordialidad, tal y como le habían recibido y tras una breve charla
entramos al interior del edificio en busca de su amiga.
La encontramos en la Biblioteca de Historia.
Ambos se saludaron con un efusivo
abrazo. A continuación me presentó.
- Isabelle te presentó a mi amigo Ramón
y colega nuestro, ya que es profesor de la Universidad de Madrid.
- Encantada de conocerte Ramón. –
contestó sonriendo y estrechándome la mano.- Así que compañero de profesión y
vocación, ¿no?.
- Encantado Isabelle. Efectivamente,
compartimos pasión y estudios al menos. Pero ¿a que debemos este español tan
fluido en una francesa?
- Eso es por culpa del ex-marido que
elegí en su día, compatriota vuestro; así que no me quedó más remedio que
aprender el español ya hace unos años, o se me escapaba, y ya sabemos que eso
del amor… al final se me escapó. En fin, al menos me sirvió para aprender
vuestro idioma…
Los tres nos reímos y continuamos
charlando un largo rato acerca de nuestras pasiones en común y de la labor que Isabelle desarrollaba en la
institución.
Su labor consistía en la conservación de la herencia escrita de las bibliotecas,
los archivos, los Museos, los monumentos, las colecciones, así como preparar a
personas responsables con la colección, la conservación de los diferentes y
variados tipos de documentos, catalogación y calificación de estos.
Caminamos alrededor de las estanterías de la biblioteca,
mientras se me iban lo ojos detrás de un montón de libros, a cual de ellos de
mayor belleza y exquisitamente cuidados.
Reparé en una pequeña habitación contigua, llena hasta el
techo de libros, documentos, folios sueltos que estaban sin orden alguno.
- Isabelle - llamé a la colega, que acudió rápidamente -
¿Este desorden entre tanto orden, tiene explicación?
Se echó a reír.
- Por supuesto, Ramón. Son un montón de documentos
desclasificados por el gobierno francés, correspondientes a la II Guerra mundial. Muchos
de ellos son de la resistencia francesa y de los servicios de inteligencia
nacionales durante esa época, por lo que pude ojear cuando llegaron. Parece ser
que se habían quedado "perdidos" en alguna habitación durante todos
estos años. Así que los hemos recibido ayer y están pendientes de limpieza y
clasificación. Probablemente no tengan ningún valor paleográfico y desde aquí
los remitimos a la biblioteca nacional para que ellos les dieran un destino
definitivo.
Todo lo desconocido me llamaba la atención y aquellos
documentos que habían permanecido en el letargo durante tantos años, eran para
mí como un caramelo.
- ¿Te importa que curiosee un poco, Isabelle? – pregunté
con cara de buen chico.
- Adelante, todo tuyo.
- Ya te puedes ir Marcos. – le apunté a mi amiguete.
- Tendrá caradura el tiparraco – contestó – Mejor. Me voy
Isabelle y luego, si me acuerdo, paso a recogerlo. ¿Te parece bien? .
- Me parece estupendo- le contestó – Ramón, si necesitas algo, estoy al fondo en
mi despacho.
- Merci, mademoiselle. Au revoir, Marcos
Se marcharon riendo y yo quedé sumido en mi mundo de
pasiones: viejos documentos al alcance de mi mano. Gloria Bendita.
Permanecí tres horas revolviendo libros, buscando
anotaciones, mirando pergaminos que indicaban suministros de municiones,
comunicaciones imposibles, ubicaciones, etc. Todos los documentos relacionados
con la II Guerra
Mundial y con la organización de la resistencia durante aquellos años.
Cientos de líneas escritas a mano o a máquina que
narraban el provenir de la nación francesa, cuando en pleno siglo XX un loco
decidió conquistar el mundo a cualquier precio, y el precio fue demasiado alto
para muchos hombres, mujeres y niños.
Entre todo el montón de papeles me llamó la atención, una
montonera de hojas encuadernadas en grandes archivadores y cuyo contenido no
eran más que números y letras. Sin orden; al menos para mí. Cientos de letras y
números apilados de manera incomprensible. Lo único lógico en la amalgama de
datos eran las fechas. Venían escritas a mano y justo a continuación comenzaban
los bailes de números y letras.
Cientos de números circularon frente a mis ojos sin
sentido alguno. Un tomo, otro, otro más, hasta que súbitamente pasando las
hojas tuve la percepción de una palabra en español.
Retrocedí unas páginas y comencé a mirar letras
desesperadamente, teniendo la sensación de haber visto algo sin poder ubicarlo
correctamente. Dejé el pesado tomo sobre la mesa, abierto por la página en la
que creí ver algo y me alejé unos metros.
Mi corazón pegó un vuelco. Ffectivamente, en la parte
baja de la hoja encontré una palabra en español, pero no estaba escrita. La
palabra estaba formada por los huecos en blanco que había entre tanta letra y
número loco.
Pasé a la siguiente página y encontré otra palabra.
Tome un folio en blanco y un lápiz y comencé a anotar,
con calma, cada palabra que surgía de la marabunta de páginas.
Me di cuenta entonces, que la frase estaba escrita en una
fecha en concreto, 12 de Junio de 1.943, y conseguí componer en el folio en
blanco, la siguiente frase:
"Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer nos ha descubierto
y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en mi pueblo. Un
abrazo de Jesús y mío".
Me levanté de la silla nervioso, como negándome a
continuar con aquella sorpresa que me había deparado mi curiosidad. Durante
unos instantes permanecí en el limbo, embobado, sin saber qué hacer.
Una luz llego a mi mente y pareció devolverme la lucidez.
Cogí el pesado tomo y me situé en su primera página,
donde pude leer claramente de donde venían aquellos mensajes cifrados que
habían comenzado a levantarme el alma en vilo.
"Tomo 28. Códigos cifrados intervenidos por la
resistencia francesa y que fueron enviados desde el Campo de Concentración de
Natzweiler-Struthof".
Tenía, a partir de aquel momento, una fecha, un lugar y
un misterioso mensaje en español que resolver.
No me percaté de la presencia de Marcos a mis espaldas,
mientras yo cerraba el tomo y lo abrazaba con fuerza.
Me levanté y le miré sin decir palabra. Me devolvió la
mirada y comento:
- Ramón tío. Esa mirada la conozco yo y no sé de qué me
suena… - dijo con gesto serio.
- A aventura Marcos, a aventura…
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ResponderEliminarLo elimine x k soy un muñones....sorry jose
EliminarSuperado primer capitulo ... no vas mal ... jejeje
ResponderEliminarA por el segundo capítulo
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