martes, 16 de febrero de 2016

La dignidad de los sefardies ---- Capitulo 1


 

La dignidad

de los

sefardíes

 

 

escrito por

 raul uriszar-aldaca ordiales

OBRA INSCRITA EN EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE MADRID

 

 

 

Capítulo 1

 

Abrí el armario y compuse con celeridad la maleta para el viaje. Como siempre, me había dormido en los laureles de mi despacho de la Universidad y llegaba tarde para coger el avión. Menos mal que en mi armario podía encontrar todo lo que necesitaba para largarme de allí echando chispas.

El curso académico había finalizado y me disponía a pasar una temporada con mi colega Marcos en Paris, lugar donde había conseguido por méritos propios y por el dominio del idioma, una plaza de Catedrático titular de Historia en la Universidad de Paris-Sorbonne.

Siempre me dio un poco de envidia por su impoluto expediente universitario, pero el que vale, vale, y yo me había lucido en los idiomas pero en los estudios había dejado bastante que desear, aunque conseguí salvar con honra el expediente en su día.

Antes de salir del despacho, a modo de despedida, ritual o manía, coloqué mi mesero con cuidado en la posición que más me gustaba.

"Ramón Aller Manrique – Profesor de Historia Medieval". Esas son las palabras que figuran en el mesero de marras y por supuesto, ése es mi nombre.

Cogí la maleta una vez llena de lo necesario y bajé por las escaleras, con sigilo, intentando superar el arco de seguridad sin que éste avisara de mi presencia, pero me fue imposible: un bip, bip, bip, consiguió que mis amigas Maribel y Pilar se pusieran en alerta.

- Pero ¿se puede saber dónde vas tu tan calladito? – me dijo Maribel.

-¡Y encima sin fichar, seguro! - sentenció Pilar.

Ambas son buena gente y se encargan de que nadie se escape y acceda a la Universidad a su "bola" controlando los accesos al recinto.

- ¡Vale, vale, me rindo¡ ¿Qué queréis?

- ¿Dónde vas? – me espetaron.

- A Paris de la France, mon amours.

- Pues ya estás teniendo un detallito con estas chicas que cuidan de ti.

- Por supuesto, Mademoiselles - las contesté inclinándome y haciendo una reverencia.

Me dieron dos besos y nos despedimos para lo que quedaba de verano, pues claramente mi intención no me traía de nuevo a la Universidad.

- Au revoir¡¡¡ - les dije alzando la mano en despedida.

- Disfruta y ya nos contarás a la vuelta.

- Disfrutad vosotras sin la presencia de tanto borrego durante una temporada.

Salí a la calle a la carrera y cuando atisbé la primera luz verde de un taxi libre, levanté la mano y la voz, ambas a la vez, para que el vehiculo no se me escapara.

- Al aeropuerto, por favor. Terminal 4

Añoré durante un instante el "crac", aquél sonido de la bajada de bandera que solía escuchar en el taxi de mi padre, pero la tecnología digital del taxímetro había aparcado los viejos recuerdos. Aun así,  recordé durante un instante que, con un vehiculo como aquél, mi padre había sacado adelante una familia de 4 hijos y el dinero para pagarme la carrera de Historia, entre otras muchas cosas.

Cuando emergí de mis recuerdos y mi trance nostálgico, atisbé por la ventanilla del taxi, el trajín que se movía alrededor de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Ya estábamos al lado.

Pagué religiosamente y corrí con la maleta hacia el panel de avisos, para ver qué puerta de embarque correspondía a mi vuelo.

Me puse las gafas y concentré la vista en el panel en busca de datos:

- Vuelo IB6598–Destino Paris–Pta. 303– 16:55 h. Retrasado 1 hora

¡Con la carrera que me había dado para no llegar tarde!. Eso me pasa por no consultar Internet. Recordé entonces mi ordenador y mi agenda. No estaba seguro de haberlos incluido en el equipaje, así que abrí el desastre de maleta en medio del aeropuerto, mientras la gente me miraba extrañada ante la desesperada búsqueda.

Allí estaban ambos, ordenador y agenda, al fondo de la maleta, protegidos por camisas, calcetines y calzoncillos esparramados.

- Vosotros viajáis conmigo – dije sonriente y satisfecho al encontrarlos.

Agarré la maleta del ordenador e introduje la agenda dentro. Había decidido que sin calzoncillos podía pasar unas largas vacaciones con mi colega Marcos, pero sin agenda y ordenador sucumbiría ante cualquier imprevisto o eventualidad que surgiera.

Pasé los controles de acceso a la terminal y me senté plácidamente a esperar que un nuevo aviso colocara definitivamente mi vuelo en orden de embarque.

Finalmente sucedió tras la hora de demora. Mostré el billete, crucé la puerta de embarque e intenté mirar la cara del comandante de vuelo según accedía por la rampa al avión, Una manía que había adquirido cada vez que volaba, como si viendo la cara del piloto, me garantizara que el vuelo iba a ser más seguro o menos seguro. Simplemente manías.

Me acomodé en mi butaca, cerré los ojos y comenzaron a sudarme las manos cuando empezaron a sonar las turbinas del Boeing 747-400.

Es un trance que ya tengo asumido que debo de pasar, pero no soporto las alturas. Unas dos horas después, aproximadamente, aterrizábamos en el aeropuerto Charles de Gaulle en Paris. Cuando las ruedas del avión tomaron tierra, respiré aliviado.

Esperé pacientemente que llegaran mis maletas a la cinta transportadora mientras aferraba firmemente la bolsa de mi ordenador, rodeado por jubilados dispuestos a asaltar el Museo del Louvre y conquistar la torre Eiffel, niños preparados para partirle las orejas al pobre ratón Mickey en Eurodisney y padres dispuestos a soportar la dura batalla de las vacaciones.

Por fin, tras un rato de espera, asomó mi maleta por el oscuro hueco que hay al final de la cinta transportadora, dando por entendido que mi viaje había llegado ya a su fin.

Huí de la proximidad de los jubilados y las familias, encaminándome a pasar nuevamente un último arco de seguridad para salir al exterior, lo que me trajo a la mente las broncas de mis amigas Pilar y Maribel y me recordó también que no debía olvidarme de comprarlas un detalle durante mi estancia en Francia.

Al otro lado de la puerta de salida, la multitud de personas con la que te encontrabas te hacia sentirte como desorientado y perdido. Y así permanecí durante unos instantes, hasta que pude ver la ruda silueta de mi amigo Marcos avanzar entre el tumulto de gente con el brazo en alto, indicándome dónde estaba.

Nos fundimos en un abrazo eterno, de los que te llenan de alegría. Tres años sin ver a un amigo de correrías es mucho tiempo y más cuando esas dos personas son uña y carne.

- ¡Mariquita! ¿Cómo estas? – me dijo rebosante de una alegría que parecía escapársele por los ojos y salirle del alma.

- ¡No tan bien como tu, gordo! – le contesté yo tirando la puya.

- ¡No cambies, por Dios! ¡No cambies! - contestó alegre. - Pero me ves más delgado ¿verdad? - preguntó una décima de segundo más tarde, ya que su mayor complejo era ése.

- ¡Estás de maravilla! ¡En tu línea habitual!

- ¡Cabroncete!. Vámonos…

Me ayudó con la maleta y seguí sus pasos para salir de la Terminal.

Durante el trayecto hablamos de familia, padres y hermanos, ya que nos conocíamos todos perfectamente, después de haber compartido los 5 años de carrera.

Cuando salimos al exterior, para buscar su coche en el parking, comprobé que llovía y el día era gris y apagado. Confieso que mientras estaba en el avión no me había dado cuenta del tiempo que hacia.

- Marcos… ¿Lleva mucho tiempo así?

- ¿Cómo que si lleva mucho tiempo así?

- Si. Que si lleva mucho tiempo lloviendo….

- ¡Ah!. Lleva dos días sin parar. Dicen que mañana mejora el tiempo, así que has llegado en el momento justo, aunque ya sabes que estoy trabajando con un tema de investigación en la Universidad y lo de las salidas lo vamos a tener chungo, chungo…., asintió Marcos con gesto contrariado.

- Tranquilo muchacho. Que servidor se las apaña muy bien solito. Por algo yo era la mejor nota en idiomas de la Universidad. Francés, inglés y alemán, no tienen secretos para mí.

- Lo sé - contestó Marcos - Por algo fui yo el Cum Laude durante ese curso universitario del que hablas… -  El tío desde luego hilaba fino.

- Vale, vale, fiera – le contesté con una sonrisa.

Caminamos entre los coches, buscando la plaza que Marcos tenía apuntada en la parte trasera de su ticket de parking, para ubicar dónde había dejado el coche. Finalmente lo localizamos.

Me quedé mirando el vehiculo extrañado al principio, pero con gracia después, porque un Citroen 2 CV no parece el coche estándar de un profesor emérito de la Universidad de Paris.

- Marquitos, has tirado la casa por la ventana en locomoción, tío. Para eso te podías haber comprado una bicicleta.

- Funcionar, funciona. Y gasta menos que un mechero, así que si no te gusta te pillas el metro y tan contento "mon ami".

- No, qué va, si me parece una pasada… ¡que aun funcione!

No hizo comentario alguno aunque me miró con el  ojo torcido, pues sabia muy bien como me podía tratar y como le podía tratar yo a él.

Así que cargamos la maleta en el 2 CV y nos dirigimos al centro de la ciudad.

- ¿Marcos, dónde vives exactamente? Me han dicho que es un sitio de privilegio, artista.

- Pues verás Ramón, como la Universidad de Paris-Sorbonne esta muy céntrica y a mi esto del coche ni fu ni fa, esperé pacientemente que surgiera una oportunidad de tener algo cerca de la Universidad y surgió la oportunidad de un apartamento en Rue de Vaugirard, así que mi amigo banquero se encargó del resto…. una pasta Ramón, una pasta. Esto de vivir en Paris sale por un dineral.

- Sí, pero no me vas a decir que no estas bien situado. Una buena nómina, un trabajo como catedrático de historia en la Universidad de Paris-Sorbonne y un apartamento en pleno centro de la ciudad…. ¿Qué más necesitas?

- Yo siempre necesito mas…– corto la frase y esbozo una sonrisa pícara a la cual no era necesario que contestase, porque no era la primera vez que la veía.

Llegamos a pleno centro de Paris y tuvimos la gran suerte de aparcar el vehiculo a pocos metros de su domicilio.

Descendí del vehículo y me quedé admirado del lugar, su casa estaba localizada a pocos metros una inmensa zona verde y en una situación inmejorable para acudir a cualquier sitio de aquella mastodóntica ciudad.

- Vamos. Ya tendrás tiempo de echar una ojeada. Ahora vamos a subir las maletas – me dijo Marcos.

Tras abrir el portal, ascendimos por la estrecha escalera hasta el ático del edificio. Era una finca antigua, pero se veía recientemente reformada, aunque eso sí, no tenía ascensor, motivo por el cual yo resoplaba como un obseso con la maleta a cuestas.

- Pero ¡no podías haberte comprado algo más bajo o con ascensor!- le bufé en la oreja mientras subía por la escalera delante mio.

- ¡No! Y ya verás por qué………

Abrió la única puerta que había en el último piso y me adentré en una preciosa y espléndida buhardilla. Me sorprendió el orden, el perfecto orden que Marcos era capaz de mantener en su casa. Tenía lo básico sin más complicaciones y sobre todo ello destacaba una gran librería repleta de libros, e incluso pude ver algún que otro incunable entre ellos. Muchos objetos históricos o referidos a ésta y, lo dicho, ante todo mucho, muchísimo orden.

-  Ramón ven aquí, asómate. Esto es lo mejor del apartamento - me llamó Marcos desde el umbral de una puerta que había en el salón. – Solamente por esto merece ya la pena el apartamento. ¿No te parece?

Me asomé, al principio un poco incrédulo, al exterior, pensando que me estaba gastando una broma, pero ¡Dios mío!, no conseguía articular una sola palabra.

- ¡Tío, esto es increíble! – alcance a decirle completamente extasiado.

Unas fantásticas vistas sobre la ciudad de Paris se dominaban desde el ático, viéndose perfectamente la Torre Eiffel, las torres de Notre-dame  y delante justo se encontraba el parque de los Jardines de Luxemburgo. Una maravilla en la que había colocado dos tumbonas para relajarse. Tenía la sensación de que aquel rincón iba a colmarme de satisfacción durante mi estancia.

Total, que entre deshacer la maleta, colocar mi ropa en el apartamento, charlar de nuestras viejas historias y de nuestros planes de futuro, se nos hizo de noche, por lo que decidimos quedarnos en casa tranquilamente.

Bueno tranquilamente no es la palabra exacta, porque no sé bien por que razón nos liamos a ver las fotos de cuando íbamos juntos a la Universidad, acordarnos de viejas correrías, de otros compañeros y especialmente de otras compañeras, nos abrazamos a una botella de Ron que tenía Marcos en el apartamento y terminamos durmiendo la mona a la intemperie en el ático, para levantarnos hechos polvo y con la cabeza destrozada al día siguiente.

- ¡Eh! Marcos, arriba, que ya es de día. ¡Ayyy mi cabeza!

- nnnnnnnnnnnnnnhhhhhhhhhhhhggggggggggg

Esa era toda la respuesta que había conseguido de mi amigo, por lo que decidí arroparle y dejarle que terminara de recuperase de la mona que nos habíamos pillado a lo tonto.

A eso de la media mañana cuando se ve que el sol ya le daba de lleno en la cara, Marcos por fin decidió levantarse y entrar al interior del apartamento, con la cara desencajada y el rostro confundido por las horas y el alcohol.

- ´¡Ramón, mariconazo, ya me podías haber avisado!

- Lo hice – le contesté tirado desde el sofá y aun con los efectos de la resaca– pero no me hiciste ni caso, como en tu etapa universitaria, porque tienes muy mal beber.

Lanzóo unos sonidos incongruentes y se dirigió a la cocina, con cara de pocos amigos y con ánimo de  prepararse algo que le asentara la cabeza y recompusiera su maltrecho cuerpo.

- ¿café? – me preguntó.

- Sí. Solo, por favor.

A los tres minutos me llegó el aroma inconfundible del café recién hecho y pareció despertarse mi cuerpo y mi mente que, también como la de Marcos, hasta ese momento había permanecido en letargo, triturada.

Acudió al salón con una bandeja con dos cafés humeantes.

- Tío, sigues siendo el mismo asesino de la Universidad. – me dijo Marcos echándose la mano a la cabeza, tras dejar la bandeja en la mesa.

- Tú, que has perdido el aguante con la edad. – le contesté haciéndome el duro.

Nos sumergimos en el calor que el café y la taza nos proporcionaba, recuperando un poco de lo que nos habíamos dejado en el alcohol. Y durante unos instantes permanecimos así observando la taza de café humeante, sin hacer un solo comentario.

Tras aquellos minutos de receso y una vez centrados ambos, Marcos me propuso que le acompañara hasta la Universidad pues tenía que preparar un discurso para un acto académico en la Universidad.

No me pareció aquella una mala idea.

La Universidad de Paris-Sorbonne tiene fama y reconocimiento a nivel mundial en muchos ámbitos de los estuDios que allí se imparten.

Darme un paseo por sus aulas y conocer el lugar donde tantos colegas desarrollan su labor a diario, con reputada fama mundial, me llamaba la atención y ademas me apetecia.

Así que tras una ducha, me cambié de ropa y con la cabeza aun rota, me encaminé hacia la Universidad con mi colega y creo que debo rectificar, ambos con cara de tener la cabeza rota.

Poco hablamos en el transcurso del camino, incluso hasta el sonido de algún que otro claxon me crispaba los nervios. Mientras, caminábamos hacia la Rue de Saint Jacques que es donde se encontraba el despacho y la unidad donde Marcos trabaja a diario en la Universidad de Sorbonne.

Cuando pude ver el edificio de la Universidad me quede prendido de su grandiosidad.

Accedimos a los controles de seguridad sin ningún tipo de problemas ya que Marcos era muy conocido en la Universidad y recordé a mis amigas Maribel y Pilar a las que había prometido algún pequeño detalle a mi regreso.

Tras cruzar los amplios pasillos de techos inalcanzables llegamos a un pequeño despacho, lugar donde Marcos componía, arreglaba y preparaba cada actividad que se daba en su aula.

Me presentó a su colega y también profesor universitario Jean-Marie, al que saludé y mantuve con él una conversación en torno a nuestra materia educativa, así como sobre la calidad de ésta en España.

Luego me paseó durante mucho tiempo por los rincones más admirables de la Universidad y donde tantos y tantos genios y eruditos habían dado sus clases magistrales, ante la admiración del resto de la humanidad, desde su fundación hace más de 7 siglos.

- Marcos ¿la Biblioteca Nacional está lejos? – le pregunté.

- Bueno, tienes un trozo andando, pero conociéndote como te conozco te puede resultar interesante ir al edificio de al lado, donde se encuentra la Escuela de Archivos Históricos, justo en el 19 rue de Sorbonne, es el edificio que linda con este mismo. Está ligada directamente a la Biblioteca Nacional y  seguramente te resultara más interesante para tu especialidad. Si quieres te presentó a la Directora de Archivos, mi amiga Isabelle Diuu.

- Venga, moléstate un poco por tu amigo Ramón y déjame al menos en un lugar que merezca la pena mientras continuas enrollándote con tu discurso magistral…

- ¡Envidioso! – contestó con tez fruncida.

Salimos al exterior y caminamos apenas 100 metros hasta situarnos en la fachada donde se leía,  grabado en piedra sobre la inmensa puerta de entrada, "Ecole Nationale des Chartes" o lo que se puede traducir como Escuela Nacional de Archivos Paleográficos.

Nos adentramos en su interior y el vigilante saludó a mi colega con alegría y cordialidad.

- ¡Monsieur Marcos!  -Comment allez-vous?

Marcos correspondió al saludo con animosidad y cordialidad, tal y como le habían recibido y tras una breve charla entramos al interior del edificio en busca de su amiga.

La encontramos en la Biblioteca de Historia.

Ambos se saludaron con un efusivo abrazo. A continuación me presentó.

- Isabelle te presentó a mi amigo Ramón y colega nuestro, ya que es profesor de la Universidad de Madrid.

- Encantada de conocerte Ramón. – contestó sonriendo y estrechándome la mano.- Así que compañero de profesión y vocación, ¿no?.

- Encantado Isabelle. Efectivamente, compartimos pasión y estudios al menos. Pero ¿a que debemos este español tan fluido en una francesa?

- Eso es por culpa del ex-marido que elegí en su día, compatriota vuestro; así que no me quedó más remedio que aprender el español ya hace unos años, o se me escapaba, y ya sabemos que eso del amor… al final se me escapó. En fin, al menos me sirvió para aprender vuestro idioma…

Los tres nos reímos y continuamos charlando un largo rato acerca de nuestras pasiones en común y  de la labor que Isabelle desarrollaba en la institución.

Su labor consistía en la conservación de la herencia escrita de las bibliotecas, los archivos, los Museos, los monumentos, las colecciones, así como preparar a personas responsables con la colección, la conservación de los diferentes y variados tipos de documentos, catalogación y calificación de estos.

Caminamos alrededor de las estanterías de la biblioteca, mientras se me iban lo ojos detrás de un montón de libros, a cual de ellos de mayor belleza y exquisitamente cuidados.

Reparé en una pequeña habitación contigua, llena hasta el techo de libros, documentos, folios sueltos que estaban sin orden alguno.

- Isabelle - llamé a la colega, que acudió rápidamente - ¿Este desorden entre tanto orden, tiene explicación?

Se echó a reír.

- Por supuesto, Ramón. Son un montón de documentos desclasificados por el gobierno francés, correspondientes a la II Guerra mundial. Muchos de ellos son de la resistencia francesa y de los servicios de inteligencia nacionales durante esa época, por lo que pude ojear cuando llegaron. Parece ser que se habían quedado "perdidos" en alguna habitación durante todos estos años. Así que los hemos recibido ayer y están pendientes de limpieza y clasificación. Probablemente no tengan ningún valor paleográfico y desde aquí los remitimos a la biblioteca nacional para que ellos les dieran un destino definitivo. 

Todo lo desconocido me llamaba la atención y aquellos documentos que habían permanecido en el letargo durante tantos años, eran para mí como un caramelo.

- ¿Te importa que curiosee un poco, Isabelle? – pregunté con cara de buen chico.

- Adelante, todo tuyo.

- Ya te puedes ir Marcos. – le apunté a mi amiguete.

- Tendrá caradura el tiparraco – contestó – Mejor. Me voy Isabelle y luego, si me acuerdo, paso a recogerlo. ¿Te parece bien? .

- Me parece estupendo- le contestó  – Ramón, si necesitas algo, estoy al fondo en mi despacho.

- Merci, mademoiselle. Au revoir, Marcos

Se marcharon riendo y yo quedé sumido en mi mundo de pasiones: viejos documentos al alcance de mi mano. Gloria Bendita.

Permanecí tres horas revolviendo libros, buscando anotaciones, mirando pergaminos que indicaban suministros de municiones, comunicaciones imposibles, ubicaciones, etc. Todos los documentos relacionados con la II Guerra Mundial y con la organización de la resistencia durante aquellos años.

Cientos de líneas escritas a mano o a máquina que narraban el provenir de la nación francesa, cuando en pleno siglo XX un loco decidió conquistar el mundo a cualquier precio, y el precio fue demasiado alto para muchos hombres, mujeres y niños.

Entre todo el montón de papeles me llamó la atención, una montonera de hojas encuadernadas en grandes archivadores y cuyo contenido no eran más que números y letras. Sin orden; al menos para mí. Cientos de letras y números apilados de manera incomprensible. Lo único lógico en la amalgama de datos eran las fechas. Venían escritas a mano y justo a continuación comenzaban los bailes de números y letras.

Cientos de números circularon frente a mis ojos sin sentido alguno. Un tomo, otro, otro más, hasta que súbitamente pasando las hojas tuve la percepción de una palabra en español.

Retrocedí unas páginas y comencé a mirar letras desesperadamente, teniendo la sensación de haber visto algo sin poder ubicarlo correctamente. Dejé el pesado tomo sobre la mesa, abierto por la página en la que creí ver algo y me alejé unos metros.

Mi corazón pegó un vuelco. Ffectivamente, en la parte baja de la hoja encontré una palabra en español, pero no estaba escrita. La palabra estaba formada por los huecos en blanco que había entre tanta letra y número loco.

Pasé a la siguiente página y encontré otra palabra.

Tome un folio en blanco y un lápiz y comencé a anotar, con calma, cada palabra que surgía de la marabunta de páginas.

Me di cuenta entonces, que la frase estaba escrita en una fecha en concreto, 12 de Junio de 1.943, y conseguí componer en el folio en blanco, la siguiente frase:

"Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer nos ha descubierto y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en mi pueblo. Un abrazo de Jesús y mío".

Me levanté de la silla nervioso, como negándome a continuar con aquella sorpresa que me había deparado mi curiosidad. Durante unos instantes permanecí en el limbo, embobado, sin saber qué hacer.

Una luz llego a mi mente y pareció devolverme la lucidez.

Cogí el pesado tomo y me situé en su primera página, donde pude leer claramente de donde venían aquellos mensajes cifrados que habían comenzado a levantarme el alma en vilo.

"Tomo 28. Códigos cifrados intervenidos por la resistencia francesa y que fueron enviados desde el Campo de Concentración de Natzweiler-Struthof".

Tenía, a partir de aquel momento, una fecha, un lugar y un misterioso mensaje en español que resolver.

No me percaté de la presencia de Marcos a mis espaldas, mientras yo cerraba el tomo y lo abrazaba con fuerza.

Me levanté y le miré sin decir palabra. Me devolvió la mirada y comento:

- Ramón tío. Esa mirada la conozco yo y no sé de qué me suena… - dijo con gesto serio.

- A aventura Marcos, a aventura…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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