La dignidad de los sefardies
Capítulo 3
Pasé los siguientes días encerrado en la oficina
de la Escuela de Archivos Históricos que amablemente me había cedido Isabelle
Diuu, para que continuara, como ella decía, "con la tontería de tirar por
la borda unas vacaciones en Paris".
No sé
si aquella frase dicha en boca de aquella mujer, podía haber sido la invitación
a otra cosa. Lo que sí tenía claro es que me tocaba, por lo menos, tener el
detalle de invitarla a cenar una de estas noches, por las muchas molestias que
la estaba provocando.
Pero mi
mente estaba en otro lugar. Repasé con obsesión y cuidado cada página, cada
archivo, cada documento que hallaba dentro de aquella habitación, pero no
conseguí encontrar más información que me permitiera adelantar en mi búsqueda,
ni ninguna otra pista que me aportara algo de claridad en todo este asunto.
Una voz
familiar me interrumpió.
- Bueno
qué. ¿Nos vamos a comer hoy por ahí o tienes pensado pillar más polvo aún entre
tanto papel viejo? Obseso, que eres un obseso….
Era
cómo no, mi amigo Marcos que acudía al rescate de su colega.
Cerré las
pastas del viejo tomo que tenía entre las manos y surgió una nube de polvo que
inundó la habitación. Eso que flotaba también era historia, aunque parezca
mentira.
-
Tienes razón, gordo. Vamos a darnos un homenaje como tú te mereces, que desde
que he venido he estado obsesionado con este tema. ¿Qué te parece si te invitó
a comer a uno de los restaurantes más lujosos de Paris?.
- ¿No
me estarás invitando a La Tour d'Argent? – dijo Marcos sorprendido
- A la
Tour d'Argent ésa o a la Torre del Oro de Sevilla, que para algo están los
amiguetes.
- Estás
desconocido Ramón.
- ¡Bah!
uno que tiene su "chance".
- Vamos
pues, antes de que te arrepientas.
-
Oye... ¿Te parece bien que invitemos a Isabelle Diuu?. Lo digo porque la estoy
braseando y no me parece un mal detalle por mi parte darle la pequeña alegría
de invitarla a cenar con nosotros.
Me miró
con cara de cuajo. Esa es la cara que se suele poner cuando un amiguete que
conoces de toda la vida, te quiere convencer de algo increíble.
- ¿Qué
andas buscando, demonio? – me preguntó frunciendo el ceño, además del gesto anterior.
- De
bien nacido es ser agradecido. O me vas a negar que no la estoy braseando y que
sería todo un detalle por mi parte.
- Venga
va, corre a avisarla. Yo, con tal de comer en la Tour D'argent, como si quieres
traer a un autobús de japoneses. Estoy dispuesto a aguantar lo que sea con tal
de darme el caprichazo.
Salí de
la oficina y me dirigí al despacho de Isabelle Diuu que estaba al otro lado del
edificio. Golpeé suavemente con los nudillos sobre la puerta entreabierta del
despacho. La mesa de su Secretaria estaba ya vacía pues el personal se había
marchado.
Asomé
la cabeza y la vi sentada frente a su mesa de despacho, con el pelo suelto
después de la jornada y una luz tenue de la tarde que entraba por los
ventanales que tenía a sus espaldas. Aquel ambiente hizo que la prestara
atención, cosa que no había hecho hasta el momento. Era una mujer bella.
- ¿Sí?
¿Quién es? – preguntó intrigada al haber percibido una silueta en la puerta de
su despacho.
Durante
unos instantes debí parecer tonto, mirándola embelesado medio escondido tras la
puerta.
- ¿Se
puede saber quién es? – volvió a preguntar, esta vez ya con un tono mas seco y
tajante, intentado zanjar la incomoda situación que le podía suponer no recibir
ninguna contestación a sus requerimientos.
-
Isabelle, buenas tardes – le contesté suavemente, tras haber regresado de mi
mundo de locas imaginaciones.
- ¡Ah!
Ramón. ¿Qué te pasa? ¿Necesitas algo?
-
Marcos y yo nos vamos a dar el capricho de ir a cenar por el centro. ¿Te
apetecería venir con nosotros? Yo te invitó. Una pequeña compensación por todas
las molestias que te he ocasionado en estos días.
- Bueno
yo es que… - se disculpo.
- No,
no. Sin compromiso. Si tienes algo pendiente adelante. Yo lo decía tan sólo por
si te apetecía pasar una tarde apacible.
Torció
el gesto de su cara y a continuación me dijo:
- Por
supuesto que voy. La cita que tenía puede esperar. De hecho, normalmente,
siempre tengo que esperar yo. Así que como castigo, hoy me doy el capricho de
irme con vosotros y darme el gustazo de cenar en el centro.
- Por
supuesto pago yo.
A las 8
de la tarde nos citamos en la puerta de la Escuela de Archivos Históricos y nos marchamos a
cenarnos y bebernos la noche. Cuando comentamos a Isabelle donde íbamos a
cenar, se mostró absolutamente entusiasmada pues no se había dado el capricho
de cenar en la Tour D'Argent, a pesar de vivir allí.
Yo no
conocía el restaurante, pero como el cachondo de Marcos había dicho: - ¿No me
estarás invitando a la Tour D'Argent? - por no hacerle un feo le dije que sí.
Pero cuando ví el lugar me empezaron a doler los bajos de los bolsillos.
Entró
primero Isabelle, Marcos detrás y yo en último lugar. El maître nos acomodó en
un plácido y tranquilo rincón.
Tras
unos instantes apareció el somelier con una increíble carta de vinos que puso a
nuestro alcance.
Marcos
se adelantó a los dos en la intención de coger la carta, para echarle una
ojeada.
-
Ramón, ¿me dejas escoger lo que bebemos y cenamos? – me preguntó.
- Eso
lo hacen los crios de 15 años, pero tú mismo, venga, escoge. Se supone que
debes ser el entendido, por vivir aquí.
Levantó
la mano y el somelier y el maître acudieron raudos y veloces a tomar la nota
del encargo. Marcos, entusiasmado, comenzó a pedir:
- Nuestra elección es una botella de un fabuloso
Sauternes, un "Château Climens" del 89 acompañando el Foie y un
Burdeos "Château Leoville Barton" del 98 para el Cannard.
El somelier y el maître se marcharon raudos en
busca de lo solicitado, mientras yo miraba a Marcos con cara de pocos amigos:
- A ver que has pedido para el pato…
Finalmente
cuando llegó el maître y el somelier, nos pusimos los tres a saborear con
placer la comida y a beber. Una buena comida, acompañado de muy buena gente y
en un lugar ideal. La comida se me amargó cuando pedí la cuenta.
- ¡Ostias!
- me salió del alma.
- ¿Qué
pasa? - me preguntó Marcos con una sonrisa, no sé si por el vino bebido o
porque, conocedor del palo, disfrutaba con ello.
- Nada
que no se pueda arreglar, amigo. – le contesté sacando la tarjeta de crédito.
Isabelle
nos miraba a ambos como no enterándose de la situación. O quizá también la
había afectado el vino.
Aquello
resultó un placer para los sentidos, pero un duro palo a mi economía.
La
noche había comenzado bien y decidimos tomarnos la penúltima copa y disfrutar
del momento, aunque las copas las tenía que pagar Marcos, porque mi cuenta
debía de estar tiritando del susto.
Pasamos
no sé cuanto tiempo riendo y bebiendo hasta el punto de perder, nuevamente para
Marcos y yo, la noción del lugar, del momento y tener ganas solo de reír.
Isabelle nos acompañaba en la alegría desmedida.
No sé
cual fue el final. Mejor dicho, sí sé cual fue el final. No tenía ni idea de
que había sido de mi amigo Marcos, pero yo había amanecido desnudo al lado de
Isabelle en su cama. No recordaba absolutamente nada.
Me
levanté y la observé en silencio durante unos instantes, tumbada sobre la cama,
desnuda y bella. Tenía un halo de mujer misteriosa que comenzaba a atraerme con
locura, pero me cruzó por la mente que aquello había sido una mera casualidad, fruto
del alcohol y quizá cuando despertara mi presencia no la haría tanta gracia.
Me
vestí, dejé el café preparado para cuando se levantara, mientras yo me tomaba
una taza y la besé con suavidad en la mejilla. Ella cambió de postura.
Salí
por la puerta de su domicilio. Por cierto, en aquel momento no tenía ni idea de
dónde me encontraba. Lo dicho, los
designios del alcohol. Decidí, dadas las circunstancias, tomar un taxi.
-
Bonjour Monsieur, A l’Ecole Nationale des Chartes.
- Oui, monsieur – contestó,
conocedor del lugar el taxista.
Tenía que seguir buscando entre la
montonera de documentos, si existía algún mensaje más que no hubiera visto o se
me hubiera escapado.
Volví a sumirme en la profundidad de
los códigos cifrados, números y letras, buscando desesperadamente algo más
acerca del quién, del cómo y sobre todo, del por qué.
Cuando me quise dar cuanta era la
hora de la comida y mi cabeza, con la mezcla de alcohol del día anterior y los
códigos, requería de una buena sobremesa que me asentara el cuerpo porque el
pato que habíamos cenado anoche, parecía pegar botes en mi estómago.
Salí a la calle y me encontré, justo
al bajar los escalones, con Isabelle que acudía a su despacho.
- Hola ¡Buenos días! – me saludó
sonriente.
- Hola, Isabelle ¿todo bien? – le
pregunté
- Todo perfecto – me contestó.
- Me voy a comer. Luego nos vemos.
Se quedó con cara de estar un poco
extrañada. No tenía claro si era por la contestación dada y mi huida o por lo
sucedido la noche anterior. El caso es que dado el apuro que me causaba la
idea, no me iba a quedar para comprobarlo.
Comí en un restaurante cercano un
menú del día y regrese raudo a la escuela en busca de información. Mi cabeza
estaba empezando a dar más vueltas de las debidas con este tema, pero como
apasionado de la historia que soy, debía saber hasta donde me podía llevar ese
camino. Aquel día no conseguí sacar nada más en claro, excepto que cuando
regrese al apartamento de Marcos, el tío todavía estaba con la berza de la
noche anterior encima.
- ¡No vuelvas en mucho tiempo a
Paris!- me decía en voz baja, rota -
cada vez que estamos juntos terminamos borrachos perdidos y a este ritmo esto
es insoportable -.
- Has perdido la práctica, Marcos o
¿te tengo que llamar Judas?. Porque lo del restaurante ha sido un palo cojonudo
y no dije nada porque estaba Isabelle delante.
- Tú mismo me dijiste que nos
diéramos un homenaje y cuando un amigo te invita a eso, pues está clara la
opción: lo mejor de lo mejor. Por cierto, Isabelle ¿dónde acabó?. No recuerdo
nada.
- Si te lo digo flipas…
Dudó durante unos instantes y luego
frunció el ceño dándo por recibido el mensaje que le estaba enviando.
- Estaría borracha, porque si no….
- Pues eso pienso yo y me da
vergüenza. Aunque este mediodía estaba de lo más amable y fui yo el que estaba
raro. Pero de lo que pasó anoche con Isabelle, palabra que no me acuerdo de
nada.
- Lástima.
- Verdad.
Total, que me relajé allí; nos
tiramos en el sofá e intentamos recomponer nuestros cuerpos tras el agitado
plan de las últimas veinticuatro horas.
Con la llegada del siguiente día,
decidí dar el empujón definitivo a aquella locura de papeles y me hundí
nuevamente en el oscuro mundo de los números, letras y aquel extraño mensaje
cifrado.
Pero tras dar la vuelta a toda la
locura de papeles encerrados en aquella sala, no conseguí sacar nada mas en
claro en todo el día, de entre todos aquellos documentos. Únicamente aquel
extraño e inquietante mensaje en español y la fecha correspondiente, que se
había colado entre aquellas montañas de números y letras:
"Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer
nos ha descubierto y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en
mi pueblo. Un abrazo de Jesús y mío".
"12 de junio de
1943 - Tomo 28. Códigos
cifrados intervenidos por la resistencia francesa y que fueron enviados desde
el Campo de Concentración de Natzweiler-Struthof".
Me puse las manos sobre la cabeza,
intentando centrar las ideas y sacar algo en claro de por qué hacía yo aquello
en mis vacaciones, por qué dejaba pasar de largo la oportunidad de conocer en
profundidad a Isabelle Diuu y sobre todo, qué iba a hacer a partir de aquel
momento.
Conociéndome como me conozco, no me
hacía falta tirar ninguna moneda al aire. Hablaría con Marcos e Isabelle sobre lo que había
decidido hacer a partir de aquel instante.
El siguiente día de mis vacaciones, lo
pasaría camino del Campo de Concentración de Natzweiler- Struthof en Alsacia.
Tenía que saber que había sido de aquellos españoles y el por qué de aquel
mensaje. Si me era posible….
Así que cuando regrese a casa de Marcos,
saqué mi ordenador de la maleta y me puse a buscar por Internet información
acerca de donde estaba ubicado el Campo de Natzweiler-Struthof y cuál era la
mejor manera de llegar hasta allí.
Lo más próximo era ir en avión o tren
hasta Estrasburgo y desde allí en coche unos 58 kilómetros hasta
llegar al pueblo de Rothau.
Busqué a continuación los vuelos y los
trenes que salían desde Paris hacia allí y preparé mi maltrecha Visa para que
me concediera otro deseo más: tener algo de pasta fresca en la cuenta.
Hubo suerte. Aún no había cobrado pero
mi economía estaba lo suficientemente saludable como para darme aun algún
capricho más y éste no pensaba dejarlo pasar de largo.
Al final decidí coger el tren TGV de
alta velocidad hacia Estrasburgo porque, en cuanto a tiempos, incluso ganaba
algo comparado con el avión y una vez estuviera allí, la idea era alquilar un
coche para moverme hasta Rothau, la población principal más próxima al campo de
concentración.
Cuando tuve todo decidido y amarrado,
con los billetes comprados y la reserva del coche confirmada, fui a la cocina
donde estaba Marcos preparando una cena ligera para los dos y le comente:
- Mañana me voy a buscar qué ha sido
de esos compatriotas que tú y yo sabemos.
- Te has vuelto loco… ¡Vas a mandar a
la mierda las vacaciones de verano, por una estúpida historia ocurrida hace
casi 70 años! Razona, tío.
- Te recuerdo que nosotros vivimos
actualmente así Marcos, porque estudiamos juntos en la Universidad la estúpida
historia que comenzó a ocurrir hace millones de años entorno al ser humano y
aún hoy en día sigue escribiéndose…
Marcos guardó un largo y profundo
silencio, reflexionando acerca de cada palabra que le había dicho, hasta que,
tras respirar profundamente, dio por hecho que mí decisión era irrevocable y
que tenía razón en cuanto a mis curiosidades.
- Vete Ramón, vete. Te conozco lo
suficiente como para saber que el otro día, cuando te dije en la Escuela , que esa mirada la
conocía yo de algo y tú me contestaste con aquello de que esto lo veías como
una “aventura”, ya te daba por perdido para que estuvieras una temporada aquí
conmigo.
- Tú sabes que siempre estoy contigo,
amigo.
Nos fundimos ambos en un abrazo.
Sobraban las palabras. Nos conocíamos de tal manera que no necesitábamos
hablarnos para entendernos y sabíamos que el futuro no muy lejano nos depararía
otras oportunidades para compartir.
- Me mantendrás informado de lo que
encuentres ¿verdad? - me preguntó Marcos.
- Reservaré todos los detalles que
encuentre para la próxima visita que te haga.
Pasamos el resto de la noche charlando
y riéndonos, sentados y cenando en el mirador del ático de Marcos, aprovechando
las últimas luces y sombras de la maravillosa ciudad de Paris, a la que por
desgracia no había tenido oportunidad de conocer en absoluto.
A la mañana siguiente, Marcos cogió mi
maleta y yo cargué con mi ordenador y mi agenda para marcharnos hacia la
estación de tren PARIS MONTPARNASSE 3 VAUGIRARD y allí coger mi tren, el TGV
02439 con dirección a Estrasburgo. Antes pasamos por la oficina de Marcos, pues
necesitaba algún documento de última hora antes de acompañarme y como teníamos
tiempo resultaba un paseo más que apetecible, charlando antes de despedirnos.
Entró en su oficina, mientras yo le
aguardaba en la calle a la entrada de la puerta principal. Casualidades de la
vida, Isabelle Diuu paseaba tranquilamente hacia su despacho de la Escuela. Cuando me
reconoció, su sonrisa pareció iluminarse y acudió con paso ligero a mi
encuentro.
- Buenos días, Ramón. ¿Cómo estas?
- Bien Isabelle. Esperando a Ramón. Me
marcho hacia Rothau, tengo que saber que ha sido de esa gente que comentamos.
- Ramón… no huyes de mi, ¿verdad? – me preguntó.
La sonrisa surgió en mi cara entonces.
- No Isabelle, no. Quizá dentro de un
tiempo exista la posibilidad de encontrarnos nuevamente y charlar con más
calma…
- Me parece una buena opción, pero es
que has estado tan poco tiempo en Paris….
- Ya sabes, cuando se me cuela algo
entre ceja y ceja, no paro hasta conseguirlo o saber qué es.
- Suerte – me dijo, dándome un beso en
la mejilla y aproximando su cálido carrillo a mi cara – ¿Nos mantendrás
informados? ¿Verdad?
- Si Isabelle – entonces yo le devolví el beso
en la otra mejilla, haciendo que también sintiera mi roce.
Agachó la cabeza y continuó camino
de su oficina. Se marchaba acabándome de confirmar que lo sucedido entre ambos
no había sido fruto del alcohol y la locura de una noche. Al menos por su
parte. Yo prometo que no recordaba nada.
Al poco salio Marcos de su oficina y
nos encaminamos hacia la estación de tren. Me rogó en el trayecto que lo
llamara, que le informara de lo que iba a hacer después de investigar, que si
tenía pensado volver a Paris… nunca son demasiadas preguntas entre dos amigos
como somos nosotros.
Me fundí en un abrazo eterno con mi
amigo del alma y le dije que le llamaría en cuanto tuviera algo en claro.
Tomé el TGV que me conduciría a
Estrasburgo. Me dispuse durante el trayecto a disfrutar de los paisajes de
Francia desde el tren. La velocidad del tren en las llanuras que conducen hasta
la zona de Alsacia, convertía la campiña en un solo color: el verde. El viaje
hasta Estrasburgo duró dos horas y veintidós minutos. Ya me encontraba un poco
más cerca de mi destino.
Cuando llegue a Estrasburgo, me
dirigí directamente a la ventanilla de la empresa de automóviles de alquiler.
Había conseguido alquilar, a un precio razonable, un pequeño Citroen Saxo que
para un sólo viajero resultaba más que oportuno, pues con poca carga no se
necesita mucho burro. Introduje la dirección de Rothau en el navegador y nos
pusimos en marcha. Última etapa del camino hacia Natzweiler-Struthof.
Cuarenta y cinco minutos después
llegaba al pueblo de Rothau y desde allí me dirigí a Natzweiler. Todo estaba
muy bien indicado.
Cuando el navegador finalmente me
dijo las palabras de "Ha llegado usted a su destino", detuve el coche
en el parking y me dirigí andando hacia el antiguo Campo de Concentración. Pude
ver entonces, según las indicaciones, que una parte de él se había convertido
en un Museo permanente. Era el Centro Europeo de los Resistentes Deportados. Me
sorprendió encontrarlo; no era consciente de la realidad y tampoco sabia muy bien lo que iba buscando.
Antes de acceder, me detuve en la
puerta del Campo, levante mi cabeza y leí el cartel que rezaba en letras negras "KONZENTRATIONSLAGER
NATZWEILER-STRUTHOF", tuve la extraña sensación de que la piel se me
erizaba. Sentí bajo mis pies el peso de la desgracia de cientos de seres
humanos, masacrados sin lógica humana posible.
La puerta estaba cerrada, pues eran ya
las 8 y media de la tarde. El Museo y las instalaciones abrían a las 9 de la
mañana y cerraban a las 6 de la tarde.
Me alejé unos pasos hacia atrás
cuando, de repente, sentí una mano sobre mis hombros.
- Bonsoir monsieur, le Museé est
fermé. Il n'est pas possible de le visiter aujourd'hui.
Una vez que me repuse del susto
inicial comprobé que se trataba de un hombre mayor entrado en años.
Probablemente él conociera como se construyó este Campo. El buen hombre me
indicaba que el Museo estaba cerrado y que hasta el día siguiente no me seria
posible visitarlo. Le pedí que me recomendase algún sitio donde pasar la noche
y dormir.
- Pardon, pourriez-vous m'indiquer une
chambre pour y passer cette nuit?
- Prennez la rue Rothau et dans la
troisième maison à droite il y a des chambres.
- Merci, monsieur.
Me quedé con las ganas de preguntarle
algo acerca de aquel lugar, pero bastante había hecho el hombre por mí,
indicándome que regresando hacia Rothau, en la tercera casa que me encontrara en
la mano derecha de la carretera, solían alquilar habitaciones.
Tomé el coche y regresé hacia el
pueblo, con intención de buscar un lugar donde alojarme para pasar la noche. No
me fue muy difícil. Efectivamente en la tercera casa que encontré en la misma
carretera, alquilaban cómodas y limpias habitaciones.
Una familia sencilla, un matrimonio y
su hijo mayor que era estudiante universitario y ahora estaba de vacaciones en
casa. Justamente lo contrario que hacía yo.
Acordamos un precio y tras acomodarme,
me invitaron a que bajara al salón para compartir un rato agradable con ellos.
Afortunadamente Armand, así se llamaba el hijo, estudiaba español en la
Universidad de derecho.
Charlamos durante un buen rato en
español, acerca de los estudios que Armand estaba desarrollando. Su padre le
miraba con ojos de orgullo, viendo como su vástago se defendía en un idioma
extranjero y solicitándole que le mantuviera informado de la conversación.
Armand, tras un breve lapso de silencio, me preguntó en qué trabajaba yo. Le
contesté que era Profesor titular en la Universidad de Madrid, en la Cátedra de
Historia Medieval. Pareció impresionarse, quizá por el respeto de ser
estudiante actualmente, así que le calmé comentándole que yo no estaba allí
para examinarle y afortunadamente, el comentario pareció relajarle.
Fue entonces cuando me preguntó su
padre, en francés, a que había venido a Rothau.
- A realizar una investigación sobre
unos españoles que estuvieron internados en el Campo de Natzweiler-Struthof –
le contesté en francés.
El hombre pareció sorprenderse por mi
dominio del idioma. Le pedí perdón por haber hablado en su presencia en
español, pero le comente que su hijo tenía una muy buena dicción en mi idioma y
el hombre pareció nuevamente ensancharse de orgullo.
Fue una conversación, ya en francés
distendida, en un ambiente de calma. La madre su unió a ella, dejando los
quehaceres a un lado. Pasamos dos horas enfrascados en discusiones sobre España
y Francia, sobre su vida, aquel lugar y la gente que venia a visitar el antiguo
Campo de Concentración.
Después de disculparse por haberme
entretenido de esa manera y dándoles yo las gracias por haberme acompañado y
entretenido ellos a mí, conseguí subir a mi aposento.
El sueño se me había escapado hacia un
rato debido al café al que me invitaron, así que abrí la ventana de par en par
y observé, en silencio, el esplendor de las estrellas en aquel lugar.
Plenas de luz y de hermosura no había
ni una sola nube que las privara de belleza. También me vino a la mente que
cómo era posible que bajo un cielo estrellado maravilloso, el ser humano
pudiera haber humillado a un semejante hasta causarle la muerte…
La mañana me trajo la ilusión de haber
dado un paso más en mi investigación. Madrugué y me planté en el hall a las 8
de la mañana, pero la madre, me impidió que me marchara sin haber tomado un
desayuno. No quise hacer el feo y acepté gustoso otra taza de café como me
habían ofrecido la noche anterior. Pagué religiosamente y Armand bajó en aquel
momento.
- Armand, si necesitas algo de mí ya
sabes donde estoy, no tienes mas que llamarme – extendí la mano ofreciéndole mi
tarjeta.
- Muchas gracias "Monsieur
Ramón" y encantado. Si necesita usted algo de mí….
- Gracias y "au revoir".
Tras cargar la maleta, tomé el
vehiculo y recorrí con facilidad la distancia que me separaba del Campo de
Concentración. Había llegado antes de que abrieran las instalaciones, con lo
que aparqué el coche y me encamine nuevamente en dirección al cartel que
rezaba: "KONZENTRATIONSLAGER NATZWEILER-STRUTHOF". Seguía con la
misma extraña sensación que me incomodaba. Aquellas letras eran el anuncio de
entrada a un sitio terrible.
Un hombre de mediana edad abrió las
grandes puertas de la entrada, dándome los buenos días e invitándome a pasar.
Me preguntó en francés si quería un
ticket para visitar la Exposición y el Campo. Le contesté que estaba interesado
en hablar con el Director del centro para consultarle posibilidades de estudio
sobre el material del que disponían.
Me rogó que le acompañara y esperara
unos instantes. Nadie más había pasado bajo el cartel a esas horas, por lo
tanto podía atenderme sin agobios.
Desapareció de mi vista y al momento
se presentó ante mi un hombre joven, de muy buena presencia, que dijo que era
el director de las instalaciones, preguntandome en qué me podía ayudar.
Me acredite ante él como el profesor
de Universidad y me dijo que pasáramos a su despacho. Se presentó como Alain
Duple y me indico que era la persona que llevaba las riendas del Museo y
antiguo Campo. Departimos en francés durante un buen rato, yo intentando ganármelo
y que todo me fuera más fácil. Él, intentando saber cuáles eran realmente mis
intenciones.
La cosa estaba complicada porque en
principio, los fondos documentales del Campo de Concentración no están a
disposición del público en general. En mi caso era diferente: me había
acreditado como profesor universitario con intereses de estudio sobre el tema y
aquello me concedía ciertos privilegios a la hora de investigar.
Me preguntó si me era posible
conseguir alguna recomendación para que me fuera más fácil el acceso a los
documentos. Se me iluminó la bombilla en aquel instante. Tomé el teléfono y
llamé a Marcos para que realizara alguna gestión.
- ¡Marquitos!
- ¿Qué pasa Ramón? ¿Estas bien?
- Todo perfecto, tío. Necesito de tu
ayuda urgente.
- Dime que necesitas…
- Apoyo, necesito apoyo. Estoy en
Natzweiler-Struthof con el director de las instalaciones, me recomienda algún
apoyo para facilitarme el acceso a los documentos originales del Campo ¿puedes
hacer algo?
- Tranquilo, eso está chupado. Dime a
que número de teléfono tenemos que llamar.
- Espera un momento… pardon ¿À quel numéro dei téléphone doivent-ils
appeler?. – pregunté al Director del
Museo.
- 033 (0) 3 88 47 44 57 – contestó.
- ¿Has oído? Pues venga, ponte en marcha. Necesito
una solución en diez minutos… ¿Entendido pequeñín?
- A sus ordenes, pequeño dictador. Venga, voy a
ver si te lo soluciono a la mayor brevedad posible.
- Un abrazo y ya hablaremos…
- Adiós.
Terminé la llamada y le comenté al Director que en
breve recibiría una llamada de teléfono que le daría fe de la necesidad de
consultar los documentos que tenía. Luego charlamos durante un rato acerca de
las actividades que desarrollaba el Centro y me invitó a ir con él para
mostrarme en persona el Museo. Le pregunté por la llamada de teléfono que debía
recibir y me mostró el teléfono inalámbrico que nos acompañaría durante la
visita.
Me explicó que recientemente se había creado el
Centro Europeo del Resistente Deportado que con aportaciones documentales e
históricas, así como la presencia de personas que vivieron "in situ"
el horror, se encargaba de velar la memoria historia de los hechos ocurridos en
aquel lugar, de tal manera que el horror no quedara nunca en el olvido pues,
como bien se sabe, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra.
El Museo era impresionante, con un diseño moderno
y una luz ideal, aportaba mucha información, documentación, fotografías y
material relativo a la vida en el Campo de Concentración y mostraba una
explicación clara de lo que allí ocurrió, además de testimonios de presos y los
motivos por lo que se llegó a aquella locura.
Estaba tan concentrado e interesado en captar la
información que me facilitaba, que cuando sonó el teléfono del Director pegué
un salto del susto que me pegó.
El Director contestó la llamada y escuchó
atentamente lo que le decían, sin apenas intervenir. Tras una pausa en
silencio, contestó en francés que estaría encantado de facilitarme la tarea en
todo lo posible y a continuación colgó el teléfono.
A continuación me comentó que le fascinaba la
rapidez con la que había conseguido que me abrieran las puertas de su
Institución y me dijo que desde luego debía tener muy buenos amigos y
referencias en Francia. Fue discreto sobre la conversación que había mantenido
momentos antes y no me dijo con quién había hablado. Para mí lo importante era
que tenía carta blanca para localizar a mis hombres.
Me recomendó entonces que, antes de meterme en el
barracón donde se conserva toda la documentación referente al Campo, primero
terminara de visitar el Museo para a continuación, tener la posibilidad de
pasear por el Campo mismo y observar con mis propios ojos lo que aquel lugar
supuso.
Me garantizó que con un paseo y el acceso a la
información prioritaria de la que iba a disponer, mis sensaciones se
incrementarían hasta aproximarse a la cruda realidad.
Luego me dijo que cuando quisiera pasara por su
oficina y me abriría el Centro de Documentación del Campo. Se marcho en
silencio, dejándome las sensaciones a flor de piel.
Le hice caso. Primeramente, me documenté bien en
el Museo, con calma, leyendo cada rótulo y observando cada fotografía. Luego,
vi un documental que explicaba cómo era el lugar que ocupaba el Campo antes,
durante y después de su construcción, con imágenes superpuestas, cómo era la
vida de los deportados, su organización, los Campos anexos, los experimentos
médicos que desarrollaron en el Campo, así como una reconstrucción de cómo eran
los barracones de los prisioneros cuando el Campo estaba a pleno rendimiento.
Salí al exterior y respire una bocanada de aire
fresco y profundo. Lo necesitaba, pero al abrir los ojos y ver el Campo de
Concentración, el aire me supo raro.
En silencio, caminé entre los barracones de los
prisioneros, lugar donde todos los días, durante unos cuantos años, alguien
dejaba de levantarse y ver el sol.
Luego continué por el bloque donde se ubicaban las
cocinas y pude durante un instante imaginar la dureza del lugar, la gente
muriendo de hambre y nada decente que llevar a la boca, mientras unas cuantos metros
más allá, y fuera de la alambrada, estaba la zona ubicada para la Comandancia,
donde no se pasaban necesidades y los mandos nazis recibían los cuidados que al
resto de humanos les faltaban.
A continuación, fui al bloque crematorio y de los
experimentos médicos, donde cientos de vidas y esperanzas fueron lanzadas al
aire en forma de ceniza y cientos de cuerpos sometidos a experimentos médicos,
destrozados, en busca de una diferencia sustancial entre la raza aria y el
resto de la humanidad.
Tuve ocasión de asomarme al llamado barranco de la
muerte y a la fosa de las cenizas, ultimo lugar este donde iban a parar las
cenizas y las esperanzas que no fueron al aire.
Visité el monumento en recuerdo a las victimas de
aquella locura e incluso pude ver la cámara de gas que se instaló en el
exterior del Campo.
Lo que más me sobrecogió de mi visita, fue ver la
horca que se utilizaba para ajusticiar a quien había sido atrapado en un
intento de fuga de aquel lugar o a quien osaba planificar una posible escapada,
desobedeciendo las ordenes.
Me quedé mirando la soga que colgaba y durante un
instante me pregunté:
- Espero que ni Serafín, ni Jesús, ni quien quiera
que sea el “otro”, tuvieran como destino final esa maldita soga…
Fuese lo que fuese pronto lo iba a saber…
En esta segunda lectura más pausada, estoy disfrutándolo más, fíjate. Adelante Raúl, que tienes mucho talento, niño!
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