miércoles, 24 de febrero de 2016

La dignidad de los sefardies - capitulo 5


la dignidad de los sefardies
Capítulo 5

Después de haber observado durante un largo rato, la maldita soga que pendía de la horca y haber retorcido mi mente en mil ideas que, no tardando mucho, empezarían con un poco de suerte, a tomar forma y a concretarse definitivamente, emprendí camino hacia las oficinas del Museo para encontrarme nuevamente con el señor Alain Duple.

Me vio llegar y enseguida se interesó por mi opinión acerca de lo que había visto en la pequeña visita al Campo. Departimos nuevamente en francés.

- ¿Qué le ha parecido el Campo Sr. Aller?

- Sinceramente, jamás llega uno a imaginarse que esto haya sido posible en pleno siglo veinte, cuando se supone que el ser humano ha alcanzado su máximo esplendor intelectual y de comprensión, en cuanto a todo lo que le sucede y rodea. Pero quizá lo que más me ha impresionado ha sido la horca ¿Sabe usted si realmente hubo gente que murió en ella Sr. Duple?

- Por desgracia, sí. Muchas personas perdieron la vida en esa horca. Era especialmente utilizada en los casos de intentos de fugas, como escarmiento hacia el resto de prisioneros. Por decirlo de alguna manera era un escarmiento publico para conseguir que el resto de prisioneros no tuvieran la intención de intentar la fuga… pero. por favor, llámeme Alain.

- Lo haré encantado Alain, si usted también  me tutea y me llama por mi nombre de pila, Ramón. Otra pregunta ¿sabe usted si algún español murió en esa horca o consiguió fugarse de este Campo?

- Unos cuantos españoles republicanos vivieron, sufrieron y padecieron en este Campo de Concentración. No muchos, pero algunos hubo. Respecto a si ellos fueron protagonistas de alguna fuga, no lo puedo asegurar. Sé decirle, eso sí, que de este Campo de Concentración consiguieron escapar, desde su apertura, unas 30 personas. No sé decirle qué nacionalidades tenían los que lo consiguieron Pero si sé decirle el número de los que no lo consiguieron: en este Campo murieron 22.000 seres humanos en un calculo aproximado… Por desgracia digo aproximadamente, pues es imposible que jamás lleguemos a conocer con exactitud la cantidad de vidas perdidas en este lugar.

- Casi prefiero callarme, amigo Alain. Ahora me parece ridículo a lo que yo he venido, comparado con esas cifras. Yo he venido a buscar lo que fue de al menos 3 españoles en este Campo de Concentración.

- Tres personas son un motivo más que suficiente, amigo mío, para acudir a investigar un pasado y otorgarles a muchos de ellos un presente y un futuro. Te comento esto, Ramón, por que miles de familias acuden aquí y a otras muchas instituciones vinculadas a nosotros y al Campo de Natzweiler-Struthof para saber quá ha sido de familiares o allegados. Ponerles nombre, saber si murieron aquí y honrar su memoria. Si tú eres capaz de situar a esos tres españoles, sabremos algo más de lo sucedido aquí, e incluso, quizá puedas contarle a su familia, si aún la tienen, lo que les sucedió.

- Tienes razón, Alain. Si me indicas donde tenéis el archivo me pongo en marcha inmediatamente.

- Vamos pues, amigo Ramón.

Acudí junto a Alain, hasta otra nueva oficina contigua a la Exposición Permanente del Museo. Dentro se guardaban los documentos, enseres y cualquier otro elemento que forjó la historia de aquel Campo de Concentración. Cientos de papeles, información, material bélico, equipamientos militares alemanes, trajes de prisioneros, equipos de transmisión, etc. Todo un arsenal a mi disposición para estudio e información.

- Venga usted conmigo, Ramón. Le voy a presentar a alguien muy especial.

Acompañé a Alain hasta el fondo de la estancia. Sentado en una de las mesas se encontraba un hombre de avanzada edad que me recibió con una amplia sonrisa, incorporándose de la silla en la que estaba leyendo el periódico.

- Ramón, este es el señor Gerard Lavalle, deportado, prisionero de guerra en este Campo y persona que colabora al mantenimiento de la historia que encierran estas cuatro paredes.

- Sr. Lavalle, es un placer.

Estreche su mano árida, ruda y la sostuve unos instantes. Quizá podía ser la obsesión pero tuve la sensación de sentir la historia en un apretón de manos. Estaba seguro que aquella piel podía hablar por si sola y aquello me merecía el máximo de los respetos.

- Bonjour, Monsieur Ramón. Enchanté.

Alain aprovechó el momento de silencio para decir que nos abandonaba y que si necesitaba algo allí estaba el teléfono para llamarle, pero que creía que con la presencia de Gerard tendría más que suficiente.

- Bien, joven ¿Qué busca usted exactamente? – me preguntó el señor Lavalle en francés.

- Vengo buscando al menos a tres españoles que estuvieron en este Campo de Concentración…

- Españoles republicanos, claro. Porque nacionales en un Campo de Concentración alemán en la II Guerra Mundial debió de haber pocos. 

- Creo que sí.

- Creo recordar algún compatriota suyo, pero han pasado tantos años, tantas caras por mi mente que me es imposible.

- ¿Pero estuvo usted aquí realmente? ¿Cuántos años tiene? – le pregunté.

- Bien, bien, Ramón. Las preguntas de una en una, que no estoy para complicarme la cabeza con muchas cosas a la vez... Efectivamente, estuve ingresado en este lugar desde enero de 1943 hasta su liberación. Esto responde a su primera pregunta. Respecto a la segunda tengo 87 años. Los justos. ¿Quiere usted que le ayude a buscar la información?

- No se lo pido, se lo ruego monsieur Lavalle.

- Gerard, por favor, Gerard. No me haga usted sentirme más mayor de lo que soy…

- Por supuesto, Gerard

Tenía un ácido y corrosivo sentido del humor el bueno de Gerard, pero sin duda alguna me iba a ser de mucha ayuda para encontrar información que necesitaba entre tanto papel.

- Bien ¿Por donde le parece que deberíamos de empezar Ramón? – me preguntó.

- Tan solo poseo esta información, Gerard. Un mensaje codificado enviado desde este Campo de Concentración. Dicho mensaje contenía la siguiente frase y fecha:

"Serafín huye. Arbeitsdiensfuhrer nos ha descubierto y va en tu búsqueda. Esconde la dignidad de los sefardíes en mi pueblo. Un abrazo de Jesús y mío". 12 de junio de 1943.

Gerard pareció revolverse en su silla al escuchar las palabras que le había dicho, como si algo de lo que hubiera mencionado le hubiera agitado el alma y el cuerpo.

- Gerard, ¿se encuentra usted bien? ¿Necesita algo?

El hombre se quedó pensativo. Tenía en aquel momento la cabeza y la memoria en otro lugar. Su tez pálida delataba que algo no marchaba bien y no cabía duda que alguna de mis palabras había abierto una puerta que estaba cerrada en su alma y en su recuerdo. Sufrí por Gerard unos instantes, porque hay heridas que nunca terminan de cicatrizar en el alma de un hombre.

Después de un instante, levantó la cabeza y me preguntó de nuevo:

- ¿A dicho usted algo de un Arbeitsdienfuhrer?

- Si Gerard y lo siento. No pensé que le causaría ninguna conmoción. Si ayudarme en esto le va a suponer a usted algún problema, yo me marcho de inmediato.

- No, no, por Dios, Ramón. Verá usted, mientras yo permanecí en este Campo, pasaron muchos oficiales alemanes por él. Entre ellos, recuerdo especialmente a uno con categoría de Arbeitsdienfuhrer, que conseguía que cada vez que su negra sombra aparecía cerca de algo o alguien toda la vida a su alrededor se acababa. Se llamaba Friederich Ulm. Un auténtico hijo de puta asesino. Espero, por el bien de los que usted busca, que no sea el mismo personaje del que yo le estoy hablando.

- Pero tan malo era ese tal Friederich Ulm… ¡Hasta el extremo de conseguir que cuando pronuncio su nombre usted se quede en blanco!

- Malo como la mismísima muerte. Afortunadamente para los que vivíamos en este Campo, un día, inesperadamente, desapareció.

- Me alegro por usted y por el resto de que fuera así.

Sentí un escalofrío, pensando si ese tal Friederich Ulm que me estaba comentando Gerard, podría ser el mismo hombre que se ocultaba en el mensaje que estaba intentando desvelar bajo el nombre del Arbeitdiensfuhrer.

- Continuemos ¿Por dónde le parece que comencemos?

- Españoles en este Campo.

- Pues ya sabes Ramón, a echar una mano y revisar ficha por ficha, y lista por lista, nombre y apellidos de españoles en este Campo de Concentración.

- ¿Quién hizo estas listas y fichas, Gerard?

- No se sabe bien. Lo único concreto que se sabe al respecto es que debió realizarlas algún prisionero del Campo. Debía ser el encargado de actualizar los archivos con los datos de los prisioneros. Se encontraron las fichas, guardadas o escondidas, dentro de un equipo de radio transmisión que había sido vaciado por dentro y estaba repleto de ellas, con los datos de muchos de los prisioneros del Campo. Gracias a eso nuestros datos sobre ellos son bastante buenos. También se encontraron archivos alemanes con datos sobre los prisioneros.

- Siempre hay alguien dispuesto a sacrificarse por los demás entre tanta muerte y miseria…

- Casi siempre…-  me rectificó Gerard.

Nos pusimos a buscar, ficha por ficha, nombres de españoles que estuvieron en Natzweiler-Struthof. Debíamos repasar, de esa manera, unas 30.000 fichas.

Pasamos la mañana completa en busca de datos. Invité a Gerard a comer a mediodía y continuamos por la tarde revisando las fichas en busca de pistas, sin darnos tiempo suficiente aquel día para repasar siquiera una pequeña parte de ellas.

De cuando en cuando hacíamos una parada y nos tomábamos un café caliente, pero yo lo que hacía era disfrutar con aquella enciclopedia viviente que resultaba ser Gerard. Cada pregunta tenía respuesta y cada respuesta una nueva pregunta.

Conocía Natzweiler-Struthof como si fuera su casa ya que, por desgracia, lo fue durante bastante tiempo.

Nos retiramos a descansar aquella primera jornada con tan sólo una posible ficha. La de un español llamado José Martínez Solís.

Quizá fuera aquél, el tercer hombre del que desconocía más datos, el que escribía aquel misterioso mensaje. Pero con ayuda de Gerard, lo descarté. En su ficha personal decía que estaba destinado a la carga de piedras de una de las canteras cercanas, por lo que estaba descartado su acceso a los sistemas de comunicación del Campo o, al menos, eso nos parecía. También quedaba descartado por no figurar su nombre en el misterioso mensaje.

A eso de las 6 de la tarde, Alain Duple acudió hasta donde estábamos enfrascados en la busqueda, para ver que habíamos hecho durante la jornada y avisarnos de paso, que había llegado la hora de cerrar.

Me ofrecí a llevar a Gerard hasta su domicilio y el aceptó encantado. Yo debía regresar a casa de Armand para volver a alquilar la habitación de la noche anterior ya que parecía que mi estancia se iba a prolongar en aquel lugar.

Cuando dejé a Gerard en la puerta de su domicilio en el centro de Rothau, se bajó del coche y me preguntó:

- ¿Dónde va a pasar usted la noche Ramón?

- Regreso de camino hacia el Campo por la carretera que hemos venido. Anoche me alojé con la familia de una casa que hay al lado de la carretera. El hijo del matrimonio se llama Armand.

- ¡Ah! La familia Lafleur. Buen sitio y buena gente. Pero quizá a usted le venga bien quedarse en mi casa, así se ahorra un poco de dinero y me hace compañía. Mucho me temo que, revisando las fichas a la velocidad que lo hacemos, tendrá trabajo para algunos días más.

- Pero no quiero molestarle Gerard.

- No es ninguna molestia, amigo Ramón…

- Gracias.

Aparqué el coche y me dirigí hacia la puerta de la casa de dos alturas dónde me aguardaba Gerard. Con un gesto de su mano me invitó a que franqueara el umbral.

- Marianne, tenemos visita. – dijo en tono alto.

Una mujer menuda, se presentó ante mí. Su cara risueña iluminaba todo a su alrededor.

Me plantó dos besos sin que a Gerard le hubiera dado tiempo a decir mi nombre y presentarme. Tenía la sensación de que aquella mujer era pura vitalidad.

- Pase, pase y siéntese. Déme la maleta. Póngase cómodo en el salón. Vea usted, si quiere, la televisión. Necesita algo…

Respiré profundamente y me di cuenta que no era pura vitalidad lo que rebosaba por su piel, era un ciclón lo que definía a aquella menuda mujer. Ni siquiera me daba tiempo a contestarla.

Gerard, al ver el gesto de mi cara, sonrió y se aproximó a mí para decirme al oído:

- Usted lleva con ella dos minutos… yo llevo toda la vida.

Sonreí ante el comentario. Resultaban una pareja sorprendente. Él rebosaba calma y tranquilidad; ella era pura dinamita. Como se dice popularmente, los polos opuestos se atraen y qué razón tenía en este caso.

Marianne consiguió que mi maleta desapareciera en un instante de mi vista y me encontré con una taza de café, sentado en el sillón con Gerard a mi lado y todo esto sin haber dicho ni mú.

- Marianne, Marianne. Ven aquí – le llamó Gerard.

Marianne apareció con rapidez en el salón, atenta a lo que su marido le pedía.

- Marianne, nuestro invitado se llama Ramón, es español y está haciendo un trabajo de investigación en el Campo de Concentración.

Nos miró a ambos sorprendida, sin saber que decir, casi avergonzada.

- Perdóneme Sr. Ramón. Por ser intentar ser amable, he olvidado los buenos modales y ni siquiera he preguntado su nombre. ¿Me perdona usted, verdad?

- Por favor llámeme simplemente Ramón y yo la llamaré Marianne. Por supuesto que esta usted disculpada, es más, no debe de pedirme ninguna disculpa, está usted en su casa.

- Si me perdona, voy a preparar la cena. Usted cenará con nosotros por supuesto.

Intenté decirle que no se molestara por mí pero cuando quise darme cuenta había dado la vuelta con la velocidad del rayo y se había marchado a la cocina.

Gerard me invitó a ver su casa. Un lugar lleno de emotivos recuerdos de la vida que ambos compartían juntos desde hacia muchísimos años. Una casa donde todo parecía estar en perfecto orden. Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Un orden y una limpieza perfectos debido a la mano de Marianne.

Me sorprendió sobremanera la biblioteca que Gerard tenía a su disposición. Una sala llena de estanterías de libros que versaban sobre los más variados temas. Sobre todo había libros de documentación sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre el holocausto y sobre el pueblo hebreo.

- La belleza de un libro no es comparable con nada, amigo Gerard. – le comenté tomando entre mis manos un tomo anquilosado por el paso del tiempo –. Guardan tantos secretos dispuestos a ser entregados a quien lo abra, sin pedir nada a cambio, que es uno de los mayores regalos que el ser humano puede hacerse. Leer un libro y ampliar el armario de su alma con un nuevo tomo que le otorgue conocimiento, sapiencia y entendimiento para conversar, juzgar u opinar con cualquier otro ser humano… Por cierto, tiene usted unos cuantos libros guardados.

Gerard se quedó sonriente apoyado sobre la puerta, mientras me escuchaba con una mezcla de curiosidad y admiración.

- Nunca nadie que hubiera entrado aquí y había juzgado con palabras tan exactas y con tanta sapiencia, lo que cualquiera de estos libros supone para mí… Así que me tiene que decir de qué trabaja usted, porque el conocimiento se debe de obtener del estudio y de la lectura y usted,  Ramón, por su manera de hablar, es de los que ha leído más de un libro.

- ¡Oh!. Perdón, Gerard. Perdón por el descuido. Soy profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de historia medieval.

- Ya decía yo que tanta disertación... ¡Así que profesor de historia medieval!

- Sí. Y un enamorado de la historia…

La voz de Marianne nos interrumpió en aquel instante, llamándonos a la mesa para compartir una temprana cena, que para mis hábitos españoles era demoledora.

Gerard me invitó a que pasara delante de él hacia el salón.

Marianne había dispuesto todo en perfecto orden y nos sentamos todos a la mesa para compartir un rato de charla y comida. Cuando ambos estuvieron sentados a la mesa, pregunté a Marianne cómo se habían conocido.

- ¿Cómo nos conocimos? Fue gracias a los aliados, el 23 de noviembre de 1944. Cuando llegaron a Natzweiler-Struthof jamás pensaron encontrarse con el horror que supone un Campo de Concentración. Unos cientos de prisioneros vagaban sin rumbo de un lugar a otro. Otros miles habían sido llevados por los nazis hacia otros Campos de Alemania y Polonia, dejando el camino regado de cadáveres y muerte. Los americanos pidieron ayuda al pueblo para sacar adelante a los que habían quedado exhaustos en el Campo de Concentración, abandonados a su suerte, con la muerte llamando a las puertas de sus destrozados cuerpos y mentes. Gerard era uno de ellos. Lo aproximaron hasta la puerta de casa de mis padres. Era un puro desecho. Se ve que la sopa de mi madre y mis cuidados consiguieron recomponerle el cuerpo. Lo demás se lo puede usted imaginar, no hubo manera de echarle de aquí…

- No me extraña Marianne, cocina usted de maravilla…

- Pelota – me llamó Gerard.

Departimos el resto de la cena y gran parte de la noche entre sonrisas, lagrimas, alegrías y sufrimientos, recordando como habían formado su familia y conseguido escapar con vida de Natzweiler-Struthof.

Yo me acosté no muy tarde, habiendo quedado con Gerard por la mañana a primera hora, para ir juntos de nuevo al Campo. Ya conocía la historia de Gerard y Marianne; ahora debía descubrir la de Serafín, Jesús y quien quiera que enviara aquel extraño menaje.

A la mañana siguiente, Gerard me aguardaba impaciente en el salón de casa con el desayuno ya preparado y ganas de comenzar la tarea. Marianne, cómo no, era quien había preparado el café e incluso había hecho un bollo para tomar en el desayuno.

Desayunamos con calma, intentando que cada bocado nos diera fuerza para la tarea que nos aguardaba y había que reconocer que, a pesar de la edad de aquella pareja, ambos tenían una vitalidad y un apetito sorprendente. Estaban plenos de vida.

Partimos hacia el Campo y aguardamos unos minutos la llegada de Alain Duple, para que abriera el acceso al recinto.

- Buenos días, Gerard. Buenos días, Ramón. ¿Cómo se presenta la tarea?

- Fácil, fácil.- contestó Gerard – Ya sabes que la paciencia y la constancia son la base de toda investigación que se precie.

Me limité a sonreír ante tal afirmación, aunque la verdad es que Gerard tenía toda la razón en lo que comentaba.

Una vez ubicados en nuestras sillas, continuamos repasando ficha a ficha, historia a historia, dato a dato.

Llegada la hora de comer, habíamos conseguido la ficha de otro español y sus datos nos insuflaron a ambos un optimismo rebosante, que nos aportó a ambos mas ilusión y optimismo para continuar en el empeño.

Nos sentamos juntos en la mesa de Gerard, puesto que él había sido quien había encontrado la ficha del prisionero. A continuación saqué mi ordenador e introduje los datos del prisionero. Tardé un poco de tiempo en hacerlo, pues los datos venían escritos a mano en alemán y con esa letra me costaba entenderlos. Fue Gerard, que conocía las fichas como la palma de su mano, quien me leyó los datos con el conocimiento de haber visto esa letra escrita a mano millones de veces.

“Jesús Rebollo Merodio – nacido el 3 de Mayo de 1.916 en Belmonte de San José (Teruel) España – Profesión: Medico-Dentista – destino: Servicio Médico Natzweiler-Struthof. Prisionero tatuado nº 88/759394 – Republicano Español”.

- ¡Creo que es uno de los hombres que buscamos, Gerard! - le interrumpí.

- Dios lo quiera, amigo mío – me contestó con un semblante serio – Pero es raro, muy raro, porque en el Campo de Concentración de Natzweiler-Struthof no solían tatuar a los prisioneros a no ser que fuera alguien muy especial.

- ¿Alguien muy especial? ¿A qué se refiere Gerard?

- Pues que si mal no recuerdo, fue en el Campo de Auschwitz donde solían tatuar a los prisioneros y excepcionalmente sabemos que aquel mal nacido de Friederich Ulm, el Arbeitsdienfuhrer, se dió el capricho de tatuar a algunos de sus prisioneros, los considerados por él de  confianza. Pero tengo que decirte, Ramón, que por desgracia, que yo recuerde, muchos de ellos… - Los ojos se le inundaron en lágrimas antes de pronunciar cualquier otra palabra, de tal manera que parecía que el alma se le ahogaba.

Decidí acabar por la vía rápida con su sufrimiento.

- Lo que sea, será. Lo descubriremos no tardando demasiado tiempo y por favor no quiero que sufra usted con esto… ¿podría hacerme una fotocopia de esa ficha, amigo Gerard?

- Sí, por supuesto. Iré al despacho central para que me la fotocopien. Tú continúa con la labor, que ya ves, Ramón, parece que empieza a dar sus frutos.

- Así lo haré. Gracias Gerard.

- No, gracias a ti, Ramón – cerró la puerta y partió a hacer la fotocopia.

Me quedé mirando la pantalla del ordenador, pensando si Jesús sería uno de los protagonistas del misterioso mensaje. Tenía la corazonada de que no íbamos a tardar en descubrirlo…

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