la dignidad de los sefardies
Capítulo
6
Durante los siguientes meses,
siguieron llegando prisioneros a Natzweiler-Struthof y cada vez llegaban en
peores condiciones. Eran, en su mayoría, franceses y polacos.
Samuel se fue adaptando poco a poco a
nuestra forma de sobrevivir, a las continuas perrerías y maltratos del
Arbeitsdienfuhrer y a la dureza del Campo de Concentración. Descubrió que, aún
en aquellas condiciones, intentar sobrevivir merecía la pena.
Nosotros nos adaptamos a su fe, su
ilusión y a sus bendiciones y tradiciones hebreas, que aunque nosotros tres
éramos rojos y ateos, nos reconfortaban el alma. Al fin y al cabo no nos podía
hacer ningún daño que el bueno de Samuel rezara por todos nosotros.
Una noche, en el barracón, le pregunté
a Samuel sobre su fe y su Dios. Le insisti si no era el mismo Dios que el resto
de las religiones, lo llamaran Buda, Dios o como quisieran.
- Te confundes amigo Serafín. Te
confundes y te lo demostraré. Siempre he dicho que los hombres inteligentes se
forman estudiando o haciendo preguntas para que alguien se las aclare. Tu
inteligencia es de ese tipo y yo, tu amigo Samuel, te lo voy a aclarar. Veras,
Serafín, el pueblo de Israel o judío, es el pueblo elegido de Dios. Nosotros no
buscamos a Dios, fue el quien nos eligió a nosotros. Abandonamos nuestras
tierras y nos encaminamos a una tierra libre llamada Canaán o Israel. Nuestro
Rey en aquellos años era David, por eso, la estrella que simboliza a los judíos
o hebreos, es la estrella de David. Dos personajes simbolizan nuestra religión:
Abraham, que es nombrado por Dios, antepasado por excelencia, padre, patriarca
y héroe, descendiente de uno de los hijos de Noé, superviviente del gran
diluvio y, por otro lado, Moisés, que fue quien nos salvo de la esclavitud en
Egipto, lideró a mi pueblo por el paso del desierto y recibió la “Torá” de
manos del Señor en el Monte Sinai.
- Pero yo, Samuel, he leído mucho en la
religión cristiana sobre lo que me cuentas…
- Por supuesto Serafín, pero cada
hermano es muy libre de tomar el camino que desee aunque éste no sea el
acertado. Nosotros seguimos fieles a la
Torá , que son los cinco primeros libros de la Biblia , a la Misná , que significa en
hebreo instrucción y es una recopilación de las leyes e interpretaciones
religiosas hechas por los maestros hebreos y, finalmente, al Talmud, que es la
parte legislativa, las leyendas, las anécdotas de la Torá a través del compendio
de la Misná.
¿Me sigues?
- Sí, sí, continúa por favor… -
replique.
Samuel no se había percatado mientras
hablaba, de que se habían ido aproximando compañeros del barracón a oír sus
palabras, arremolinándose a su alrededor, unos por simpatía, otros por
curiosidad y ansia de saber, algún que otro por afinidad religiosa.
- La Torá ocupa el lugar máximo en la sinagoga, que es
nuestro templo o iglesia, pues en ella está la base de nuestra religión. Para
que lo entiendas, es una reina a la que se adora y atavía. La Torá se soporta sobre unas
guías, llamadas “es ha-jayim” que significa el árbol de la vida y éstas giran
para leer y enrollar la
Torá. Como la
Torá es un texto sagrado no se puede tocar con la mano al
leerlo, pues se impurificaría, nosotros utilizamos un “yad” o puntero, en forma
de mano normalmente, para señalar la línea de lectura. Habitualmente estas dos
piezas de la Torá son de metales y piedras preciosas.
- Pero entonces, algunas creencias son
comunes con los cristianos… ¿No? - le
preguntó Marcelino, también interesado en el tema.
- Sí, os lo repito. Pero la diferencia
estriba en la interpretación y en seguir unos principios de fe. Nosotros
creemos en Dios como máximo exponente religioso. Los cristianos creen en la
figura de Jesús, mitificando sobremanera a un humano. Otro de nuestros principios
es que creemos que allí dónde hay 10 hombres judíos para rezar, hay una
sinagoga.
- De ésas hay unas cuantas en España,
Samuel. – Le dijo Jesús.
- Hay unas cuantas en Sefarad, sí
señor. Sinagogas, esperanzas, Torá e ilusiones quedaron en Sefarad a miles, por
un estúpido edicto de los Reyes Católicos…
- Granada, 31 de Marzo de 1492 – le
contesté.
- Me sorprendes, Serafín, con tus
conocimientos – me dijo con una amplia sonrisa.
- España abría en aquella época las
puertas a un nuevo mundo y se las cerraba a su propia gente y su propia
historia… - afirmé.
- Sabias palabras. Yo, personalmente,
daría cualquier cosa porque mi gente pudiera volver a Sefarad. Incluso me
gustaría morir allí… - dijo aganchando la cabeza.
Se hizo un silencio que nos envolvió a
todos los presentes. Sus palabras calaban hondo.
- Pues claro, en cuanto esto termine
nos vamos a marchar todos a Sefarad, primero, a vivir, después, si es menester,
a morir – le dijo Marcelino rompiendo el hielo. – Pero venga, síguenos contando
cosas de los hebreos Samuel…
- ¡Que más deciros!. No sé… ¡Nuestro
día sagrado por excelencia es el Sabat, lo que todos conocemos por el sábado.
En ese día tenemos prohibidas todas las actividades, tanto laborales como
domesticas. Es un día dedicado a la oración y el estudio de la Torá. Somos los
varones los que tenemos la principal obligación religiosa, el Sabat, mientras
nuestras mujeres ultiman los preparativos para la cena. Tantas y tantas cosas
os podría contar…
¡Ah!. Sí, otra cosa muy importante que
contaros, algunos incluso ya lo sabéis – se agachó sobre las mantas de su cama
y saco de allí su apreciado Kipá –, ésto sirve para identificar a los hebreos o
judíos, es el llamado Kipá y marca el territorio donde Dios los es todo, que es
todo el espacio por encima del kipá y donde yo no dejo de ser un insignificante
hombre que está por debajo de éste…
- Tu no eres insignificante Samuel –
le dije intentando animarle.
- Perdón Samuel… ¿Te puedo hacer yo
una pregunta? – era Francisco Feijoo el que esta vez se atrevía a interrogarle
– Entonces, los hebreos sois gente sin tierra, ni patria ¿No?
- Tenemos tierra y patria, amigo
Francisco. Tenemos la tierra de Canaán e Israel que son las tierras que nuestro
Dios nos ha prometido. Otra cosa es que estén ocupadas por infieles, pero tarde
o temprano podremos unirnos todos los hebreos al amparo de una bandera y una
religión…
Estaba claro que Samuel era hombre de
ideas fijas y claras y con esas ideas acabarían sus días. Después de un
silencio nuevamente nos comentó a todos los presentes:
- Pero si hay algo que añoro más que
Sefarad y la tierra prometida, eso es mi familia, de la que no se nada desde
hace ya casi un año. Sólo le pido a Yahvé que hayan tenido la misma suerte que
yo al caer entre tan buena gente.
- Seguro que sí, Samuel – le contesté.
- Seguro que sí – me contestó y se
acurrucó en su cama, hundiéndose en los recuerdos y la añoranza de su familia.
Aquel hombre tenía el corazón partido
entre la ausencia de su familia y de su tierra. Tan sólo el recogimiento
espiritual le ofrecía paz. Nosotros no dudábamos en ayudarle.
Aquella noche cuando todos se habían
acostado, Jesús nuevamente volvió a vomitar…
El resto de los que formábamos el
grupo habitual, nos volvimos a tapar la cabeza intentando no escuchar su
sufrimiento noche tras noche.
Samuel, en numerosas ocasiones,
intentó consolar y tranquilizar a Jesús para evitar que se destrozara el
estómago. Jesús nos respondía a todos con una frase que nos sorprendía y
aturdía:
- Amigos, lo que a mí me quita la vida
a otros se la dignifica.
No volvimos a comentarle nada ante la
extrañas respuesta, pero soportábamos, sufriendo, sus vómitos.
Marcelino continuaba con las tareas
habituales de transmisión de mensajes codificados y reparación de los equipos
de comunicación y se obsesionaba sabiendo que, como parte conocedora de los
secretos alemanes de comunicación, jamás saldría de allí con vida. Por ello,
aprovechaba cada receso para poner al día los datos de los prisioneros y
duplicar las fichas y esconderlas, porque también tenía claro que, llegado el momento
en que los aliados descubrieran aquel Campo de Concentración, los nazis no
tardarían nada en destruir todos los documentos que les pudieran comprometer
con las barbaries que ocurrían en aquel lugar. Las fichas de Marcelino quizá
pudieran resultar una parte esencial para que la gente que había llegado hasta
aquel Campo, a vivir o a morir, no quedara para siempre jamás en el olvido.
Francisco Feijoo y yo continuábamos
con las tareas de limpieza y reparación de los exteriores del Campo. Bajo el
frío, bajo el calor sofocante, bajo el hambre pudimos los dos ver como caían
muchos de los compañeros de labor y, por suerte o fortuna, la sombra de la
muerte no nos había tocado ni a Francisco, ni a mi.
Friederich Ulm continúo matando,
presionando y torturando a diestro y siniestro.
Para Jesús y Samuel
la hecatombe final llego pocos meses mas tarde, cuando Friederich Ulm les comentó que los Servicios Médicos del
Campo tenían previsto realizar, en un plazo de unos meses, para la Universidad
de Estrasburgo, un estudio antropológico sin parangón en el cúal se demostraría
la superioridad de la raza aria. Para ello sería necesario el sacrificio de
unos cuantos judíos.
Friederich Ulm sonrió al ver la cara
de ambos y pasándoles el brazo por encima de los hombros a ambos, les felicitó
por tener la suerte de hacer grande la historia de Alemania, aunque lo que en
realidad hacía era meter el dedo en la llaga, conocedor del carácter de ambos.
Aquello significaba tener que ver como
se gaseaba a pobres inocentes y ver incluso las disecciones de estos “en pro de
la ciencia”.
Sufrir recogiendo los cadáveres, ya no
de los que morían de hambre y agotamiento cada mañana, sino de aquéllos que los
alemanes consideraran aptos para demostrar lo indemostrable en nombre de la
ciencia. Pura miseria.
Y después de recogerlos, amontonarlos
y comprobar su fallecimiento, verificar uno por uno que no se marcharan al otro
mundo con oro o cualquier otro metal en los dientes.
Realmente, Jesús era quien realizaba
aquella dura tarea de tener que abrir las bocas y arrancarles los dientes
mientras el Arbeitsdienfuhrer no estuviera presente. Mientras tanto, Samuel
daba la Semá o
bendición entre los que ya no podían responderle, pero él con paciencia divina
iba cerrándoles a todos los ojos, siendo el último punto de conexión entre
aquellos hebreos y los brazos de Dios. Eso sí, cuando aparecía en las
proximidades la figura de Friederich Ulm tomaba los alicates en la mano y
arrancaba los dientes como lo hacia Jesús, cayéndosele el alma en cada
operación.
Y Jesús, por las noches, vomitaba
incesantemente.
Llegó por aquella época un convoy de
soldados franceses de la resistencia a los cuales el Arbeitsdienfuhrer trataba con especial
crudeza, matándoles poco a poco mediante trabajos durísimos y haciéndoles
sufrir de hambre todos los días.
Lo recuerdo especialmente, porque la
patrulla de limpieza de cocinas una de las tardes, sacando los desechos de los
comedores de los soldados alemanes tropezaron y toda la basura cayó por la
pendiente en la que estaba ubicado el Campo de Concentración. Los hombres
destrozados que estaban alrededor se arrojaban como alimañas sobre los restos
de la comida, matándose entre ellos por conseguir un maldito bocado de
porquería que alimentara sus desdichados cuerpos.
Cómo no, viendo la escena apareció la
negra sombra de Friederich Ulm, que se negaba en rotundo a que aquella gente
tuviera derecho aunque fuera a dar un bocado sobre la basura. Gritaba como un
poseso, intentando separar a la jauría de hombres desesperados que se tiraban
unos sobre otros para conseguir algo entre la basura que llevarse a la boca.
Ciego de ira sacó el arma y disparó a
todo lo que se movía a su alrededor, matando a muchos de los prisioneros que se
arremolinaban sobre los restos de basura.
Con los disparos muchos dieron marcha
atrás en el intento, pero cómo no, Friederich Ulm no contento con lo sucedido y
con la carnicería producida por los disparos lanzados sobre aquellos
desgraciados, levantó su mano señalando a los dos hombres que transportaban el
cubo de comida que se había caído.
- ¡ Ilr zwei an den Galgen!…
Vosotros dos, a la
horca, les gritó, mientras hacía el gesto a los soldados alemanes presentes
para que los llevaran a la visita de la soga.
- El escarmiento os
hará más fuertes al resto – gritaba a continuación en alemán.
Mandó a los que
estaban alrededor que recogieran todos los cadáveres y los llevaran al
crematorio, no sin antes haber hecho una señal a Jesús y Samuel para que
retiraran lo que tuvieran de valor para el ejército nazi.
Nos ordenó a todos
los presentes que quedábamos, que fuéramos encaminándonos con paso rápido hasta
donde se encontraba la horca. Quería que viéramos otra más de sus locas
tropelías, por lo que dio las órdenes precisas a otro grupo de soldados para
que nos obligaran a ir hasta el lugar indicado.
Luego acompañó
personalmente al grupo de soldados alemanes que había detenido a los dos pobres
desgraciados que él había señalado, para comprobar que se cumplían sus órdenes.
Colgó a ambos de la
horca sin pestañear, dando una patada a la caja en la que ambos se habían
subido, de tal manera que no morían realmente ahorcados, sino asfixiados ya que
la cuerda era muy corta.
Todos los
prisioneros que estábamos presentes tuvimos que comprobar horrorizados cómo se
prolongaba la agonía de los dos prisioneros colgados de aquella maldita soga.
Friederich Ulm
personalmente había pateado la caja que los sostenía a la vida.
Tras comprobar que
estaban muertos, Friederich Ulm indicó a Jesús y Samuel que bajaran el primer
cuerpo. Después, cuando iban a retirar el cuerpo del segundo hombre, el
Arbeitsdienfuhrer proclamó en voz alta que prefería que lo dejáramos allí en lo alto, para público escarmiento de
todos los judíos de aquel Campo.
Nos habíamos
planteado en mas de una ocasión intentar fugarnos de aquel lugar, pero los
intentos anteriores de otros compañeros o prisioneros habían tenido éxito en
excepcionales ocasiones. Aún así, nosotros lo planteamos infinidad de veces.
El mejor resumen es
que quizá era mejor dejarse la vida en el intento y acabar con el sufrimiento
de una vez por todas. Primero la Guerra Civil española, ahora la II Guerra Mundial. Demasiadas
guerras para mentes cansadas y cuerpos destrozados.
A la mañana
siguiente, Samuel y Jesús se dispusieron a pasar con la carretilla de la
muerte, así era como la llamábamos los prisioneros, para recoger los cadáveres
que esa noche había vuelto a dejar y como ellos dos venían haciendo todos los
días. .
Algunas veces,
mirábamos los cuerpos inertes con una mezcla de dulzura y envidia. Al fin y al
cabo, el sufrimiento para ellos había terminado y aquel último viaje no era lo
peor que le podía pasar a un ser humano, sino el camino que teníamos que recorrer de vejaciones y
necesidades hasta llegar a ello.
Cuando se dirigían hacia el crematorio,
pasando primeramente por el Servicio Médico, se acordaron del pobre desgraciado
que pendía de la horca desde el día anterior y fueron en su busca.
Antes de ello colocaron los cadáveres
en el ascensor que les conduciría al primer piso donde estaba el horno
crematorio. A ellos, encargados de recoger los cadáveres solo les cabía el
honor de acompañarlos hasta aquel lugar, el resto del viaje era sólo “un
privilegio de los muertos”.
Regresaron ambos ya con el carro vació
hasta la horca y Jesús con paciencia, volvió a colocar el cajón en su lugar y
soltó totalmente la soga para que Samuel, con el cuidado que le caracterizaba,
tomara el cuerpo inerte de aquel hombre en brazos y lo descendiera suavemente
sobre el duro y frío suelo.
Jesús tras colocar nuevamente en su
lugar la soga, bajo del cajón. Samuel procedía a cerrar los ojos del fallecido
y otorgarle por voluntad propia, la
Semá.
Mientras Samuel procedía con el
ritual, Jesús se arrodilló a su lado y ambos juntos despidieron a aquel
desconocido en su último viaje.
Subitamente, como aparecida de la
nada, vieron una sombra a sus espaldas, pero temerosos, no osaron levantar la
cabeza para ver de quien se trataba.
- ¿Qué están haciendo mis cachorros
sin mi permiso?
La voz de Friederich Ulm retumbaba en
la cabeza de ambos como un castigo. No fueron capaces de articular palabra, ni
tan siquiera moverse, tan sólo comenzaron ambos a llorar.
- ¿Acaso os he dicho yo que había que
descolgarlos de la horca? Judíos de mierda. Os voy a enseñar un lugar que no
habéis visitado aún en el Campo…y no os perdono ni una más, la próxima os
columpio en la horca.
Hizo una señal a unos soldados que le
seguían y éstos ataron las manos de Samuel y Jesús a la espalda mientras los
conducían a una zona donde existía un barracón grande que llamaban el “bunker”.
Ninguno de nosotros había tenido
oportunidad, ni quería tenerla, de ver lo que había en su interior hasta aquel
momento. Los gritos de dolor que salían desde su interior se podían escuchar
algunas noches. Jamás nos atrevimos a preguntar qué era aquel lugar, hasta que
Jesús y Samuel lo conocieron en sus propias carnes.
Friederich Ulm los introdujo al
interior y el primero en soportar el castigo fue Samuel.
Lo colocaron sobre lo que ellos
llamaban un “caballo de apaleamiento”. Doblaron su cuerpo, exponiendo la
espalda al aire. Atado de pies y manos a aquel artilugio solo quedaba soportar
el dolor.
Friederich Ulm le dio un último aviso
a Samuel:
- ¡Cuenta en alemán mientras te
golpeo, porque si no empiezo la cuenta de nuevo! ¿Entendido, Samuel?
Con un gesto de su cabeza en la
posición en la que estaba, Samuel contestó afirmativamente al
Arbeitdiensfuhrer.
Friederich Ulm levantó en alto la
fusta y golpeó con ira a Samuel en la espalda mientras le decía:
- ¡Ein! No te escucho, Samuel.
Samuel respondió repitiendo el número
en alemán, apretando los dientes y soportando el dolor.
- ¡Zwei! No te oigo, Samuel – le
gritaba Friederich Ulm.
Samuel respondió gritando con fiereza
el número dos, intentando soportar el dolor. Y así continuó respondiendo con
fuerza, golpe tras golpe hasta un total de 20 azotes que le propinó el
Arbeitdiensfuhrer.
Cuando le soltaron del caballo de
tortura cayó como una madeja desvencijada sobre el suelo. Friederich Ulm ordenó
que lo levantaran y sentaran para que pudiera presenciar el mismo castigo en su
amigo Jesús.
Repitió la misma operación con Jesús,
dejando a ambos destrozados. Después del castigo, se lavó las manos y la cara
en una palangana que le habían aproximado y comentó a Jesús y Samuel:
- Es el último aviso que os doy. La
próxima no seré tan benevolente con vosotros. Sois algo especial para mí pues
lleváis mis marcas, pero si os torcéis del camino designado, ya sabéis... –.
A continuación ordenó a los soldados
presentes:
– Ponedlos a ambos tres días en una de
las celdas de aislamiento individual
Aquel lugar supimos tiempo después por
boca de ambos, que consistía en una celda donde por su estrechez sólo podías
permanecer en pie todo el tiempo. No podías agacharte. Allí permanecieron los
tres días que Friederich Ulm indicó y cuando regresaron de nuevo junto a
nosotros, no parecían ser los mismos hombres.
Tuvieron suerte de pertenecer al
Servicio Médico, pues sus cicatrices pudieron ser tratadas con rapidez antes de
que se infectaran, una vez salieron del bunker de castigo.
Lo peor de todo no era el castigo,
sino la sensación que teníamos todos de que el Arbeitdiensfuhrer ya tenía entre
ojo y ojo a Jesús y Samuel, de manera que cualquier excusa o fallo por parte de
ambos, justificaría su asesinato por las propias manos de Friederich Ulm…
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