miércoles, 24 de febrero de 2016

la dignidad de los sefardies - capitulo 6


la dignidad de los sefardies

Capítulo 6
Durante los siguientes meses, siguieron llegando prisioneros a Natzweiler-Struthof y cada vez llegaban en peores condiciones. Eran, en su mayoría, franceses y polacos.
Samuel se fue adaptando poco a poco a nuestra forma de sobrevivir, a las continuas perrerías y maltratos del Arbeitsdienfuhrer y a la dureza del Campo de Concentración. Descubrió que, aún en aquellas condiciones, intentar sobrevivir merecía la pena.
Nosotros nos adaptamos a su fe, su ilusión y a sus bendiciones y tradiciones hebreas, que aunque nosotros tres éramos rojos y ateos, nos reconfortaban el alma. Al fin y al cabo no nos podía hacer ningún daño que el bueno de Samuel rezara por todos nosotros.
Una noche, en el barracón, le pregunté a Samuel sobre su fe y su Dios. Le insisti si no era el mismo Dios que el resto de las religiones, lo llamaran Buda, Dios o como quisieran.
- Te confundes amigo Serafín. Te confundes y te lo demostraré. Siempre he dicho que los hombres inteligentes se forman estudiando o haciendo preguntas para que alguien se las aclare. Tu inteligencia es de ese tipo y yo, tu amigo Samuel, te lo voy a aclarar. Veras, Serafín, el pueblo de Israel o judío, es el pueblo elegido de Dios. Nosotros no buscamos a Dios, fue el quien nos eligió a nosotros. Abandonamos nuestras tierras y nos encaminamos a una tierra libre llamada Canaán o Israel. Nuestro Rey en aquellos años era David, por eso, la estrella que simboliza a los judíos o hebreos, es la estrella de David. Dos personajes simbolizan nuestra religión: Abraham, que es nombrado por Dios, antepasado por excelencia, padre, patriarca y héroe, descendiente de uno de los hijos de Noé, superviviente del gran diluvio y, por otro lado, Moisés, que fue quien nos salvo de la esclavitud en Egipto, lideró a mi pueblo por el paso del desierto y recibió la “Torá” de manos del Señor en el Monte Sinai.
- Pero yo, Samuel, he leído mucho en la religión cristiana sobre lo que me cuentas…
- Por supuesto Serafín, pero cada hermano es muy libre de tomar el camino que desee aunque éste no sea el acertado. Nosotros seguimos fieles a la Torá, que son los cinco primeros libros de la Biblia, a la Misná, que significa en hebreo instrucción y es una recopilación de las leyes e interpretaciones religiosas hechas por los maestros hebreos y, finalmente, al Talmud, que es la parte legislativa, las leyendas, las anécdotas de la Torá a través del compendio de la Misná. ¿Me sigues?
- Sí, sí, continúa por favor… - replique.
Samuel no se había percatado mientras hablaba, de que se habían ido aproximando compañeros del barracón a oír sus palabras, arremolinándose a su alrededor, unos por simpatía, otros por curiosidad y ansia de saber, algún que otro por afinidad religiosa.
- La Torá ocupa el lugar máximo en la sinagoga, que es nuestro templo o iglesia, pues en ella está la base de nuestra religión. Para que lo entiendas, es una reina a la que se adora y atavía. La Torá se soporta sobre unas guías, llamadas “es ha-jayim” que significa el árbol de la vida y éstas giran para leer y enrollar la Torá. Como la Torá es un texto sagrado no se puede tocar con la mano al leerlo, pues se impurificaría, nosotros utilizamos un “yad” o puntero, en forma de mano normalmente, para señalar la línea de lectura. Habitualmente estas dos piezas de la Torá son de metales y piedras preciosas.
- Pero entonces, algunas creencias son comunes con los cristianos… ¿No? -  le preguntó Marcelino, también interesado en el tema.
- Sí, os lo repito. Pero la diferencia estriba en la interpretación y en seguir unos principios de fe. Nosotros creemos en Dios como máximo exponente religioso. Los cristianos creen en la figura de Jesús, mitificando sobremanera a un humano. Otro de nuestros principios es que creemos que allí dónde hay 10 hombres judíos para rezar, hay una sinagoga.
- De ésas hay unas cuantas en España, Samuel. – Le dijo Jesús.
- Hay unas cuantas en Sefarad, sí señor. Sinagogas, esperanzas, Torá e ilusiones quedaron en Sefarad a miles, por un estúpido edicto de los Reyes Católicos…
- Granada, 31 de Marzo de 1492 – le contesté.
- Me sorprendes, Serafín, con tus conocimientos – me dijo con una amplia sonrisa.
- España abría en aquella época las puertas a un nuevo mundo y se las cerraba a su propia gente y su propia historia… - afirmé.
- Sabias palabras. Yo, personalmente, daría cualquier cosa porque mi gente pudiera volver a Sefarad. Incluso me gustaría morir allí… - dijo aganchando la cabeza.
Se hizo un silencio que nos envolvió a todos los presentes. Sus palabras calaban hondo.
- Pues claro, en cuanto esto termine nos vamos a marchar todos a Sefarad, primero, a vivir, después, si es menester, a morir – le dijo Marcelino rompiendo el hielo. – Pero venga, síguenos contando cosas de los hebreos Samuel…
- ¡Que más deciros!. No sé… ¡Nuestro día sagrado por excelencia es el Sabat, lo que todos conocemos por el sábado. En ese día tenemos prohibidas todas las actividades, tanto laborales como domesticas. Es un día dedicado a la oración y el estudio de la Torá. Somos los varones los que tenemos la principal obligación religiosa, el Sabat, mientras nuestras mujeres ultiman los preparativos para la cena. Tantas y tantas cosas os podría contar…
¡Ah!. Sí, otra cosa muy importante que contaros, algunos incluso ya lo sabéis – se agachó sobre las mantas de su cama y saco de allí su apreciado Kipá –, ésto sirve para identificar a los hebreos o judíos, es el llamado Kipá y marca el territorio donde Dios los es todo, que es todo el espacio por encima del kipá y donde yo no dejo de ser un insignificante hombre que está por debajo de éste…
- Tu no eres insignificante Samuel – le dije intentando animarle.
- Perdón Samuel… ¿Te puedo hacer yo una pregunta? – era Francisco Feijoo el que esta vez se atrevía a interrogarle – Entonces, los hebreos sois gente sin tierra, ni patria ¿No?
- Tenemos tierra y patria, amigo Francisco. Tenemos la tierra de Canaán e Israel que son las tierras que nuestro Dios nos ha prometido. Otra cosa es que estén ocupadas por infieles, pero tarde o temprano podremos unirnos todos los hebreos al amparo de una bandera y una religión…
Estaba claro que Samuel era hombre de ideas fijas y claras y con esas ideas acabarían sus días. Después de un silencio nuevamente nos comentó a todos los presentes:
- Pero si hay algo que añoro más que Sefarad y la tierra prometida, eso es mi familia, de la que no se nada desde hace ya casi un año. Sólo le pido a Yahvé que hayan tenido la misma suerte que yo al caer entre tan buena gente.
- Seguro que sí, Samuel – le contesté.
- Seguro que sí – me contestó y se acurrucó en su cama, hundiéndose en los recuerdos y la añoranza de su familia.
Aquel hombre tenía el corazón partido entre la ausencia de su familia y de su tierra. Tan sólo el recogimiento espiritual le ofrecía paz. Nosotros no dudábamos en ayudarle.
Aquella noche cuando todos se habían acostado, Jesús nuevamente volvió a vomitar…
El resto de los que formábamos el grupo habitual, nos volvimos a tapar la cabeza intentando no escuchar su sufrimiento noche tras noche.
Samuel, en numerosas ocasiones, intentó consolar y tranquilizar a Jesús para evitar que se destrozara el estómago. Jesús nos respondía a todos con una frase que nos sorprendía y aturdía:
- Amigos, lo que a mí me quita la vida a otros se la dignifica.
No volvimos a comentarle nada ante la extrañas respuesta, pero soportábamos, sufriendo, sus vómitos.
Marcelino continuaba con las tareas habituales de transmisión de mensajes codificados y reparación de los equipos de comunicación y se obsesionaba sabiendo que, como parte conocedora de los secretos alemanes de comunicación, jamás saldría de allí con vida. Por ello, aprovechaba cada receso para poner al día los datos de los prisioneros y duplicar las fichas y esconderlas, porque también tenía claro que, llegado el momento en que los aliados descubrieran aquel Campo de Concentración, los nazis no tardarían nada en destruir todos los documentos que les pudieran comprometer con las barbaries que ocurrían en aquel lugar. Las fichas de Marcelino quizá pudieran resultar una parte esencial para que la gente que había llegado hasta aquel Campo, a vivir o a morir, no quedara para siempre jamás en el olvido.
Francisco Feijoo y yo continuábamos con las tareas de limpieza y reparación de los exteriores del Campo. Bajo el frío, bajo el calor sofocante, bajo el hambre pudimos los dos ver como caían muchos de los compañeros de labor y, por suerte o fortuna, la sombra de la muerte no nos había tocado ni a Francisco, ni a mi.
Friederich Ulm continúo matando, presionando y torturando a diestro y siniestro.
Para Jesús y Samuel la hecatombe final llego pocos meses mas tarde, cuando Friederich Ulm les comentó que los Servicios Médicos del Campo tenían previsto realizar, en un plazo de unos meses, para la Universidad de Estrasburgo, un estudio antropológico sin parangón en el cúal se demostraría la superioridad de la raza aria. Para ello sería necesario el sacrificio de unos cuantos judíos.
Friederich Ulm sonrió al ver la cara de ambos y pasándoles el brazo por encima de los hombros a ambos, les felicitó por tener la suerte de hacer grande la historia de Alemania, aunque lo que en realidad hacía era meter el dedo en la llaga, conocedor del carácter de ambos.
Aquello significaba tener que ver como se gaseaba a pobres inocentes y ver incluso las disecciones de estos “en pro de la ciencia”.
Sufrir recogiendo los cadáveres, ya no de los que morían de hambre y agotamiento cada mañana, sino de aquéllos que los alemanes consideraran aptos para demostrar lo indemostrable en nombre de la ciencia. Pura miseria.
Y después de recogerlos, amontonarlos y comprobar su fallecimiento, verificar uno por uno que no se marcharan al otro mundo con oro o cualquier otro metal en los dientes.
Realmente, Jesús era quien realizaba aquella dura tarea de tener que abrir las bocas y arrancarles los dientes mientras el Arbeitsdienfuhrer no estuviera presente. Mientras tanto, Samuel daba la Semá o bendición entre los que ya no podían responderle, pero él con paciencia divina iba cerrándoles a todos los ojos, siendo el último punto de conexión entre aquellos hebreos y los brazos de Dios. Eso sí, cuando aparecía en las proximidades la figura de Friederich Ulm tomaba los alicates en la mano y arrancaba los dientes como lo hacia Jesús, cayéndosele el alma en cada operación.
Y Jesús, por las noches, vomitaba incesantemente.
Llegó por aquella época un convoy de soldados franceses de la resistencia a los cuales el  Arbeitsdienfuhrer trataba con especial crudeza, matándoles poco a poco mediante trabajos durísimos y haciéndoles sufrir de hambre todos los días.
Lo recuerdo especialmente, porque la patrulla de limpieza de cocinas una de las tardes, sacando los desechos de los comedores de los soldados alemanes tropezaron y toda la basura cayó por la pendiente en la que estaba ubicado el Campo de Concentración. Los hombres destrozados que estaban alrededor se arrojaban como alimañas sobre los restos de la comida, matándose entre ellos por conseguir un maldito bocado de porquería que alimentara sus desdichados cuerpos.
Cómo no, viendo la escena apareció la negra sombra de Friederich Ulm, que se negaba en rotundo a que aquella gente tuviera derecho aunque fuera a dar un bocado sobre la basura. Gritaba como un poseso, intentando separar a la jauría de hombres desesperados que se tiraban unos sobre otros para conseguir algo entre la basura que llevarse a la boca.
Ciego de ira sacó el arma y disparó a todo lo que se movía a su alrededor, matando a muchos de los prisioneros que se arremolinaban sobre los restos de basura.
Con los disparos muchos dieron marcha atrás en el intento, pero cómo no, Friederich Ulm no contento con lo sucedido y con la carnicería producida por los disparos lanzados sobre aquellos desgraciados, levantó su mano señalando a los dos hombres que transportaban el cubo de comida que se había caído.
- ¡ Ilr zwei an den Galgen!…
Vosotros dos, a la horca, les gritó, mientras hacía el gesto a los soldados alemanes presentes para que los llevaran a la visita de la soga.
- El escarmiento os hará más fuertes al resto – gritaba a continuación en alemán.
Mandó a los que estaban alrededor que recogieran todos los cadáveres y los llevaran al crematorio, no sin antes haber hecho una señal a Jesús y Samuel para que retiraran lo que tuvieran de valor para el ejército nazi.
Nos ordenó a todos los presentes que quedábamos, que fuéramos encaminándonos con paso rápido hasta donde se encontraba la horca. Quería que viéramos otra más de sus locas tropelías, por lo que dio las órdenes precisas a otro grupo de soldados para que nos obligaran a ir hasta el lugar indicado.
Luego acompañó personalmente al grupo de soldados alemanes que había detenido a los dos pobres desgraciados que él había señalado, para comprobar que se cumplían sus órdenes.
Colgó a ambos de la horca sin pestañear, dando una patada a la caja en la que ambos se habían subido, de tal manera que no morían realmente ahorcados, sino asfixiados ya que la cuerda era muy corta.
Todos los prisioneros que estábamos presentes tuvimos que comprobar horrorizados cómo se prolongaba la agonía de los dos prisioneros colgados de aquella maldita soga.
Friederich Ulm personalmente había pateado la caja que los sostenía a la vida.
Tras comprobar que estaban muertos, Friederich Ulm indicó a Jesús y Samuel que bajaran el primer cuerpo. Después, cuando iban a retirar el cuerpo del segundo hombre, el Arbeitsdienfuhrer proclamó en voz alta que prefería que lo dejáramos  allí en lo alto, para público escarmiento de todos los judíos de aquel Campo.
Nos habíamos planteado en mas de una ocasión intentar fugarnos de aquel lugar, pero los intentos anteriores de otros compañeros o prisioneros habían tenido éxito en excepcionales ocasiones. Aún así, nosotros lo planteamos infinidad de veces.
El mejor resumen es que quizá era mejor dejarse la vida en el intento y acabar con el sufrimiento de una vez por todas. Primero la Guerra Civil española, ahora la II Guerra Mundial. Demasiadas guerras para mentes cansadas y cuerpos destrozados.
A la mañana siguiente, Samuel y Jesús se dispusieron a pasar con la carretilla de la muerte, así era como la llamábamos los prisioneros, para recoger los cadáveres que esa noche había vuelto a dejar y como ellos dos venían haciendo todos los días.                .
Algunas veces, mirábamos los cuerpos inertes con una mezcla de dulzura y envidia. Al fin y al cabo, el sufrimiento para ellos había terminado y aquel último viaje no era lo peor que le podía pasar a un ser humano, sino el camino que teníamos que recorrer de vejaciones y necesidades hasta llegar a ello.
Cuando se dirigían hacia el crematorio, pasando primeramente por el Servicio Médico, se acordaron del pobre desgraciado que pendía de la horca desde el día anterior y fueron en su busca. 
Antes de ello colocaron los cadáveres en el ascensor que les conduciría al primer piso donde estaba el horno crematorio. A ellos, encargados de recoger los cadáveres solo les cabía el honor de acompañarlos hasta aquel lugar, el resto del viaje era sólo “un privilegio de los muertos”.
Regresaron ambos ya con el carro vació hasta la horca y Jesús con paciencia, volvió a colocar el cajón en su lugar y soltó totalmente la soga para que Samuel, con el cuidado que le caracterizaba, tomara el cuerpo inerte de aquel hombre en brazos y lo descendiera suavemente sobre el duro y frío suelo.
Jesús tras colocar nuevamente en su lugar la soga, bajo del cajón. Samuel procedía a cerrar los ojos del fallecido y otorgarle por voluntad propia, la Semá.
Mientras Samuel procedía con el ritual, Jesús se arrodilló a su lado y ambos juntos despidieron a aquel desconocido en su último viaje.
Subitamente, como aparecida de la nada, vieron una sombra a sus espaldas, pero temerosos, no osaron levantar la cabeza para ver de quien se trataba.
- ¿Qué están haciendo mis cachorros sin mi permiso?
La voz de Friederich Ulm retumbaba en la cabeza de ambos como un castigo. No fueron capaces de articular palabra, ni tan siquiera moverse, tan sólo comenzaron ambos a llorar.
- ¿Acaso os he dicho yo que había que descolgarlos de la horca? Judíos de mierda. Os voy a enseñar un lugar que no habéis visitado aún en el Campo…y no os perdono ni una más, la próxima os columpio en la horca.
Hizo una señal a unos soldados que le seguían y éstos ataron las manos de Samuel y Jesús a la espalda mientras los conducían a una zona donde existía un barracón grande  que llamaban el “bunker”.
Ninguno de nosotros había tenido oportunidad, ni quería tenerla, de ver lo que había en su interior hasta aquel momento. Los gritos de dolor que salían desde su interior se podían escuchar algunas noches. Jamás nos atrevimos a preguntar qué era aquel lugar, hasta que Jesús y Samuel lo conocieron en sus propias carnes.
Friederich Ulm los introdujo al interior y el primero en soportar el castigo fue Samuel.
Lo colocaron sobre lo que ellos llamaban un “caballo de apaleamiento”. Doblaron su cuerpo, exponiendo la espalda al aire. Atado de pies y manos a aquel artilugio solo quedaba soportar el dolor.
Friederich Ulm le dio un último aviso a Samuel:
- ¡Cuenta en alemán mientras te golpeo, porque si no empiezo la cuenta de nuevo! ¿Entendido, Samuel?
Con un gesto de su cabeza en la posición en la que estaba, Samuel contestó afirmativamente al Arbeitdiensfuhrer.
Friederich Ulm levantó en alto la fusta y golpeó con ira a Samuel en la espalda mientras le decía:
- ¡Ein! No te escucho, Samuel.
Samuel respondió repitiendo el número en alemán, apretando los dientes y soportando el dolor.
- ¡Zwei! No te oigo, Samuel – le gritaba Friederich Ulm.
Samuel respondió gritando con fiereza el número dos, intentando soportar el dolor. Y así continuó respondiendo con fuerza, golpe tras golpe hasta un total de 20 azotes que le propinó el Arbeitdiensfuhrer.
Cuando le soltaron del caballo de tortura cayó como una madeja desvencijada sobre el suelo. Friederich Ulm ordenó que lo levantaran y sentaran para que pudiera presenciar el mismo castigo en su amigo Jesús.
Repitió la misma operación con Jesús, dejando a ambos destrozados. Después del castigo, se lavó las manos y la cara en una palangana que le habían aproximado y comentó a Jesús y Samuel:
- Es el último aviso que os doy. La próxima no seré tan benevolente con vosotros. Sois algo especial para mí pues lleváis mis marcas, pero si os torcéis del camino designado, ya sabéis... –.
A continuación ordenó a los soldados presentes:
– Ponedlos a ambos tres días en una de las celdas de aislamiento individual
Aquel lugar supimos tiempo después por boca de ambos, que consistía en una celda donde por su estrechez sólo podías permanecer en pie todo el tiempo. No podías agacharte. Allí permanecieron los tres días que Friederich Ulm indicó y cuando regresaron de nuevo junto a nosotros, no parecían ser los mismos hombres.
Tuvieron suerte de pertenecer al Servicio Médico, pues sus cicatrices pudieron ser tratadas con rapidez antes de que se infectaran, una vez salieron del bunker de castigo.
Lo peor de todo no era el castigo, sino la sensación que teníamos todos de que el Arbeitdiensfuhrer ya tenía entre ojo y ojo a Jesús y Samuel, de manera que cualquier excusa o fallo por parte de ambos, justificaría su asesinato por las propias manos de Friederich Ulm…

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